domingo, 29 abril 2012. Llego a la casa de Alejandro. Pienso en un termómetro: un pasillo amarillo muy largo con habitaciones a los lados. Me lleva de la mano a la suya, dice que no hable, que no toque nada, que no despierte a nadie. No sé de qué me habla. Cuando entro, veo que del techo cuelgan fetos en burbujas, como esos osos de peluche que meten dentro de un globo para regalo. No sé qué decir. Como si pudiera leerme el pensamiento, dice: No tienes que decir nada.