sábado, 7 diciembre 2024. Llamo por equivocación a mi suegra. Cuelgo y al momento me llama ella diciendo que tiene una llamada perdida. Me propone quedar para tomar algo a la hora del vermú. Me sorprende tanto que no sé qué responder.
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Tenemos que ir a no sé qué sitio. Tres o cuatro personas esperan el autobús. Una va en silla de ruedas. Pregunto. El 8 os deja en la puerta, me dicen. El autobús es en realidad un bar con forma de cubo de cristal. Parece moderno por fuera, pero por dentro todo está sucio y viejo. No hay asientos. Nos lleva como si fuera un telecabina. Estamos en una sala de espera. Mientras, pasa una cabalgata por en la calle. Por allí andan Antonio y mi sobrino Darío (de nuevo es un niño de unos cuatro años). Le digo que salga a la terraza, que en la cabalgata van a pasar Doraemon y Keroro. El niño mira sin interés. Antonio dice que no me doy cuenta de que ya es muy mayor para todo eso, que va a cumplir dieciocho años. De repente me acuerdo del que el autobús solo pasa dos veces al día y tenemos que coger el de vuelta. Alberto está en el mostrador. Sus cosas en la mesa de centro de la sala de espera. Las recojo y se las meto en el bolsillo. Te espero en la parada, le digo y salgo corriendo. Corro por una avenida larguísima, no reconozco ninguna casa, ni siquiera la ciudad en la que estoy. Sigo corriendo. Voy tan rápido que llegó al puerto, se acaba y tengo que agarrarme a una soga para no caer al agua.