bufandas

domingo, 17 abril 2022. Estoy en el que fue y dormitorio en la casa de mis padres, pero es mucho más grande. Todo está revuelto y hay muchísima gente (no conozco a casi nadie). Cada uno va a lo suyo. Entre ellos, mi familia y la familia Chivite. Laura lee tumbada en la cama de arriba de una litera (que nunca tuve). Tiene las piernas levantadas, apoyadas sobre la pared. Parece la única persona relajada de la habitación. Su madre me da un bolso de mano de raso petróleo con un lacito color yema de huevo (no me pega nada en ella llevar algo tan cursi). El bolso se abre como una carpeta y dentro hay un libro mío de poemas. Dentro del libro hay muchos papelitos señalando páginas, etiquetas de infusiones y hasta las envolturas de plástico transparente. Quiere que se lo firme. No encuentro la primera página y las demás están todas marcadas con bolis de distintos colores. algunas anotaciones están en inglés. Parece que lo ha estudiado a fondo, pienso. No sé si preguntarle a Chivite si eso es bueno o malo, él que la conoce mejor que yo. Mi abuela se me acerca en ese momento y me dice algo al oído. Alberto desde la puerta dice que es hora e irse. Mi tía dice que todavía no me ha contado lo más importante, y como le digo que ha tenido tiempo de sobra, se echa a llorar y hasta patalea. Le grito que ya está bien de chantaje emocional, que no vuelva a llamarme siquiera (y estrello mi móvil en el suelo). Sobre una silla hay un montón de bufandas. Cojo la mía para marcharme de una vez. Mi prima Elisa dice que es suya, pero que da lo mismo, que me la quede. La miro bien y no es la mía. Le pido disculpas y se la doy. Reparto bufandas a todos los presentes. Miro hacia la puerta y Alberto ya se ha ido. La habitación se ha convertido en la entrada de una casa de campo. Es de noche, parece que ha llovido porque hay charcos. La entrada es una explanada de tierra y al caminar hacia la calle, los pies se me van quedando pegados, el barro se me pega, me pesa y no me deja andar.