enemigos

jueves, 7 octubre 2010. Mi amigo Francis me persigue por una casa llena de muebles para matarme. A ratos lleva una pistola, a ratos un mazo de madera. No sé qué le pasa. En un descuido consigo salir de la casa, dudo si bajar a la calle o subir a la azotea. Pienso que él pensará que he bajado a la calle, así que subo. En la azotea hay toda una ciudad de edificios de tres plantas con jardín. Alguien me pregunta si quiero alquilar una casa. Me pregunto si Francis me encontrará.
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Estoy sentada en el escalón de un portal mirando a la gente que pasa y recuerdo que alguien me ha dicho, después de acostarse conmigo, que no había pensado en mí. Pienso que en realidad me da lo mismo. Pienso en si ha sucedido de verdad o lo habré soñado.
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Voy en autobús con Camilo. En una parada sube Purranki, se sienta al fondo. Me acerco a saludarlo. Lo noto muy serio, como si prefiriera que no lo hablara. Le presento a Camilo y se ponen a charlar animadamente. Me bajo en la siguiente parada, para dejarlos hablar en paz.
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Alberto y yo entramos en el ascensor de un hotel en el momento que Cumpián sale. Le doy a Alberto la llave de la habitación y le digo a Cumpián si puedo acompañarlo un poco. Para cruzar la calle me agarra de la cintura del vaquero, me levanta y me lleva como si fuera un saco. Casi nos atropellan. En un descampado una mujer gordísima lava a su marido, igualmente gordo, echándole tinas de agua por encima. Los dos están desnudos. El hombre llora como un bebé gigante. Le doy un codazo a Cumpián para que los mire y le digo que parece una escena de Beckett. ¿De verdad has leído a Beckett?, dice. Todo, no me he dejado ni una palabra sin leer. ¿Saber lo único que echo de menos?, que por las calles no sonara como hilo musical de fondo, la voz de Beckett leyendo su obra, le digo. Cuando me vuelvo a ver su cara, me doy cuenta de que Cumpián se ha quedado unos pasos atrás y está mirando un escaparate lleno de figuritas de barro.