memoria

lunes, 3 noviembre 2008. Estoy durmiendo, mi suegra entra en la habitación y abre la ventana de par en par. Me pongo unos calcetines, las botas y salgo de casa tal como estoy, desnuda. Me siento muy triste, porque no entiendo por qué es tan injusta conmigo. En una mano llevo una botella vacía y en la otra una de vino blanco. No recuerdo haberlas cogido al salir. Busco una papelera donde dejarlas. Camino por el paseo marítimo, nadie me mira y tampoco siento vergüenza por ir desnuda hasta que veo, a lo lejos, a Camilo. Toda la vergüenza me llega de golpe, corro a esconderme en un local que parece una iglesia. Allí mi desnudez tampoco llama la atención. Un chico muy amable me saluda como si me conociese de toda la vida, me pregunta si sigo escribiendo y me cuenta lo bien que va su anticuario. Me regaña dulcemente porque hace mucho que no voy a visitarlo. Me pregunta con naturalidad si no tengo frío y acto seguido me da una camisa blanca igual a la suya. Después me enseña unas cajas antiguas de madera, preciosas. Al cabo de un rato llega otro chico más alto, también me saluda familiarmente. Se conocen entre ellos, hablan de cuando quedaban para jugar al fútbol en la playa y me piden que vuelva a organizar los torneos. Un tercer chico, con gafas, más gordo, también se acerca a saludarme. No puedo seguir fingiendo y les digo que no recuerdo a ninguno de los tres, que desde que padezco fibromialgia olvido caras, nombres y hasta me pierdo por algunas calles. El de las gafas se siente muy ofendido y se va. El chico del anticuario se aleja muy triste y se sienta en un rincón, en el suelo. El otro se interesa un poco por mis dolores y mi falta de memoria, pero mientras me habla también habla por el móvil, está quedando con una chica. No comprendo cómo han pasado de ser tan cariñosos a despreciarme. Salgo a la calle con la esperanza de que al menos uno de ellos me siga, me abrace y me consuele un poco. Al volverme, sólo veo a un anciano que sube la calle detrás de mí. Intento tomar un taxi para volver a casa, pero en la parada todos los taxis llevan dentro parejas de recién casados.