miércoles, 22 marzo 2017. Tengo mucha prisa. Bajo por una escalera mecánica muy lenta atestada de gente. Delante de mí, una señora dice que no puede más y se sienta. Pienso que cuando lleguemos abajo quedará atrapada. La ayudo a levantarse. Me cuenta su vida. Me da pena decirle que llego tarde. De repente, voy en autobús por una carretera de tierra. A los lados, campo. Hay una flota de coches aparcados por orden cronológico junto a la carretera. Un chico le explica a su novia que eso se llama flota. Ella lo mira embelesada. El autobús se para. Tengo un examen y llego tarde. Me bajo y corro hasta llegar a la plaza de los monos. Corro calle Victoria abajo. Alguien me da unos folios enormes y me dice que me dé prisa. Cuando llego, el edificio por dentro es una plaza de toros. Entre los folios que me dieron hay un cheque que debo canjear. Veo a Eski en uno de los mostradores, me acerco, me mira con cara de pánico. Me dice, con gestos, que no lo meta en líos. Pregunto a una chica dónde debo pagar las tasas, que tengo mucha prisa. Hace cuentas y cambia el cheque por pan de oro. Cuarta planta, date prisa, dice. Intento subir por una pared, pero me resbalo. Subo por una escalera muy estrecha y muy historiada. El edificio se ha vuelto versallesco, de repente. El hilo musical canta algo sobre la planta en la que estoy, aunque no estoy segura de que tenga que ver ni de si ese es el camino correcto. Empiezo a pensar que me he perdido. Parece un hotel con miles de habitaciones, como cuando pones dos espejos enfrentados. A la derecha veo una habitación dorada, una cola. Pregunto si hay que coger número. Es de dos en dos, me dicen dos señoras agarrándose muy fuerte del brazo.