miércoles, 24 diciembre 2008. Alberto me acompaña a la facultad de económicas. Le digo que creo que no voy a matricularme. Entramos en una clase empezada. Mientras hacen un examen, tanto los alumnos como los profesores comen en mesas vestidas de gala. Uno de los profesores dice que debo hablar con el psicólogo para que me oriente. Me ofrecen de comer. Yo sólo quiero irme de allí.
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Daniel lleva el pantalón muy abultado. Me dice que no es lo que yo pienso y se saca un muñeco de peluche. Lo he robado para mi hija, dice.
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Estamos de acampada con poetas de todo el mundo. Para ir a los servicios tenemos que atravesar un pequeño bosque. Elena Medel sale de su saco de dormir y dice que ha leído mis poemas. Los lee en alto delante de todos imitando a Chiquito de la Calzada. Me gusta tanto cómo los lee que les propongo escribir entre todos un libro de poemas en chiquitistaní. Aplauden la idea. Corro al bar del campamento para llamar a Joan por teléfono y contarle mi gran idea. La bajada al bar está cubierta de arena dorada muy fina, resbalo. Un policía resbala delante de mí. El camarero se asusta. Todos nos quedamos callados, esperando que el policía diga algo. Un café, dice. Todos respiramos tranquilos. Le pregunto a uno de los clientes dónde está el teléfono público. Antes los cafés llevaban más espuma, responde.
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Daniel lleva el pantalón muy abultado. Me dice que no es lo que yo pienso y se saca un muñeco de peluche. Lo he robado para mi hija, dice.
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Estamos de acampada con poetas de todo el mundo. Para ir a los servicios tenemos que atravesar un pequeño bosque. Elena Medel sale de su saco de dormir y dice que ha leído mis poemas. Los lee en alto delante de todos imitando a Chiquito de la Calzada. Me gusta tanto cómo los lee que les propongo escribir entre todos un libro de poemas en chiquitistaní. Aplauden la idea. Corro al bar del campamento para llamar a Joan por teléfono y contarle mi gran idea. La bajada al bar está cubierta de arena dorada muy fina, resbalo. Un policía resbala delante de mí. El camarero se asusta. Todos nos quedamos callados, esperando que el policía diga algo. Un café, dice. Todos respiramos tranquilos. Le pregunto a uno de los clientes dónde está el teléfono público. Antes los cafés llevaban más espuma, responde.