jueves, 4 diciembre 2008. Entro en una casa que no reconozco. Los muebles de mi habitación están rotos y amontonados, mi ropa tirada por el suelo. Todos me miran con miedo porque saben que me encabronaré con mi hermana por lo que ha hecho con mi habitación. No se equivocan. En vez de insultarla la ignoro. Las ventanas de la nueva casa dan a un pantano. Todas las ventanas tienen abrevaderos para el ganado y debajo un pantano con aguas muy turbias. Los hombres de la familia se asoman y dan de comer al ganado que descansa en terrazas móviles. Mi prima Cristina no advierte que están en movimiento y cae. Todos ellos vuelven la cabeza. Sólo yo la veo caer al agua. Nadie es capaz de tirarse a buscarla. Cuando voy a lanzarme, Salva, su marido me retiene porque dice que ha muerto. Pienso que tengo que decírselo a mi madre, pero como no sé cómo, sólo la abrazo. Mi madre tiene el tamaño de un cojín entre mis brazos y la agarro muy fuerte contra mi pecho mientras veo a Salva, Andrés y Hero vaciar el pantano con sus propias manos. Desde allí arriba pienso que ya nada tiene sentido. Mi hermana pide que la consuele tirándome del pantalón, pero no le hago ningún caso a pesar de que no consolarla me hace sufrir.