domingo, 2 noviembre 2008. Vivo con mi suegra, mi cuñada y mis sobrinos en un castillo. No hay puertas ni ventanas, sólo yo tengo frío. Mis sobrinos han adoptado a una marmota del tamaño de un perro. La marmota llora igual que un niño. Le abren la boca para ver qué le duele. Son los intestinos, dice mi sobrina. La escurren como si fuera un trapo mojado y salen más de tres litros de agua. Quiero irme de allí. En el patio de armas, un vigilante jurado me dice que no puedo salir, y que ni se me ocurra acercarme a las señales con forma de espiral porque roban energía. Sobre nuestras cabezas pasa una bandada de pájaros negros. Me entran ganas de llorar. Justo antes de volver a entrar al castillo, el vigilante me dice: Recuerda, tampoco puedes mandar e-mails porque la @ también es una espiral.