jueves, 22 diciembre 2016. Llego a una librería enorme con estanterías hasta el techo, pero techo no hay. Se puede ver el cielo. Al rededor hay un barrizal con cuatro coches aparcados. Entro a curiosear. Como me da vergüenza no comprar nada, pido dos títulos inventados para hacer tiempo. Un chico muy amable los busca en el ordenador y, sorpresa, me dice que los tienen, que me siente con él a esperar que los suban. El chico se tumba en unas gradas y miramos como los clientes entran y salen. Algunas señoras se prueban ropa años 40. Empiezo a no entender nada. Una niña pasa agitando uno de los libros que he pedido. El chico se lo quita al vuelo. Al parecer era un cuento para niños. Se lo devuelvo a la niña e intento marcharme de allí, pero otra chica me dice que quiere enseñarme las obras que está haciendo mi primo Francesco en sus jardines. Miramos hacia abajo desde una baranda mal fijada. Temo que caigamos. Los jardines es un solar con montones de tierra y setos sin forma. Todavía puede verse cómo eran antes. Al fondo hay una iglesia de piedra de la que salen de misa madres muy jóvenes con sus hijas de la mano. Las madres y las hijas van vestidas igual. Tu primo la está convirtiendo en una iglesia moderna, dice la chica. No entiendo que Francesco se haya metido en ese lío, no digo nada. La chica me mira esperando una respuesta. Mi hermana tiene un profesor que tiene once hijos, le digo para cambiar de conversación.