sábado, 30 mayo 2020. Daniel había tenido un hijo y había puesto un nombre que sonaba a comanche. Me lo contaba por teléfono, desde una cabina. Yo quería decirle que estaba muy triste y no sabía dónde ir, pero no me parecía bien estropearle su buena noticia.
yogur
jueves, 28 mayo 2020. Carmen tiene tres niñas en vez de dos. La más pequeña me tira del jersey, dice que quiere un yogur. Le digo que su madre está muy ocupada porque ahora es fotógrafa. Veo a Carmen al final de la calle, detrás de una barandilla haciendo fotos. Si hay yogur en la mochila te lo doy yo, le digo a la niña.
piedras con pelo
viernes, 22 mayo 2020. Parece un restaurante de lujo que, según van marchándose los invitados, va convirtiéndose en un chiringuito de playa. Alguien lo retransmite por megafonía: "Ahora salen los padres de los novios, ahora los padrinos, algunos invitados han bebido de más, podrán identificarlos fácilmente por...", etc. Algunos invitados llevan una tira de plumas blancas en la cabeza. Los que la llevan (tanto hombres como mujeres, parecen avergonzados). El chiringuito ha desaparecido por completo, queda la playa. Las damas de honor se quitan los vestidos y se lanzan al agua. Me llama la atención que llevaban debajo el bikini. Mientras todo esto sucedía Joan jugaba con las piedras de la orilla. Le pregunto si nos bañamos o el agua estará muy fría. En ese momento una ola llega hasta nosotros y moja a Joan hasta la cintura. Muy fría, dice. Le digo que a pesar de tener ya la piedra perfecta, me gustaría llevarme otra, pero no sé cuál. Joan me lanza una piedra gris con forma de romboide. Es preciosa, pero sigo buscando. Miro las piedras que tengo a mi alrededor y observo que a algunas les están creciendo pelos. Siento un asco infinito. No quiero decirle nada a Joan para no estropearle el día. Quiero marcharme de allí.
chispas
jueves, 21 mayo 2020. Parece que la fue la primera casa de mis padres. Mi padre sale de la cama muy enfadado. Dice que no ha podido dormir toda la noche por mi culpa, porque al hacer la cama dejé muy corto el embozo de la sábana. Lo dice a gritos y se vuelve a acostar. Al momento vuelve y enciende el calentador. Le digo que parece que bombona está vacía. Para demostrárselo la levanto con un dedo. Enfurece y llena un esto de mimbre de trozos de madera y le prende fuego. La madera suelta chispas, saltan hacia los muebles. Temo que provoquen un incendio. Me vuelvo a la cama y si se incendia la casa será culpa tuya, dice mi padre.
cuatro peras y un cuhillo
lunes, 18 mayo 2020. Se supone que acabamos de salir de una lectura de poemas y estamos decidiendo a qué bar vamos. Jorge me dice algo que no llego a entender, mientras un chico muy alto sale de su coche y se acerca a nosotros. Pienso que me ha advertido de que es Jota, pero estoy segura de que se ha equivocado porque no se parece a Jota. El chico se acerca a nosotros, saluda, me da dos besos. Le digo a Begoña que se acerque, que debemos decidir dónde vamos. Di ce que ella se va a su casa. Caigo en la cuenta de que estamos en A Coruña. Como si se tratara de una obra de teatro, les digo: Vamos a empezar desde el principio.
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Alberto, Iker, Joan y yo, estamos en una terraza de un bar. La mesa es muy pequeña y nuestros codos chocan cuando comemos. Nos reímos todo el tiempo de la situación. A la hora del postre, sólo hay un cuchillo y debemos esperar a que otro termine de usarlo. Además, el cuchillo no es de postre, es de mantequilla. Cuando por fin me toca, Joan dice: Cuatro peras y un cuchillo. Como si fuera la frase más graciosa del mundo, nos reímos todos a carcajadas.
