lunes, 10 septiembre 2012. Abro una caja de cartón, dentro hay un disfraz: blusa beige, chaqueta sin solapas con broche, falda de cuadros y peluca rubia con flequillo. Me lo pongo todo. Llega una señora vestida exactamente igual y posamos juntas ante un fotógrafo. Aparece Javier, dice que la máquina de fotocopias está libre. Le doy a varios botones para imprimir mis últimos poemas. Javier se echa las manos a la cabeza. ¡No!, ¡esa es la impresora de cubos!, dice. Efectivamente, mis poemas no aparecen en folios sino en las etiquetas de unos cubos de pintura, cada cubo un poema. Alguien dice que eso es mucho mejor. Coloca los cubos con los poemas en una fila, en el suelo, y junto a ellos hace un collage con las fotos disfrazada que me hicieron. Javier está muy contento, se abraza a la chica. Un perro se acerca a oler los cubos, después me huele a mí, me mira a los ojos y niega con la cabeza.