jueves, 18 noviembre 2021. Llego en un bus con aspecto de teleférico a lo alto de un monte. Oigo decir a un pasajero que le han dicho que por allí hay una librería con terraza y bar. Le digo que es justo el edificio que tenemos a la izquierda, que hay muy buenas vistas. Nos bajamos. Entro en una sala de exposiciones. Me recibe Oeste. Me abraza, se alegra mucho de verme. Una guía nos va explicando cada pieza. Hay cuadros y objetos personales de Paul Klee. Sobre una mesita hay unas tiras de papel con algo escrito. Reconozco la letra de Klee. Son originales, me dice la guía. Me extraña que las tengan así, para que todo el mundo las toque. Las huelo, las dejo en su sitio. No sabía que te gustara Klee, le digo a Oeste que mira el reloj en ese momento. Me fijo en lo tarde que es. Oeste me acompaña a la salida. Me coge de la mano y tira de mí. Corre, que todavía llegas al bus de vuelta. No se fija en que hay un escalón y cae. El escalón es una caída de al menos cinco metros. Lo sujeto colgado de mi dedo índice que he doblado en forma de gancho. Me tumbo en el suelo y estiro el brazo como si fuera de chicle para que al soltarse esté lo más cerca posible el sueño. Consigo que sólo esté a medio metro. Cae de pie. Ahora déjame pensar cómo te saco de ahí, le digo.