martes, 6 noviembre 2018. Retransmito desde un palco (tipo los picapiedra) el paso fugaz de una atracción (tipo los autos locos). A pesar de verse muy mal porque es de noche, la gente se agolpa, grita y aplaude cada vez que creen ver algo. Por fin llegan. Comienzo a contar con emoción fingida lo que veo. Todos gritan aún más fuerte y sacan sus móviles para grabarlo. ¡No estáis mirando! ¿Preferís verlo después mal grabado en casa!, les grito por los altavoces y me voy. Llego a una estación del cercanías. Un extranjero saca varios billetes para él y sus hijas. Todos son rubios y enormes. Cuando es mi turno, no sólo no sale mi billete sino que, como si se tratara de una tragaperras, comienzan a salir rublos. Llamo al extranjero y se los doy porque pienso que se le ha olvidado recoger el cambio. Pero siguen saliendo rublos. Son bonitos, cuadrados, con estampados, parecen pañuelos. Dudo si correr hacia el tren sin billete (es muy tarde y no sé si habrá otro) o llevarle todos los rublos al chico de la taquilla. Dejo que el tren se vaya. Le cuento al chico lo sucedido y le doy un puñado enorme de rublos-pañuelo. Llama a una compañera. Dicen que es imposible que la máquina no me haya dado mi billete ni que esos rublos hayan salido de allí. Me hacen meter la mano en una especie de cámara fotográfica antigua para demostrarlo. Meto la mano y saco más rublos. El chico me da un billete para el próximo tren. Seguro que te has quedado con algunos rublos, dice. Lo miro con absoluto desprecio. Qué decepción, le digo. El chico se pone pálido y, para arreglarlo, dice que me invita a lo que quiera. ¿Unas Ruffles?, dice. No está de broma, es un simple, el pobre. Después, para hacer las paces, me da un paseo por el pueblo mientras llega el tren. Me cuenta que está muy orgulloso porque su novia está en Gran Hermano. Como ve que ningún tema me motiva, me dice entusiasmado: ¿Sabías que han descubierto que Dios es de Murcia?