domingo, 24 noviembre 2019. Veo a la familia Chivite a punto de entrar en un bar. Me acerco a saludar. Chivite lleva el pelo liso y rubio. Le paso la mano como si fuera un cachorro. Dice algo que no llego a oír. Su hija Laura me mira muy fijo y sonríe. Me debes mails, le digo con la mirada.
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En la calle hay unos coches amarillos de plástico aparcados. Son muy raros, hidropedales con ruedas. Los asientos están incrustados en el plástico. También hay chicos con chaquetas amarillas que van parando a la gente y según la pinta que lleven lo suben a los coches o los dejan marchar. Uno de ellos me para, se distrae, cojo una de las chaquetas amarillas y me la llevo en una bolsa por si la necesito más adelante. Al pasar por un callejón veo un montón de coches amarillos en un garaje. Han precintado puestas y ventanas, meten a personas sin chaqueta. Escapó cómo puedo y llego a una zona donde hay un grupo escondido en una farmacia. Les digo que saldremos por la ventana. No les cuento lo que he visto para que no se asusten. Os quedaréis todos en mi casa, les digo. Mientras caminamos silenciosamente intento llamar a casa, pero mi teléfono no funciona. Debería tener un teléfono de verdad, pienso.