miércoles, 22 mayo 2019. Parece una gran fiesta en unos jardines tipo Versalles. Estoy muy a gusto comiendo gominolas de una caja de cristal de aristas doradas (igual a la que vi ayer en la recepción del Gran Hotel La Laguna y no me atreví a coger ninguna). Oigo mi nombre por megafonía. Dicen que es mi turno. Trepo por varios niveles de balaustradas hasta llegar a una terraza donde están todos los demás poetas. Toman zumos y cervezas. Pido disculpas por llegar tarde y señalo las gominolas como si eso fuera una excusa más que suficiente. Unos se ríen, otros me miran mal (sólo hay hombres). El presentador le hace la misma pregunta a todos: ¿Si encontraras un muerto en la playa qué escribirías en su pulsera vaquera? Los demás poetas responden tonterías algo azorados. Durante el descanso, le digo que esa pregunta es una tontería. De nuevo hay quien ríe y quien se molesta. Juan Cerezo se ríe disimuladamente y oigo que le dice a quien tiene a su lado: Alguien tenía que decírselo. El presentador se levanta y desaparece. Pienso que no he debido decir nada delante de tanta gente. Que quizá ha sido fruto de la cerveza, pero veo que yo era de las que tomaban zumo. Cuando vuelve, le pido telepáticamente que me haga esa misma pregunta, que intentaré que mi respuesta sea tan buena que haga buena su pregunta. Asiente. Me pregunta. Si encontrara un muerto en la playa en su pulsera vaquera escribiría el nombre del mar que lo mató.