botones

martes, 13 noviembre 2018. Camino con una chica que me recuerda a Conchi (una compañera del instituto a la que hace años que no veo). Para acortar, cruzamos por una tienda de adornos de cerámica. Hay una familia con niños. Pienso que alguno acabará rompiendo algo. Al salir por la otra puerta, uno de los niños se pega a mí. Para cruzar lo cojo del brazo. Parece un fideo de plastilina. Tienes que hacer deporte, con estos brazos no vas a ningún sitio, le digo. Uno de sus hermanos viene a buscarlo. Hay un camión aparcado con muestras de tela. Pensamos que son para la basura y cojo algunas. Llegan dos chicas, dicen que el camión es suyo. No me lo creo pero no tengo ganas de discutir. Llegamos a una escalera encalada muy empinada de más de cien escalones. Imposible, le digo a la supuesta Conchi, aquí me quedo. Veo un rastro de botones en el suelo. Los sigo, los voy cogiendo. Son iguales a los que le cosí ayer (en la vida real) a un abrigo. Pienso que me servirán si pierdo alguno. Me llevan a un cine también muy empinado. Alberto está en la segunda fila. Bajo a sentarme con él, pero todo está ocupado. Vuelvo arriba con gran esfuerzo. Miro hacia atrás: la puerta. Si entrara un loco me mataría a mí la primera, pienso. Al momento llega Alberto y se sienta a mi lado.