martes, 16 mayo 2017. Suena el móvil de Alberto. Se oye una voz estridente diciendo pamplinas. Debe ser un niño gordo que se ha equivocado de número al marcar. Imagino un niño con unos dedos muy gordos y unas teclas muy pequeñas. En un escaparate vemos unas plantillas de bizcocho enormes. Alberto entra detrás del mostrador para verlas mejor. Dos chicas insisten en que las pruebe y me dan trozos enormes cargados de fruta de lata y gelatina. Cuanto más les digo que no más quieren que coma.
Veo pasar a una de mis tías. Qué raro, nunca sale sola, le digo a mi madre. Eso es que tu hermana ha pedido un deseo y tu tía va a echar una moneda a la fuente para que se le cumpla, responde mi madre con toda naturalidad. Entramos en una especie de sala de curas. Hay enfermos en sillas de ruedas y una enfermera idéntica a las que piden silencio en los carteles. Mi madre dice que les lleva unas cosas. Saca de una bolsa unos apliques para colgar en la pared, un bolso viejo, un monedero roto, una cartera plateada. La enfermera lo va pasando por un lector de códigos y aparece un precio para cada cosa. Mi madre me pregunta si quiero algo antes de dejárselo a la enfermera. Está todo roto, le digo. A lo mejor ese era el deseo de tu hermana, dice mi madre y se ríe.