montacargas, vagón cafetería y calcetín perdido

domingo, 3 mayo 2020. Creo que voy por los pasillos (estrechos y oscuros) de un hospital. Quiero salir cuanto antes. Entro en una especie de montacargas donde los pulsadores son unas pestañas metálicas con letras que no me dicen nada. Le doy a una de ellas y aparezco en una tienda de telas (donde ya he estado en otros sueños). Ni siquiera me bajo. Pulso otra pestaña y veo que se ha colado un chico. No digas nada, me dice. Ahora las paredes son transparentes y todo el mundo puede vernos. Golpean la puerta para que abramos. El chico se acerca a mí para que lo proteja. El montacargas se pone en posición horizontal y caemos a un extremo. Desde el otro nos fumigan con un gas que nos adormece. (Me despierto tosiendo).
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Estoy en lo que parece el vagón cafetería de un tren. Mi hermana es una niña de cuatro años y está sobre un taburete. Yo hablo con Oeste de horario tan apretado que nos espera cuando lleguemos. Mi hermana comienza a desinflarse como si fuera un globo, hasta que queda arrugada en el suelo. Aguanta, le digo, sigue respirando que ya mismo llegamos.
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He ido a casa de oeste a cuidar de sus hijos (en el sueño tiene hijo e hija, no dos hijas como en la realidad). También tiene un perro enorme que se nos echa encima cada vez que intentamos ordenar la casa. La casa es una especie de cabaña enorme de madera donde todo gira alrededor de la cocina. Los niños quieren jugar a disfrazarse y van sacando un montón de ropa que tengo que ir recogiendo y doblando para cuando llegue su madre esté todo en orden. En el centro de la cocina hay una cama elástica que lo hace todo más difícil. Oeste y yo nos sentamos a descansar un momento, agotados, sobre un montón de ropa con forma de sofá. Me doy cuenta de que he perdido un calcetín. ¡Hay que encontrarlo antes de la media noche!, le digo, y volvemos al trabajo.