círculo de teletransporte
sábado, 16 mayo 2020. He quedado con Elías a las 15.15h. Para no llegar tarde a ninguna cita he construido un círculo de teletransporte en el parque. He colocado piedras negras formando un círculo sobre un empedrado blanco, si camino de derecha a izquierda sobre ellas y rápidamente me coloco en el centro, me llevan al lugar al que quiero ir en ese mismo instante. Lo hago, pero no sucede nada. Repito la maniobra varias veces. No funciona. Veo a unos chicos trabajando. Le pregunto si han tocado las del círculo. Uno de ellos me dice que los contrataron para arreglar el empedrado y como estaba perfecto, para no quedarse sin trabajo, sacaron todas las piedras y las volvieron a recolocar. ¿La piedras del círculo son las mismas? No, están desperdigadas por el parque, dice. Pienso que ahora cada una de las piedra que formaba parte del círculo de ha convertido en miniteletransporte y que quizá por eso aparezcan hormigas en sitios insospechados. Me dirijo a la parada de bus y veo a mi madre en la cola. Me sorprende muchísimo que haya salido sola, pienso que quizá se haya perdido. La abrazo. Dice que lleva tres cuartos de hora y el bus no aparece. Miro el reloj, son las 15.45h. Seguro que Elías sigue esperándome, pero no puedo dejar sola a mi madre. Le pregunto dónde va. Dice que ha encontrado el álbum de fotos de mi abuela y que hay fotos de todas sus nietas menos mías. Que iba a casa de mi abuela a buscar mis fotos. Pienso que se ha olvidado de que la casa de mi abuela es ahora un bloque feo de pisos. Le digo que yo saqué mis fotos del álbum, que las tengo guardadas, que no se preocupe.
escoba de bruja y dos caballos
lunes, 11 mayo 2020. Estoy en una iglesia, hay mucho trasiego, parece que va a empezar la misa. Veo cómo una chica mira a su alrededor para salir de allí. La sigo. Llegamos al servicio, pero está ocupado. Otra chica se cuela, abre la puerta antes de que nos de tiempo a decirle que hay un tipo dentro. La chica sale avergonzada, pidiendo perdón. Pienso que no me gusta que el servicio sea unisex. Cuando me toca entrar, el servicio es una habitación enorme, mal encalada y vacía. El inodoro está al fondo, en un rincón, inestable sobre dos ladrillos. El aro de la tapa está roto y sucio. No sé cómo hacerlo para no rozar nada. Me mojo los pantalones. Pienso que no puedo volver a la iglesia. Me estiro la camiseta para que nadie vea que me he mojado. Al salir hay un parque de tierra. Un chico barre las hojas de los plátanos con una escoba de bruja de dibujos animados. Intenta ligar conmigo. Le quito la escoba y lo amenazo con el palo.
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Estoy en la pista de un circo. Hay cierto revuelo: buscan a un niño que, dicen, ha colocado varias cargas de dinamita. El niño está escondido detrás de un poste de rayas azules y blancas en espiral. Tiene cara de susto. Voy a sacarte de aquí, le digo. Le pongo un disfraz de soldado (parece el soldadito de plomo del cuento) y me lo llevo de la mano, simulando tranquilidad. Llegamos a un dos caballos celeste que hay aparcado. Antonio Cantos nos espera en el asiento del conductor. Llega Antonio Montes y mi abuela (que va vestida igual que la madre de Isabel II de Inglaterra). Cada uno trae a un niño de la mano. Pienso que también los han rescatado de alguna fechoría. No podemos ir tantos, le digo a Cantos. Mi abuela parece un dibujo animado, da un salto y se deja hundir en mitad del asiento de atrás. Parecen muy contentos. Cantos se cambia al asiento del copiloto. Le digo que no pienso conducir. Dice que entre de una vez, que tiene reserva en un restaurante para celebrar mi cumpleaños.
una sartén muy pesada
domingo, 10 mayo 2020. Estoy en un supermercado y alguien me dice que mi carrito está ya en la caja. Me pongo en la cola. Soy la única sin carrito. Los demás los llevan exageradamente llenos. Cuando llega mi turno hay dos carritos junto a la cajera. Están cubiertos por una tela blanca. Por el volumen, sé que ninguno es el mío. Su carrito está en el almacén, me dice. Para no salir con las manos vacías, ni haber hecho la cola en balde, compro unas carrilleras de cerdo y una sartén que pesa muchísimo. Camino del almacén, pienso que no podré con todo y que sería mejor dejar la bolsa en casa. Además, no sé cómo, en la bolsa también hay cuatro botellas de vino. Llego a la casa de mi abuela, mi madre sale, le pregunto si quiere acompañarme a recoger la compra al almacén del súper. Mi madre se convierte en Alberto y dice que salía en ese momento a comprar un metro. En casa hay dos, le digo. Pero los has cambiado de sitio y no doy con ellos. Si me ayudas a traer la compra, te digo dónde están.
