jueves, 30 marzo 2017. Parecen unos grandes almacenes muy desordenados. Las prendas se amontonan en forma de laberinto. Una señora enorme se abre paso. Deja un hueco entre los setos de ropa. Me recuerda a los dibujos animados que huyen dejando su silueta en una pared. Me río. Aprovecho para ir tras sus pasos. La señora se vuelve. Disimulo mirando unas prendas mientras ella me mira insistentemente. Pienso en Atila. Vuelvo a reírme. Logro salir del caos, busco a Alberto. Pasillos estrechos muy blancos. Nada ni nadie. A lo lejos, veo su silueta a través de un cristal translúcido. Cuando estoy más cerca veo que la silueta fuma. No es él, pienso. Miro los pasillos, todos son iguales, no sé por dónde vine, no sé por dónde volver.
fideos y gominolas
martes, 28 marzo 2017. Cumpián y yo subimos el Compás de la Victoria. Unas niñas van y vienen dando saltos. Están contentas porque van a la playa. La playa es una charca artificial que han puesto en la explanada delante de la iglesia. Cumpián dice que me quede a comer, pero tengo que ir a ver a mis padres. Ten, llévales sopa, dice. Me da un plato hondo de sopa hasta los borden. Los fideos son espaguetis larguísimos que rebosan y llegan hasta el suelo. Bajo la rampa con mucho cuidado. Pienso que debería haberme quedado aunque sólo fuera para que las piernas se me pusieran morenas.
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George Clooney y Jessica Lange entran en una sala muy blanca. Una monja, con hábito blanco por la rodilla, me señala y me indica que me levante. Se supone que van a hacer una demostración de cómo rehabilitar un brazo con tendinitis. Lange se pone detrás de mí, pega su cuerpo al mío, Clooney se pega a Lange. Ponen sus brazos debajo de mi brazo izquierdo y comienzan a hacer ejercicios. El brazo me duele muchísimo. Lange se queja. ¿Yo qué pinto aquí?, pregunta en un perfecto español. Cuando hemos terminado, nos hacen pasar a otra habitación muy blanca con mesas de guardería. En una hay tres cuencos de lo que parece nata montada con gominolas. ¡Comed!, dice la monja dando una palmada.
libros de madera
domingo, 26 marzo 2017. Llego tarde al colegio. Alguien me entretiene justo antes de subir el último tramo de escalera. Llevo libros de madera que pesan muchísimo. Una monja avisa que va a cerrar. Al ver que empiezo a subir con dificultad, cierra la puerta. Qué hija de puta la monja, digo entre dientes. Una chica que me ha oído dice que podemos entrar por debajo. Hay unas láminas de plástico que tapan una gatera. Entramos. Busco mi clase, pero todas las clases están en obras. Oigo de fondo a un grupo de niñas rezando.
after eight
sábado, 25 marzo 2017. Voy a visitar a Federico, está en la cama, parece enfermo. Al parecer, le han puesto un aparato para corregir los dientes y está muy débil porque no puede comer nada. Le doy láminas de chocolatinas. Se las meto suavemente en la boca como si echara cartas a un buzón.
doctor cenicienta
jueves, 23 marzo 2017. Llego a un mostrador. Se supone que es una consulta autoservicio. Parece que estemos pasando la ITV. Una chica sale y me toma la tensión. ¡90-66!, dice muy sorprendida. ¿Quieres decir 9.0-6.6? Sí, ¡está altísima! ahora misma le asigno un especialista, dice. Pienso que es muy baja, pero no digo nada. Sale un chico muy parecido a Eduardo Laporte, pienso que es él, pero tampoco digo nada. Me da un paquete con ropa. Es ropa técnica, dice. Debo llevarla durante 72 horas. ¿Cuándo empiezo? Póntela ahora mismo, ahí (señala un rincón del suelo), que no te dé vergüenza. Le digo que prefiero ir al servicio. Suena un timbre y desaparece sin decir nada. Aparece otro chico, me acompaña al servicio de caballeros. De repente estamos en un mercadillo. El chico extiende mi ropa sobre el suelo. Como ves, la puedes combinar. Una chica coge varias de mis prendas y corre a ponérselas. Cada vez entiendo menos. Mientras pienso qué me pongo se ha hecho de noche. El falso Laporte aparece en albornoz, con una toalla liada en la cabeza. Me saluda. ¿Qué tal te ha ido?, pregunta. Bien, he conocido al auténtico Doctor Cenicienta, le digo. Se ríe. Me sorprende que pille la broma. Mira cómo voy vestida (todavía no me he puesto la ropa técnica) y mueve la cabeza a modo de reprimenda
pan de oro
