miércoles, 5 de junio 2013. Hordas de ultras tomaban el mundo al grito de ¡Universidad, universidad! Entraban en las casas y se llevaban a las mujeres jóvenes. Yo me escondía detrás de una cortina, pero no me servía de nada. Por el camino, me azotaban con una bola de pinchos. Cuando la veía venir hacia mi espalda deseaba que no me doliera. La bola se convertía en regaliz blando y sólo me acariciaba, pero yo gritaba de dolor para que no se dieran cuenta. A mi hermana le ponían un cinturón de castidad un poco absurdo, porque le quedaba grande y no servía para nada. A mí me obligaban a bailar en una sala de baile con un chico mucho más bajito que yo, pero como lo hacía muy mal acababan mandándome a la cocina.