miércoles, 16 noviembre 2011. La madre de Alberto está en la cama, entro a abrir las cortinas, a preguntarle cómo ha dormido y a contarle algunas noticias da tele. Le digo que han aprobado la ley de divorcios. De repente, se levanta sola de la cama, me tira cosas, todo lo que encuentra a su paso, me grita que si me divorcio me mata. Intento decirle que sólo era una noticia de la tele, pero las palabras no me salen. Por un lado me alegra que vuelva a andar, por otro temo que me mate de verdad.
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Me despiertan unos ruidos en la terraza, me asomo por detrás de las cortinas si llegar a abrir la puerta. Mi vecina y un albañil están haciendo obra en mi terraza, me pregunto cómo habrán entrado, si habrán saltado el muro. Les oigo hablar de los cambios que van a hacer. Voy a ducharme y a vestirme para salir y decirles algo, pero tampoco sé que puedo decir porque la obra ya está hecha. En el cuarto de baño hay varias chicas maquillándose. No entiendo qué hacen en mi casa. Una de ellas le cuenta a las otras que no quiere saber nada de los hombres, que a partir de ahora sólo se acostará con mujeres. Pienso que igual no notan mi presencia y entro a ducharme. Una de ellas dice que quiere ducharse conmigo.
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Camino con Virginia por calle Carreterías. Dice que es incapaz de recordar el apellido de Virginia. Virginia eres tú, le digo. No sé si habla en serio o en broma, pero no le digo nada. Le digo trucos para recordar datos, le cuento cómo me aprendí hace años la tabla periódica de elementos y aún hoy la recuerdo. Mientras miramos zapatos en un escaparate. Virginia saluda a Mario. Yo también. Ella no entiende de qué podemos conocernos. Le explico que estudiamos juntos, que él se hizo diseñador de alta costura. Virginia me mira asombrada. ¡Mario es el Fernando Alonso de los trajes de novia!, dice levantando el índice. Mientras Mario, en un coche deportivo, lee una revista.
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Me despiertan unos ruidos en la terraza, me asomo por detrás de las cortinas si llegar a abrir la puerta. Mi vecina y un albañil están haciendo obra en mi terraza, me pregunto cómo habrán entrado, si habrán saltado el muro. Les oigo hablar de los cambios que van a hacer. Voy a ducharme y a vestirme para salir y decirles algo, pero tampoco sé que puedo decir porque la obra ya está hecha. En el cuarto de baño hay varias chicas maquillándose. No entiendo qué hacen en mi casa. Una de ellas le cuenta a las otras que no quiere saber nada de los hombres, que a partir de ahora sólo se acostará con mujeres. Pienso que igual no notan mi presencia y entro a ducharme. Una de ellas dice que quiere ducharse conmigo.
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Camino con Virginia por calle Carreterías. Dice que es incapaz de recordar el apellido de Virginia. Virginia eres tú, le digo. No sé si habla en serio o en broma, pero no le digo nada. Le digo trucos para recordar datos, le cuento cómo me aprendí hace años la tabla periódica de elementos y aún hoy la recuerdo. Mientras miramos zapatos en un escaparate. Virginia saluda a Mario. Yo también. Ella no entiende de qué podemos conocernos. Le explico que estudiamos juntos, que él se hizo diseñador de alta costura. Virginia me mira asombrada. ¡Mario es el Fernando Alonso de los trajes de novia!, dice levantando el índice. Mientras Mario, en un coche deportivo, lee una revista.