miércoles, 22 marzo 2017. Tengo mucha prisa. Bajo por una escalera mecánica muy lenta atestada de gente. Delante de mí, una señora dice que no puede más y se sienta. Pienso que cuando lleguemos abajo quedará atrapada. La ayudo a levantarse. Me cuenta su vida. Me da pena decirle que llego tarde. De repente, voy en autobús por una carretera de tierra. A los lados, campo. Hay una flota de coches aparcados por orden cronológico junto a la carretera. Un chico le explica a su novia que eso se llama flota. Ella lo mira embelesada. El autobús se para. Tengo un examen y llego tarde. Me bajo y corro hasta llegar a la plaza de los monos. Corro calle Victoria abajo. Alguien me da unos folios enormes y me dice que me dé prisa. Cuando llego, el edificio por dentro es una plaza de toros. Entre los folios que me dieron hay un cheque que debo canjear. Veo a Eski en uno de los mostradores, me acerco, me mira con cara de pánico. Me dice, con gestos, que no lo meta en líos. Pregunto a una chica dónde debo pagar las tasas, que tengo mucha prisa. Hace cuentas y cambia el cheque por pan de oro. Cuarta planta, date prisa, dice. Intento subir por una pared, pero me resbalo. Subo por una escalera muy estrecha y muy historiada. El edificio se ha vuelto versallesco, de repente. El hilo musical canta algo sobre la planta en la que estoy, aunque no estoy segura de que tenga que ver ni de si ese es el camino correcto. Empiezo a pensar que me he perdido. Parece un hotel con miles de habitaciones, como cuando pones dos espejos enfrentados. A la derecha veo una habitación dorada, una cola. Pregunto si hay que coger número. Es de dos en dos, me dicen dos señoras agarrándose muy fuerte del brazo.
córner
domingo, 19 marzo 2017. Estoy sola en una enorme grada de un campo de fútbol. Estoy demasiado arriba para ver qué equipos juegan, pero en el sueño consta que es un partido fundamental para el Málaga. Sólo queda un saque de esquina decisivo. Las gradas están vacías porque todo el público, los árbitros y hasta el otro equipo al completo están detrás y dentro de la portería. Supongo que es para ayudar a parar el balón. No entiendo cómo eso puede ser legal. Tampoco entiendo que el córner se saque desde el campo contrario. Justo cuando se va chutar el balón, alguien me da un paraguas abierto y me dice que es hora de volver a casa.
De repente estoy delante de la casa de mis padres. El paraguas abierto aunque no parece que llueva. El edificio parece un barco fantasma. Le cuelgan jirones de plástico y en el centro han formado un jardín vertical. El portal está muy oscuro, no me atrevo a subir al ascensor porque sospecho que alguien lo ha manipulado. En el portal hay varias personas con paraguas hablando. Pero sólo hablan cuando las miro. Cuando creen que no las miro se quedan muy quietas mirándome a mí.
cumpián vs king kong
jueves, 16 marzo 2017. Paco Cumpián organiza una fiesta de noche vieja. Dice que no puedo perdérmela. A la vez, los amigos de toda la vida, me dicen que para esa noche han organizado una fiesta que consistirá en ir a ver un partido del Málaga en una cancha de baloncesto, que es la primera vez que se hace y que no podemos perdérnosla. Le pregunto a Alberto qué prefiere. Alberto, por toda respuesta, silba. De repente me veo en una cancha adornada con espumillón de colores. Los dos equipos están formados por gorilas. Me extraña que no lleven equipación que los identifique: todos juegan contra todos. Una cría de gorila le pasa el balón al que se supone es su padre. Su padre encesta sin dificultad porque mide 4 ó 5 metros. Toda la grada, ataviada con gorritos y matasuegras, grita: ¡King Kong gana!
de corcho
miércoles, 15 marzo 2017. Todos llevan vasos de tubo con bebidas refrescantes. Todos llevan cubitos de hielo en sus vasos. Miro el mío. Mis cubitos son de corcho.
calle de velcro
martes, 14 marzo 2017. Estoy en una especie de retiro. Hay ancianos y familias. Una pareja me cuenta sus problemas con un albañil. Su hijo dibuja de maravilla. Lo que dibuja ocurre. El niño dibuja una casa voladora y la habitación donde estamos empieza a elevarse. Caemos en una playa donde hay unos bolos gigantes de madera. Miro el paisaje. No hay casi nadie. Me gustaría saber que no hay nadie más en el mundo, una sola luz a lo lejos me crea ansiedad, les digo. No me hacen caso. Volvemos a la residencia. Me pongo las Martens e intento bajar por una cascada. Las suelas se me han despegado. Corro hacia casa para cambiarme de zapatos, pero no reconozco las calles. Una de las calles es una cuesta completamente vertical negra. Deseo que el asfalto sea Velcro y así sucede. Me tumbo y dejo que la gravedad me deslice suavemente. De ahí paso a una sala de espera donde unas personas están viendo la tele. Alberto está al fondo. Le cuento que he reservado dos noches en esa residencia (como si él supiera cuál es, como si yo fuera habitualmente) y ahora me arrepiento. Dice que me vendrá bien estar sola, pero que podía haber elegido un sitio mejor. Decido que volveré para decirles que no me quedo dos noches porque no quiero dejar solo a Alberto. Llaman a la puerta, nadie se mueve. La puerta es de cristal esmerilado color ámbar. No sé ve a nadie. Abro, no hay nadie. Al cerrar, veo pasar una figura de hombre enorme que se va gritando: ¡Me las vais a pagar!
