martes, 17 junio 2014. He quedado con Elvira Lozano. Me ha explicado cómo reconocer su casa: Hace esquina y está rodeada por una empalizada de cañas muy oscuras. La calle está desierta, es mediodía y hace mucho calor. Lo que desde fuera parecía un chalecito con jardín, por dentro es una inmensa explanada con enormes mansiones coloniales. De repente aparece una cría de elefante a toda velocidad, me empuja. Veo a lo lejos que viene toda una manada. Corro hacia la casa-mansión de Elvira. Entramos y cerramos la puerta con un enorme cerrojo. Todas las tardes lo mismo, es la hora de los elefantes, dice Elvira sofocada. Me fijo en lo que hay a nuestro alrededor. La casa no es más que un minúsculo cuarto de aseo con un váter y un lavabo. Aquí tengo todo lo que necesito, dice abriendo el grifo.
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Se supone que vengo de una manifestación y soy la encargada de hacer desaparecer las pancartas porque están registrando las casas. Mi padre dice que, antes que nada, borremos las inscripciones. Despega las letras con facilidad y por arte de magia las pancartas se vuelven de tela estampada. Ahora incluso puedes dejarlas tranquilamente sobre la mesa, dice mi padre.