viernes, 3 mayo 2013. Camino por lo que parece la plaza de un pueblo. Es de noche y no sé muy bien ni dónde estoy ni a dónde voy. Aparece Daniel, camina a mi lado. Le hablo de un concierto de Robert Smith, le digo que alguien estuvo a punto de presentármelo, pero me digo vergüenza. Le hablo de cosas que me han pasado todos estos años sin vernos. Te voy a enseñar una mina, le digo. Todo está demasiado oscuro. A lo lejos se ven las luces de una cuidad. Nos quedamos mirándolas en silencio. "Luces de la tierra", digo con un tono algo dramático y Daniel me mira. Lo decía Beckett, no yo, me excuso.
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La misma plaza, ahora de día. Camino descalza y con pasos cortos, como si llevara grilletes en los tobillos, de hecho me pesan y duelen mucho. Sigo sin saber dónde estoy. Veo una especie de autobús-cremallera e intento correr hacia él, pero me cuesta mucho avanzar. Cuando llego sólo que da un sitio libre. ¿Va a la ciudad, pregunto? La conductora no dice nada. Una señora me hace sitio a su lado, me cuenta que desde que se quedó viuda coge ese autobús cada día, por distraerse. Llora.