sobrinos y funeral

sábado, 18 octubre 2008. He quedado para la presentación de una revista de poesía. Mis sobrinos, que nunca han leído un libro, se muestran muy interesados en acompañarme. Elena me dice que todavía tiene que desmaquillarse, y Diego me pregunta si se ha vestido adecuadamente. Aunque son mayores se comportan como niños buenos. Cuando llegamos al local, hay una verbena y las revistas están tiradas por el suelo. Mis sobrinos se enfadan porque aquello es un desastre. Todos los poetas están borrachos o a punto de estarlo. La puerta de salida es de vinilo naranja transparente. Y encima ni hay una puerta decente, me recriminan mis sobrinos.
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En la plaza principal de Logroño se celebra el entierro de un amigo de Carmen y Enrique. Todos lo celebran como si fuese la fiesta patronal, hay puestos de comida y vino gratis para todos. Carmen está muy contenta porque todo está saliendo muy bien. El coche fúnebre es blanco. Noto que tengo fiebre y voy al hotel a tomar una pastilla. Con la cabeza embotada, espero en una cola de autocares con Alberto y Andrés. Los autocares se van sin nosotros y Alberto y Andrés desaparecen. Pienso que se han ido en el último. Intento entrar en un vagón de tren que está en marcha, pero un chico me dice que es muy peligroso. Me agarro a la barra de la puerta y en una curva estoy a punto de caer. El chico me ayuda a entrar y me cede su asiento. Dice que de todos modos ese tren no lleva a Logroño. El tren recorre una ciudad de calles estrechas a una velocidad de vértigo. Cuando veo una iglesia, le digo al chico que voy a saltar del tren. El chico acciona una palanca del techo y el tren frena. Salta ahora, me dice. Le agradezco la ayuda enseñándole a César, el erizo, y él se siente tan pagado como si le hubiera dado un millón de euros. Dice que le da pena saber que no volverá a verme. Yo le digo que también, pero es mentira. Corro por las calles como si llevara ruedas en los pies, hasta llegar a la plaza de antes, que todavía está llena de gente. En un bar, veo a mi Hermana y a su marido. No sé qué hacen allí y no me alegra nada verlos. Primero pienso en esquivarlos, pero finalmente me acerco y les pido que llamen a Alberto. Hero me dice que lo ha llamado varias veces pero debe de tenerlo apagado. Imagino que Alberto, al ver su número, no ha querido responder. Le pido que me lo deje para enviarle un sms y decirle que me he perdido.