sábado, 1 noviembre 2008. Todo ocurre a la vez y junto al mar. Es de noche, pero estoy tumbada tomando el sol. Un hombre que vuelve de una manifestación intenta violarme sin soltar siquiera la pancarta que lleva en las manos. Antonio Blanco dice que tiene una pistola, dispara al hombre pero no veo si consigue darle. Blanco se transforma en un hombre negro altísimo. Le digo que un negro con una pistola es un blanco perfecto, que se deshaga de ella y escape. Comienza a correr por el paseo marítimo, como no me he despedido de él ni le he dado las gracias, me pongo unos patines para alcanzarle, lo abrazo y lo beso. Su saliva es espesa y agria. Mientras lo beso me pregunto si su saliva siempre habrá sido así o es por su transformación de blanco a negro. De nuevo en la playa, una plaga de insectos ataca a los bañistas. Me tumbo sobre mi sobrino Darío para que no le piquen. Todo mi cuerpo queda invadido por insectos de alas azules que, bajo la piel, parecen tatuajes. Me los saco uno a uno mientras observo que todos los bañistas han muerto. Llevo a Darío con sus padres. Un camarero nos persigue. Cuando consigue acorralarme, dice que sabe lo que hizo Blanco. En ese momento una ola gigante se lleva al camarero y a otras personas que paseaban por la orilla. Agarro a Juano de la mano y le digo que aunque ya no lo quiera voy a salvarlo. Todos se ahogan menos él. Una chica que no conozco de nada se acerca con dos maletas, la suya es rosa, la mía gris. Estoy lista, dice.