autoconfinamiento
miércoles, 6 mayo 2020. Hay una fiesta popular en la playa para celebrar que acabó el confinamiento. Todo el pueblo va disfrazado y están subidos de cuatro en cuatro en unas plataformas de madera muy inestables. Cada uno dice una frase, todos se ríen, aplauden y le dan la palabra a otro grupo. Uno de ellos se burla de otro grupo, hacen intento de bajar de las plataformas para pelear, pero justo en ese momento alguien grita ¡La ola! y todos corren hacia el mar. Yo voy a con Alberto y dos niñas. No sabemos qué hacer con nuestras cosas y las escondo debajo de una silla de playa. Una vez en el mar todos cantan y bailan felices. Una de las niñas llora, dice que borró sin querer todas mis cintas de casete. Me da igual, le digo (aunque no me da igual). Vuelvo al hotel donde se supone que estamos alojados. La puerta no se cierra, mi móvil está roto. Estoy hasta las narices de todo. Hago la maleta para largarme. Llegan los de la habitación de al lado. Como la puerta está abierta de par en par, oigo y veo que una se burla poniendo los ojos en blanco: Claro, a ella le han dado la suite. La llamo para que vea mi habitación. Es igual que la tuya pero tiene tres camas. La chica, que se parece mucho a Lidia Lozano, se vuelva a su cuarto avergonzada. Cuando por fin llego a la calle hay otra fiesta. Todo el pueblo va disfrazado de una mezcla de Alaska y Frida Kahlo. Espero a que pase un desfile mientras pienso que no vuelvo a salir de casa nunca más.
animales hidratados
martes, 5 mayo 2020. Estamos en un bar. Sobre la mesa de al lado hay una fuente con lo que parecen muñecos de plástico. Al fijarme veo que son dos animales de verdad, solo tienen huesos y piel. Uno parece una nutria. Les pongo agua y patatas fritas de sobre (lo único que tengo). Se hidratan como esponjas y empiezan a tomar su forma original. De repente se transforman en dos dinosaurios, uno amarillo y otro celeste. Ahora sí que parecen de plástico, pienso. Unos niños se acercan, los cogen, les digo que son de verdad y pueden morderles. Se ríen de mí, se los llevan. Les echo agua y maldiciones.
gestos en inglés
lunes, 4 mayo 2020. He inventado unos zapatos para bebé. Llevan una pulsera de bolas cuadradas de goma muy suave al tobillo. Le pregunto a una bebé si son cómodas, si le hacen daño. El bebé y yo mantenemos una charla con gestos. Alguien me pregunta cómo puedo comunicarme con ella. Es que son gestos en inglés, le digo.
montacargas, vagón cafetería y calcetín perdido
domingo, 3 mayo 2020. Creo que voy por los pasillos (estrechos y oscuros) de un hospital. Quiero salir cuanto antes. Entro en una especie de montacargas donde los pulsadores son unas pestañas metálicas con letras que no me dicen nada. Le doy a una de ellas y aparezco en una tienda de telas (donde ya he estado en otros sueños). Ni siquiera me bajo. Pulso otra pestaña y veo que se ha colado un chico. No digas nada, me dice. Ahora las paredes son transparentes y todo el mundo puede vernos. Golpean la puerta para que abramos. El chico se acerca a mí para que lo proteja. El montacargas se pone en posición horizontal y caemos a un extremo. Desde el otro nos fumigan con un gas que nos adormece. (Me despierto tosiendo).
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Estoy en lo que parece el vagón cafetería de un tren. Mi hermana es una niña de cuatro años y está sobre un taburete. Yo hablo con Oeste de horario tan apretado que nos espera cuando lleguemos. Mi hermana comienza a desinflarse como si fuera un globo, hasta que queda arrugada en el suelo. Aguanta, le digo, sigue respirando que ya mismo llegamos.
