lunes, 16 diciembre 2024. Llego a casa de mi abuela (aunque es la casa de doña Antonia, en Pedregalejo). Mi abuela (está muy joven) me recibe contenta, pero se queja de que todo esté manga por hombro. Mientras doblo ropa y guardo cosas en los armarios, le pregunto si está sola. Dice que mis tías y mi hermana andan por allí (hace un gesto de desdén con la mano). Le digo que ya he comprado todo lo que me encargó para Navidad, que voy a meterlo en el frigorífico y, por la tarde, cuando vuelva para cuidar de mis padres dejaré lista la carne. Queremos mucha salsa, dice, porque el año pasado no llegó para todos. Al salir, veo a mi hermana y a mis tías peleando en una habitación. De repente estoy con Alberto en un coche (en realidad es como si el coche fuera invisible y nosotros fuéramos sentados en el aire a toda velocidad). Voy hablando por teléfono con mi tía M. Dice que tengo que ir ya, que ha habido pelea y nadie quiere celebrar la Navidad. Le digo que ya estuve por la mañana, que volví a casa, que no me dio tiempo a comer y ahora voy otra vez hacia allí, pero más rápido no puedo. Protesta, me grita. Le grito también, le digo que estoy harta, que ya podrían pensar un poco en los demás y no exigir tanto. Alberto me hace una seña con la mano, como preguntando si sigue o se vuelve. Tiro el móvil por la ventanilla invisible.