lunes, 9 abril 2012. Salón de actos. Unas chicas pasan bailando por el pasillo. El público grita, ¡Más, más!, pero las chicas desaparecen y un señor muy gordo comienza a dictar un problema. Todos toman apuntes menos yo, que me dedico a mirar entre el público por si conozco a alguien. El problema va de calcular la distancia que recorren dos trenes que van cargados de explosivos y de la pérdida de energía que supondría si chocaran el uno con el otro. Al cabo de un rato varias personas del público se levantan al escenario y pinchan en un corcho la solución. Me acerco a verlas. El profesor me mira, sabe que no he tomado apuntes, me pregunta qué me parecen las respuestas. Todos se han olvidado de la aceleración, le digo y vuelvo a mi asiento.
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Veo a Blanco entre un grupo que ocupa una habitación muy pequeña. Hace mucho que no nos vemos y pienso que vendrá a abrazarme. Nada. Se acerca y me cuenta que ha estado en un parque natural, de vacaciones. Alguien pregunta cómo puede evitarse llorar en una despedida o un reencuentro. Les digo que sólo conozco a una persona a la que nunca he visto llorar, pero no les digo que esa persona es Blanco. Blanco se me acerca y me mira fijamente a los ojos, está a pocos centímetros de mí. Tengo que aprender mucho de ti, le digo.
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Veo a Blanco entre un grupo que ocupa una habitación muy pequeña. Hace mucho que no nos vemos y pienso que vendrá a abrazarme. Nada. Se acerca y me cuenta que ha estado en un parque natural, de vacaciones. Alguien pregunta cómo puede evitarse llorar en una despedida o un reencuentro. Les digo que sólo conozco a una persona a la que nunca he visto llorar, pero no les digo que esa persona es Blanco. Blanco se me acerca y me mira fijamente a los ojos, está a pocos centímetros de mí. Tengo que aprender mucho de ti, le digo.