viernes, 4 septiembre 2020. Alberto y yo vamos con prisa. Al dar vuelta a una esquina, se hace de noche de repente. Aparece una especie de presa. Alberto gira hacia la izquierda y cae al agua. Pienso (en el propio sueño) que no tengo de qué preocuparme porque como es un sueño me despertaré. No me despierto. Me asomo, a pesar de que el agua queda muy lejos del borde, se nota que es muy profunda. Dudo si lanzarme a por él o buscar ayuda. Como no debe de ver nada por la oscuridad, le digo que ande hacia su derecha, donde hay una plataforma de cemento, y que se quite la ropa para no enfriarse. Mientras, corro a por ayuda. Intento decirle a varias personas lo que ha pasado pero me salen otras palabras. Intento llamar por teléfono pero cada persona me dice un número diferente. Discuten entre ellos si es mejor el 112 o el 091. Finalmente decido tirarme yo al agua. Cuando lo hago, como si la superficie estuviera cubierta por una cama elástica, me rebota hacia arriba más de 100 metros. Desde esa altura veo a Alberto envuelto en una toalla naranja y pienso que está a salvo y, además, como es un sueño no puede pasarnos nada malo, así que me dispongo a disfrutar mi momento "vuelo". Eso lo pienso mientras voy subiendo, cuando empiezo a caer a toda velocidad, pienso que si no es un sueño voy a darme un buen golpe.