sábado, 13 septiembre 2008. Estoy en una casa con pasillos muy largos. El suelo está lleno de juguetes como si en esa casa vivieran varios niños. En el pasillo me encuentro a Alberto Tesán. Me alegro muchísimo de verlo y pienso que al final ha podido venir a mi lectura. No puedo quedarme ni un minuto más, dice abrazándome. Lo acompaño a la puerta. No entiendo cómo ha venido desde Barcelona sólo para un minuto. Cuando va a salir, nota que se le ha pegado algo a la suela de los zapatos. Son unas esposas doradas. Se ríe y me pide que me las ponga. Le explico que no son mías, que son de juguete, que deben de ser de los niños. Se ríe socarronamente, tú no tienes hijos, dice. Estoy tan triste por que se vaya, que no le doy explicaciones, ni siquiera le digo que esa no es mi casa. Me pongo las esposas pero se rompen. Vuelve a abrazarme y dice que tiene que irse inmediatamente. No quiero que note que estoy llorando, pero se da cuenta porque le he mojado la camisa. Siento una vergüenza enorme.
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Entro con Alberto y David González a una tienda de ropa jipi. David se quita inmediatamente la ropa y empieza a probárselo todo. Alberto me trae varios vestidos largos, muy bonitos, pero a todos les saco faltas. Unos tienen demasiado escote, otros son demasiado largos. Me pone por encima uno rojo y yo me lo remango hasta las rodillas. Este puedo cortarlo, le digo. Se pone muy contento y va a pagarlo. Mientras, entro en una habitación, pensando que es el servicio, pero es un dormitorio muy austero, como de convento. Sobre la cama está toda la ropa de David. Hago fotos de algunas cosas, un lavabo roto, una figura de Juana de Arco, el pomo de un cajón de un escritorio. Afuera oigo voces y pienso que si las monjas que viven allí me ve, no me dejarán salir nunca. Me asomo a la ventana por si puedo saltar a la calle, pero estoy en un piso alto. Sobre la cama hay cada vez más ropa, pienso que es de David y no puedo dejarla allí. La meto en una maleta, pero según voy guardando, la ropa parece reproducirse, cada vez hay más. También hay carpetas con folios escritos, que imagino son poemas de David. Lo guardo todo con cuidado y espero a no oír voces en el pasillo para salir. En el rellano hay varias puertas y ni rastro de la tienda jipi. Temo equivocarme y abrir la que no es. Empujo una puerta blanca sin manilla, y salgo a una escalera. Bajo a todo correr. En la calle, no veo a Alberto ni a David, sólo a antiguas compañeras de colegio, desayunando en un bar.