martes, 26 octubre 2010. La calle donde vivía mi abuela está en obras. Unos niños corren con sus bicis entre los montones de escombros. Mi prima Elisa, muy niña, monta su triciclo y corre hacia un agujero tapado con un plástico. La veo caer. Pido ayuda, grito que hay que sacarla de allí como sea. Intento descolgarme pero el agujero es muy hondo. El agujero cambia y se convierte en una explanada que da a un colegio de monjas. Una monja sale y le da a Elisa un plato de comida. Le digo a gritos que entre al colegio y desde allí suba a la calle, pero la monja no la deja y ella no insiste, se sienta en el suelo a comer.
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Al quitarme la camiseta veo una mancha morada enorme en mi pecho izquierdo. Mi madre entra en ese momento. Intento sonreír, seguirle la conversación. Pienso que no debe enterarse porque sufrirá mucho, pienso que voy a tener que inventar alguna buena mentira para desaparecer un tiempo hasta que me cure.
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Al quitarme la camiseta veo una mancha morada enorme en mi pecho izquierdo. Mi madre entra en ese momento. Intento sonreír, seguirle la conversación. Pienso que no debe enterarse porque sufrirá mucho, pienso que voy a tener que inventar alguna buena mentira para desaparecer un tiempo hasta que me cure.