miércoles, 3 noviembre 2021. Hay un montón de chicas vestidas de fiesta. Ocupan varias calles de bares. Alguien me dice que han llegado de todo el país para buscar pareja. Hombres no veo. No comprendo que piensen que puedan gustar a nadie disfrazadas de princesas Disney. Entramos en un local desangelado. Niños y niñas leen textos malísimos. Una niña muy resuelta dice que prefiere hacerlo sin micrófono. Es buena. Quiero apuntar su nombre para leerla en un futuro. Una pareja se me acerca tímidamente, dicen que han visto todas mis películas. No sé de qué hablan. Salimos del local (en el suelo consta que estamos en alguna ciudad de Irlanda). Hay borrachos tirados por todas partes, como si hubiera habido una gran fiesta. Bajo un banco veo una moneda muy pequeña. Al cogerla, pesa demasiado. Lleva una cadena y varias esferas y cascabeles de oro. A la entrada del bar hay un tipo en camiseta de tirantes con muy mala pinta haciendo de portero. No me fío. Aparecen dos mujeres policías. Les digo en inglés que me he encontrado eso bajo un banco, allí, les señalo. Me dan las gracias sin convencimiento. Es oro, insisto, su dueño se alegrará de recuperarlo. Sonia se enfada porque lo he devuelto. Tú habrías hecho lo mismo, le digo. Intento hablar con mi madre por videollamada, pero responde mi tía. Le voy enseñando las calles por las que pasamos. Bajamos por una escalera de caracol oxidada. Abajo hay una especie de placita cerrada donde todos miran un carro también de hierro. El carro de Molly Malones, dice Míchel. No lo es, respondo. Quiero irme de allí, huele a orines. Una chica nos dice que cuidemos de su novio, que ella tiene que volver a España. El novio es Javier Bardem. Los dos llevan unos kimonos a juego. Es difícil tirar de él porque quiere entrar en todos los locales. Entramos en uno. Aunque parezca un bar es una casa. Sobre la mesa alguien ha colocado su almuerzo y una lata de cerveza. Bardem se come todo lo que hay en el plato. Alberto se bebe la cerveza. Sonia y Míchel esperan fuera avergonzados. Aparece la dueña de la casa con sus dos hijos (una señora enorme con delantal). Su hijo lleva un cuchillo japonés y la hija un rodillo de madera. Me río para adentros porque parecen de dibujos animados. Se queja en francés. Le respondo, también en francés, que mis amigos se han equivocado, que creían que era una restaurante. Me amenazan. Mientras, Alberto y Bardem están mirando los cuadros que hay por los pasillos de la casa, como si estuvieran en un museo. Cuando aparecen en el salón y reconocen a Bardem, la señora y su hijo se quedan de piedra y comienzan a hacer reverencias. la hija se desmaya. Aprovechamos para largarnos.