jueves, 17 noviembre 2011. Encuentro a María mirando la ventana de la que fue mi casa de niña. Le recuerdo que la casa la tiraron y ese edificio ya no tiene nada que ver conmigo. Sólo espero a mi hermana, dice. Su hermana llega, es enorme, nos pregunta si sabemos algo del nuevo libro de Harry Potter. Tú debes saberlo, dice, lo publica Ferran. Me extraña y me alegra a la vez, porque pienso que va a vender muchísimos. Un camión descarga varios palés de libros a las puertas de un bar. Alguien se ha olvidado una caja con una camisa y pienso que se perderá entre los libros, la recupero y voy preguntando, bar por bar, de quién es. En un pub años 70, con asientos de obra y cojines de flores, un hombre me dice que deje de hacer el tonto y ayude a recoger los cojines de afuera por si llueve. Un tipo, mitad mago Tamariz, mitad Ocaña, me dice que si no me acuerdo de él. Ni idea. Se quita la gorra por si así lo reconozco. Intento esquivarlo. Aparece Héctor, me alegro muchísimo de verlo, lo abrazo. Ya ha pasado todo, me dice. Unos pasos más allá veo a Antonio casi irreconocible: lleva el pelo teñido de negro con una cresta punki verde y una trenza muy larga recogida en la nuca. Me dice, muy contento, que la trenza es de junco teñido y que es postiza. No digo nada. Nos sentamos a comer en una mesa enorme. Al principio no reconozco a nadie, pero al fijarme veo que se trata de mi familia. En la esquina opuesta distingo a Juan, lo saludo con la mano, feliz. Nos hablamos desde lejos, haciéndonos señas. Me señala lo que está bebiendo, té verde con frambuesa. Señala una lata que mi hermana ha abierto y me explica que en realidad me la trajo a mí. Se ríe. Nos reímos. Le digo que quiero regalarle un kimono. Se ríe. Me fijo en que llevo puesto un albornoz, me siento muy triste. Me levanto, salgo a la calle y me siento en la acera a tomar el sol.