lunes, 3 mayo 2021. Salgo de lo que parece un bar. Las callejuelas están encaladas, son estrechas y oscuras. Otras personas también vuelven con prisa a sus casas. Será por el toque de queda, pienso. La ropa que llevo no sé si es mía (una falda corta de florecillas y unas botas de tacón). Como no sé dónde estoy decido volver. Elisa y Andrés están en el porche de una casa. Les pregunto dónde estamos y qué ha pasado porque no recuerdo nada. Andrés me da un papel escrito a máquina. No sé si es un poema o un jeroglífico. Se supone que está escrito entre varias personas (Blanco, Pateta, Purranki). No entiendo ni recuerdo nada. Elisa resume: tres chupitos de tequila. ¿Tanto hacen?, pregunto. Si nunca tomas tequila, sí. Tengo que volver a casa. Me acompañan. En vez de ir por la calle atravesamos tiendas. Una de ellas por encima de un expositor con cerámica y vidrio. Parecemos gatos, no rompemos nada. El vendedor intenta que compremos algo. Nos ofrece un jarrón de Sargadelos. En ese momento me suena el móvil y lo uso como excusa. Salimos por una ventana a la acera, frente al Málaga Palacio. Abro el móvil y en vez de ver quién me llama aparece un plano con una luz amarilla parpadeante. Andrés dice que eso significa que la persona que me llama está muy cerca. Tengo que volver a casa cuanto antes, le digo.
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Paso por una cafetería y veo a Luciano en una mesa, solo. Está de espaldas, tiene el pelo completamente blanco. ¿Tanto hace que no nos vemos?, pienso. Me siento a unos metros, quiero que se vuelva, me reconozca y que se lleve una sorpresa. Lo hace, viene a mi mesa, abre su portátil y participamos en un coloquio sobre literatura creativa. El moderador, desde la pantalla, pregunta si creemos que todo es autobiográfico. Los dos asentimos. De algún modo, cualquier cosa que escribamos se convierte en autobiografía, decimos casi al unísono.