miércoles, 7 septiembre 2011. Voy por un camino de tierra muy estrecho. No me da miedo porque al otra lado hay lianas y si caigo, pienso, avanzaré agarrándome de una a otra sin caer al vacío. Caigo, quedo suspendida en el aire agarrada a dos lianas muy gruesas. Bajo el camino hay una especie de nicho donde duerme una pareja de leones. Cuando se acercan a atacarme, me balanceo y con una leve patada consigo que caigan al vacío. Sigo mi camino.
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Estoy apoyada sobre un muro dejando que el sol me dé en la cara. Cuando abro los ojos veo que tengo delante un aparcamiento al aire libre. Un montón de monjas muy jóvenes llegan, ocupan las plazas dibujadas en el suelo, extienden toallas de playa, se desnudan y se tumban a tomar el sol. ¡Cómo está el mundo!, dice una voz a mi lado. Cuando me vuelvo veo que es otra monja y también se está desnudando.
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He llegado con mi madre a un hotel. En mi habitación no hay casi nada, sólo un catre, una mesa y una silla. Me gusta. Al asomarme a la ventana veo la playa desde arriba, el mar muy verde, el agua está tan limpia que transparenta los cuerpos de los bañistas. Podría quedarme aquí toda la vida, pienso. En ese momento entra mi madre, dice que tenemos que darnos prisa y cambiar toda la decoración del hotel antes de que llegue el dueño.
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Andrés está tumbado sobre la encimera de la cocina, le da bocados a un trozo de pollo a medio descongelar. Dice que está desayunando. Le pregunto si no prefiere que le prepare algo. No abras el congelador, dice. Al abrirlo veo un gato congelado. ¡Pero si no le has quitado ni la piel!, le digo. Él sigue comiendo como si nada.
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Estoy apoyada sobre un muro dejando que el sol me dé en la cara. Cuando abro los ojos veo que tengo delante un aparcamiento al aire libre. Un montón de monjas muy jóvenes llegan, ocupan las plazas dibujadas en el suelo, extienden toallas de playa, se desnudan y se tumban a tomar el sol. ¡Cómo está el mundo!, dice una voz a mi lado. Cuando me vuelvo veo que es otra monja y también se está desnudando.
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He llegado con mi madre a un hotel. En mi habitación no hay casi nada, sólo un catre, una mesa y una silla. Me gusta. Al asomarme a la ventana veo la playa desde arriba, el mar muy verde, el agua está tan limpia que transparenta los cuerpos de los bañistas. Podría quedarme aquí toda la vida, pienso. En ese momento entra mi madre, dice que tenemos que darnos prisa y cambiar toda la decoración del hotel antes de que llegue el dueño.
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Andrés está tumbado sobre la encimera de la cocina, le da bocados a un trozo de pollo a medio descongelar. Dice que está desayunando. Le pregunto si no prefiere que le prepare algo. No abras el congelador, dice. Al abrirlo veo un gato congelado. ¡Pero si no le has quitado ni la piel!, le digo. Él sigue comiendo como si nada.