lunes, 18 noviembre 2019. Estoy al fondo de un salón de actos. Un grupo baila mientras una chica canta verdiales. Pienso que tienen mucho mérito porque todo está completamente a oscuras. Las luces se encienden y alguien me dice que me toca presentar. Mientras camino hacia el escenario alguien me da un micrófono. En la otra mano llevo pipas peladas. Algunas caen por el camino. Mientras llego ya voy hablando como si se tratara del club de la comedia. Cuento que no recordaba que tenía que actuar porque tengo la cabeza mal. Fíjense si la tengo mal que ayer me hicieron una resonancia magnética. Lo digo en lo que me parece un tono muy gracioso, pero nadie se ríe. En el escenario está Carmen López, sentada en una silla baja, casi al ras del suelo. Le pregunto si era ella la que cantaba. No, era Isabel, dice señalando hacia el grupo. Un tipo muy serio nos dice que ya está bien de cháchara y me quita el micrófono. Las pipas se me caen al escenario. Él habla al público mientras se proyecta un vídeo de Matías Prats de joven. Bajo como puedo. El escenario está muy alto y no puedo agarrarme a nada para no perder las pocas pipas que me quedan.