domingo, 4 noviembre 2018. Camino por la calle con un grupo. Lo lidera el poeta Irazoki. Dice que tiene una sorpresa para nosotros. Entran en una óptica. Me quedo atrás mirando las enormes aceras. Me fijo en que todos son chinos. ¿Cuándo llegamos a China?, pienso. Al entrar en la óptica un chino me dice con gestos que me dé prisa y que pase detrás de una cortina. Hay una grada de bancos que casi no se sostiene. Todo el grupo de ha colocado para una foto. Irazoki en el centro. Solo queda un sitio en la última fila. Al subir, casi caigo. Me agarró a la cortina y la descuelgo. Un chino sube rápidamente a engancharla y me dice algo al oído. Se ríe. Después de la foto todos desaparecen. Me quedo rezagada otra vez, mirando el suelo de la óptica. La han construido directamente sobre la acera. Al salir, subo una cuesta empinadísima. Se levanta viento, arranca una persiana y me agarró a ella pensando que si sale volando podré violar también. Dicho y hecho. Vuelo sobre la ciudad y sobre el mar. Cuando me canso, me suelto. Deberían aparecer unos delfines, como en las películas, y llevarme hasta la orilla. Así sucede, pero son tan pequeños que temo hacerles daño si me agarró a sus aletas.