martes, 26 abril 2022. Parece una clase enorme al aire libre. Hay sillas con pala abatible. Alguien dice que nos sentemos rápidamente. No encuentro ninguna libre. Quito de una de las sillas una mochila enorme, la dejo en el suelo. Me siento. Un chico protesta. Acabo tomando apuntes sentada en el escalón de la acera.
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Alberto y yo subimos con el chico del sueño anterior a casa de Rosamari (una compañera del colegio a la que no veo hace más de 40 años). Un pasillo rodea la azotea. Resbala como el día que volqué en su cocina todo un bote de talco para convertirla en pista de patinaje. Damos vueltas a toda velocidad como si compitiéramos. Al cabo de un rato alguien nos llama para cenar. Bajamos, pero ahora es mi casa donde han preparado una mesa con todo tipo de adornos, como si fuera una fiesta. Junto a la mesa hay una alfombra donde mis sobrinas ensayan posturas de yoga. ¿Quién os ha enseñado? Alberto, dicen. La comida está servida, parece preparada por alguien salido de Master Chef. ¿Quién ha preparado la cena? Alberto, dicen. Mi sorpresa es morrocotuda.