martes, 30 mayo 2017. Se supone que estamos en Islandia. Salimos de un hotel y vemos una bahía enorme. La bahía a ratos es un lago, a ratos un bosque de árboles. Pienso que se parece a las fotos de Ibán Ramón. Le digo a Alberto que tiene que hacerme una foto con ese fondo, pero donde yo salga muy pequeña, como un alfiler entre el paisaje. Caminamos hasta llegar a unos edificios grises que dan la sensación de estar congelados. Me parece ver a mi prima Cristina en una tienda. No comprendo qué hace allí. Entro. Lleva unas bolsas enormes negras. Dice que lleva un rato buscando un detergente que lleve limón. Todo está escrito en un idioma rarísimo. Veo una botella amarilla con un limón dibujado. ¿Esta? Tampoco. Pienso que Alberto lleva demasiado tiempo fuera, solo. Al salir de la tienda, a chica de la caja habla con acento cubano. De repente todos estamos en una habitación de paredes verde musgo con muy pocos muebles tomando té. Alberto le pregunta si ella, o algún amigo, puede hacernos de guía. Mi prima Cristina se ha transformado en su hermana Elisa. Está delante de una pared con techos altos de donde cuelga un cuarto muy pequeño. Muy fotogénico todo. Intento hacerle una foto, pero la cámara no me deja, comienzan a salirle pequeños objetivos por todas partes. Me enfado muchísimo.