miércoles, 5 septiembre 2012. He ido a ver a Jota. Su casa está en obras, no se puede entrar, así que vamos a un museo de cubitos de hielo. Nos abrazamos a cada momento. Un vigilante me guiña con una mueca digna de cualquier videoclip cutre. Su novia nos mira y sonríe. Al principio no lo entendía, ahora te quiero mucho, me dice. Le digo que no se preocupe, que no me volverán a ver, que ya no hace falta. Te he hecho una bufanda color canela, le digo, la he dejado en el armario de la entrada. A pesar de las obras entramos como podemos en la casa, buscamos la bufanda en el armario. Está lleno de bolsas de plástico idénticas. De repente estoy en el parque, recuerdo que había quedado para comer con mis padres, miro el reloj. ¿Ya son las siete y veinte?, digo en alto. Hoy todo te va del revés, son las cuatro menos veinte, dice una voz en off. De todos modos la hora de comer ha pasado, compraré unos dulces e iré a merendar, me digo. Una familia india vestida con la equipación del Barça, me pregunta cuándo pasa el autobús negro. Le digo que aquí los autobuses son azules. No, el negro, repiten. A pesar de la prisa les explico que no existen autobuses negros, que sólo eran negros los taxis, pero de eso hace más de 30 años. Se ríen, estábamos de broma, dicen. Pienso que no llego ni para la hora de la cena. Cada autobús en el que intento entrar se convierte en un armadillo enorme y me pregunto si era eso a lo que se referían los indios del Barça. Mientras espero a que pase el C1 se ha hecho de noche. Una niña lee un cuento sentada en la parada. En la portada hay un dibujo de una pareja abrazada delante de un enorme cubito de hielo.