cura de lana

miércoles, 12 abril 2017. Llego a un explanada donde parece que se celebra un homenaje. Hay lápidas de hierro en el suelo. Parecen registros. Un hombre va nombrándolos uno a uno. Mira el reloj y comienza a correr, a no decir nada, a echar agua bendita sin mirar. El público protesta. Incluso un cura que hay a mi lado dice que eso no tiene perdón de Dios. Me fijo en que sotana y alzacuellos están tejidos en lana. También la cara. Se le ven las costuras. Un matrimonio dice que pronto llegará el bus para devolvernos a la ciudad. Pasa un barco a toda velocidad, cortando el asfalto. El público empieza a mosquearse. Intento hacer chistes. Esto parece el Un dos tres, ¿se acuerdan?, ahora aparecerá una azafata y nos dirán que hemos perdido un barco de recreo, les digo. Todos se ríen. Sigo diciendo tonterías hasta que aparece, por fin, el bus. El bus es vertical. Los asientos, de cuatro en cuatro, repartidos en unos veinte pisos. Sólo tiene dos ruedas. Se tambalea. Todos corren para ser lo primeros. No pienso subirte ahí, le digo al cura de lana. No me contesta, se ha convertido en el muñeco que ya era.
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Un chico muy joven estudia en un bar. Tiene la mesa llena de apuntes. Una chica rubia, de mi edad, intenta ligar con él. El chico me pregunta qué música me gusta. Tom Waits. Te gusta la New Age!, dice enfadadísimo. Pienso que no tiene ni idea de nada, el pobre. La chica dice que no podría vivir sin música. Le digo que si me quedara sorda me daría igual porque prefiero el silencio, pero sí pediría poder escuchar, al menos, una canción de Tom Waits al año. En ese momento pasa una señora con pinta de vigilante y dice que me remeta la camisa por el pantalón. Obedezco. El chico le explica a la chica rubia que las galletas y el desodorante no se guardan en el frigorífico. La chica dice que tiene una cita, le da un beso muy rápido y desaparece. Te espero, le dice el chico con ojos de corderito. Buena te espera, muchacho, pienso.