domingo, 30 abril 2017. Al entrar en la que se supone es la cocina de la casa de mis padres, una señora en blanco y negro con un vestido-bata en sobre la ropa, me dice que tenga cuidado porque hay un charco. Al parecer mi padre se ha dejado la fregona empapada en el colgador. La señora seca el suelo y dice que no me preocupe, que ella se encarga de todo. Salgo y le cuento a mi madre lo sucedido. Con toda la naturalidad del mundo, me dice que es un fantasma que suele ayudarla en tareas de casa.
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Dos autocares aparcan en la puerta de que fue la casa de mi abuela. Al parecer la han alquilado para pasar el verano. Pregunto a mis tías. No saben nada. Explicamos a los turistas que ya están bajando las maletas, que en la casa no caben todos (son más de cien), pero que podrían repartirse entre la casa de mi abuela y la casa de al lado (una guardería). De repente, cuando los turistas han comenzado a medir el suelo para repartírselo, el conductor dice que se ha equivocado de casa, que la que han alquilado es el nº46, unos 500 metros más abajo. Nos despedimos de los turistas como si fueran nuestros seres más queridos.