jueves, 2 marzo 2017. Camino por la calle con Carmen y Enrique. Veo a Alberto, Marcos y a una de sus hermanas desguazando un coche a la puerta de una casa con jardín. Ese es Marcos, le digo a Enrique. Marcos, acabamos de estar con Ferran, le digo desde la acera de enfrente. Marcos se da la vuelta, se pone nervioso y comienza a tartamudear. En el jardín de a casa están cavando varias personas, entre ellas Juano, que me mira muy serio. Un niño, con la cara pintada de negro y rastas falsas, se excusa por algo. Eres Nico, ¿verdad? ¿Cómo sabes mi nombre?, ¿te ha hablado de mí?, pregunta (se refiere a su tío Juano). Claro, él te adora desde que naciste. Intento recordar qué día nació. ¿Eres Patricia? No. ¿Eres Ana? No. El niño se da cuenta de que su tío no le ha hablado nunca de mí, y se va cabizbajo. Noto que Juano me mira con mucho rencor y me desmayo a cámara lenta. Caigo sobre el asfalto, deseo que pase un coche en ese momento y nadie me socorra. Cuando despierto, estoy dentro de casa. Veo que unos siguen cavando el jardín. Carmen me acompaña fuera, dice que me mandará los datos para que nos veamos en Croacia, que podremos pasar el día entero en el agua. Nos despedimos. Carmen dice que tengo que animarme. Enrique dice que no me desmaye más y me chupa la nariz. Les digo que ellos no saben nada de nada. Entro en una casa vacía. Se oyen martillazos a lo lejos. La fiesta del martillo, pienso. Unos gamberros entran por el sótano para darme un susto. Salgo antes que ellos, veo el monopatín de Alejandro, me subo y huyo a toda velocidad. La carretera se convierte en una azotea, no sé cómo frenar pero lo consigo justo al llegar al borde. En una azotea más baja, veo que están entrevistando a Jonás. Bajo a casa. Hay una maceta sobre la cama, tiene una rama rota. Hundo la rama en la tierra, para que no se muera. Separo la cama de la pared, como si la cama se partiera en dos y se convirtiera en un escritorio. Levanto la almohada, que en realidad es un ordenador. Quiero escribir todo lo que he soñado.