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He ido a casa de oeste a cuidar de sus hijos (en el sueño tiene hijo e hija, no dos hijas como en la realidad). También tiene un perro enorme que se nos echa encima cada vez que intentamos ordenar la casa. La casa es una especie de cabaña enorme de madera donde todo gira alrededor de la cocina. Los niños quieren jugar a disfrazarse y van sacando un montón de ropa que tengo que ir recogiendo y doblando para cuando llegue su madre esté todo en orden. En el centro de la cocina hay una cama elástica que lo hace todo más difícil. Oeste y yo nos sentamos a descansar un momento, agotados, sobre un montón de ropa con forma de sofá. Me doy cuenta de que he perdido un calcetín. ¡Hay que encontrarlo antes de la media noche!, le digo, y volvemos al trabajo.
minibús a ninguna parte
sábado, 2 mayo 2020. Llego al antiguo edificio de telefónica en el lateral de la catedral donde antes se cogía el autobús. Los asientos están oxidados. Después de un buen rato sin llegar a movernos, el conductor dice que hemos llegado. Todos salen dócilmente. Los sigo. Montan en una furgoneta blanca que me recuerda al minibús del colegio. Una monja en el asiento del conductor nos dice que paguemos con tarjeta y que dejemos sitio en el centro porque tiene que recoger a un niño que vendrá con su cama y a todo sexto curso. Los asientos están puestos alrededor, con los respaldos pegados a las ventanillas. Me siento y espero más por curiosidad que porque crea que me llevará a algún sitio.
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Entro en el cuarto de baño de la casa de mis padres y veo que el nivel del agua del váter comienza a subir. Llamo a mi hermana para que me traiga una fregona. El agua, tal como de desborda, desaparece. El váter se convierte en una fuente cuadrada en mitad del un patio de una iglesia. Sigo limpiándola. Por donde paso la fregona, el mármol negro se transforma en blanco resplandeciente. Unos tipos me miran trabajar, dicen que le pase la fregona también a las columnas. Las columnas son unas torres de madera que adornan un retablo que la fuente tiene a modo de cabecero. Una de las torres se desprende, hago malabares con la fregona para que no caiga al suelo y se rompa. ¿Habéis visto lo que he hecho?, les digo satisfecha. Pero ellos ya están a otra cosa, fumando en un rincón del patio, sin hacerme caso. Cuando vuelvo a mirar la fuente se ha convertido en una cama.
lógica de plástico
viernes, 1 mayo 2020. Mi tía Encarna (tiene 89 años) conduce muy rápido hacia el aeropuerto. Quiero preguntarle cuándo se ha sacado el carnet, pero no le digo nada para no distraerla. Cuando por fin llegamos, el aeropuerto es la piscina de un hotel. Pienso que no nos dejarán entrar. Déjame a mí, dice mi tía, y saca del bolsillo unos muñecos de plástico con juguetes diminutos de playa (cubo, palas, cernidores). Venimos con niños, dice muy segura, y nos dejan pasar. Los muñecos, al ver la piscina (que está acordonada con cinta blanca y roja), cobran vida y escapan al agua. Temo que se ahoguen. No entres en su lógica, dice mi tía tumbada felizmente en una hamaca, ¿no ves que son de plástico?
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Bajamos directamente de un avión al un hall muy parecido al del Museo del Louvre. Me pongo en una cola (no sé para qué es) mientras Alberto baja con una maleta muy pesada. Veo desde lejos que se la deja a una chica con dos niños, y desaparece. Veo cómo la chica, cansada de esperar, se va con la maleta. Cuando vuelve le regaño. ¡Cómo se te ocurre dejar mi maleta a una desconocida! No te preocupes, será muy fácil dar con ella. Caminamos por calles muy anchas completamente vacías. No la vamos a encontrar porque no recuerdo su cara, dice Alberto. De repente, una chica sale de un portal con sus dos niños. Lleva el mismo vestido que la chica del museo-aeropuerto. ¡Es ella!, digo. Nos acercamos despacio como si no quisiéramos asustarla. La chica no sabe de qué maleta le hablamos.
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Se supone que mi padre y yo acabamos de ver una película, y la canción de los títulos de créditos era Hear Somebody Whistle. Empezamos a ver otra, que comienza con el mismo tema. Mi padre y yo nos miramos. Están abusando demasiado ya de este temita, decimos a la vez. (Creo que es la primera vez que oigo claramente música en un sueño.)
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