la fiesta de las fotos
lunes, 13 marzo 2017. Alberto y yo entramos en un bar. Le voy contando algo. Junto a la entrada, Francis está contándole a un grupo de amigos lo mismo que yo venía contándole a Alberto. Francis y yo nos miramos y nos reímos. Alguien dice que nos hagamos una foto de grupo. Hay una grada con butacas de cine. No quedan asientos libres. Allí están todos los amigos que he tenido desde niña. Carlos proyecta fotos antiguas en blanco y negro, se nos ve a todos muy jóvenes. Intento encontrar un asiento libre. Entran Juan Francisco y Adriana. No sé cuándo pueden haberse conocido. Me alegro muchísimo de verlo, lo abrazo. Lleva un abrigo camel de otra época. Dice que pensaba que no llegaba a tiempo. Le digo que me ayude a encontrar a Begoña. Nada. Mientras salimos del bar, decido que no voy a decirle que lleva muerto casi un año.
calcio
domingo, 5 marzo 2017. Tomo apuntes de un programa de radio que emiten por la tele. Hablan de que han descubierto que las primeras notas de los primeros movimientos de algunas sinfonías hacen que se fije el calcio. De repente estoy en la calle. Un coche se para. Una chica me hace señas, quiere que me acerque. Es Graciela. Subo al coche, me presenta a su novio que va al volante. Le doy un beso desde el asiento de atrás. Dicen que pueden acercarme al cementerio. Llegamos, pero es un teatro con una escalinata dorada por donde baja el público. Una señora nos dice que los músicos han estado maravillosos y se despide de nosotras. Se supone que es la madre de Graciela, aunque tiene la cara de mi madre. Al bajar dos escalones más, cae. Corremos hacia ella. Le retiro un pañuelo de flores que le tapa la cara y le digo que respire hondo. La cara se le pone completamente negra. No se le ven los ojos ni la boca. Pienso en aquello de que la música fija el calcio. No puedo dejar de pensar en otra cosa.
la fiesta del martillo
jueves, 2 marzo 2017. Camino por la calle con Carmen y Enrique. Veo a Alberto, Marcos y a una de sus hermanas desguazando un coche a la puerta de una casa con jardín. Ese es Marcos, le digo a Enrique. Marcos, acabamos de estar con Ferran, le digo desde la acera de enfrente. Marcos se da la vuelta, se pone nervioso y comienza a tartamudear. En el jardín de a casa están cavando varias personas, entre ellas Juano, que me mira muy serio. Un niño, con la cara pintada de negro y rastas falsas, se excusa por algo. Eres Nico, ¿verdad? ¿Cómo sabes mi nombre?, ¿te ha hablado de mí?, pregunta (se refiere a su tío Juano). Claro, él te adora desde que naciste. Intento recordar qué día nació. ¿Eres Patricia? No. ¿Eres Ana? No. El niño se da cuenta de que su tío no le ha hablado nunca de mí, y se va cabizbajo. Noto que Juano me mira con mucho rencor y me desmayo a cámara lenta. Caigo sobre el asfalto, deseo que pase un coche en ese momento y nadie me socorra. Cuando despierto, estoy dentro de casa. Veo que unos siguen cavando el jardín. Carmen me acompaña fuera, dice que me mandará los datos para que nos veamos en Croacia, que podremos pasar el día entero en el agua. Nos despedimos. Carmen dice que tengo que animarme. Enrique dice que no me desmaye más y me chupa la nariz. Les digo que ellos no saben nada de nada. Entro en una casa vacía. Se oyen martillazos a lo lejos. La fiesta del martillo, pienso. Unos gamberros entran por el sótano para darme un susto. Salgo antes que ellos, veo el monopatín de Alejandro, me subo y huyo a toda velocidad. La carretera se convierte en una azotea, no sé cómo frenar pero lo consigo justo al llegar al borde. En una azotea más baja, veo que están entrevistando a Jonás. Bajo a casa. Hay una maceta sobre la cama, tiene una rama rota. Hundo la rama en la tierra, para que no se muera. Separo la cama de la pared, como si la cama se partiera en dos y se convirtiera en un escritorio. Levanto la almohada, que en realidad es un ordenador. Quiero escribir todo lo que he soñado.
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