caracolas y cauris

jueves, 30 mayo 2024. Alberto y yo paseamos por la orilla. El agua está tan limpia que entran ganas de bebérsela. Como siempre, miro más las piedras que el mar. Veo una caracola pequeña, al lado otras tres. Unos pasos más allá un puñado de cauris (uno, exactamente igual al que encontré en Pedregalejo cuando era niña). Parece que se arremolinan a propósito, digo. Llega un chico muy joven, saluda, quiere enseñarme algo en su móvil. Es Tony. ¡No te había reconocido, qué delgado estás! Sí, dice pasando del asunto. No solo está más delgado, también más joven, parece que tenga 20 años. Por su gesto, temo que lo que vaya a enseñarme en el móvil sea una mala noticia.

dos gatos y un bosque

miércoles, 29 mayo 2024. Al doblar una esquina, veo a Agustín y J.A. J.A. está en una hamaca y tiene dos gatos muy pequeños (caben en la palma de la mano). Nos despedimos y entramos en el coche. Yo voy en el asiento de atrás. Veo que uno de los gatos nos ha seguido e intenta agarrarse con las uñas al cristal, pero resbala una y otra vez. Abro la ventanilla, saco la mano y el gato se me agarra muy fuerte. Consigo meterlo en el coche. Una vez dentro olisquea todo y desaparece. Pienso que se habrá ido hasta el motor. Pienso que acabará chamuscado.
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Llego con mi tía M, Gabriel y su familia, a casa de mi abuela. Gabriel dice que quiere visitar un bosque. No hay, respondo. Pues una librería. Pienso que tengo que hacer comida para todos y no me va a dar tiempo. Mi tía dice que soy una antipática, que por qué digo no a todo. Le digo que estoy hasta las narices de hacerlo yo todo, que nadie me ayuda a nada y cada vez me exigen más. Todo eso lo digo mientras pongo la mesa y ella se lima las uñas.

crisálida

martes, 28 mayo 2024. Se supone que he quedado con alguien. Llego a un portal a la hora acordada, bajo unas escaleras y solo veo una caja de pizza. La abro. Dentro hay un tipo que sale de un plástico. Le digo que no podemos esconderlo mucho más tiempo, que debe huir lo antes posible. No sé cómo acabamos en casa de mi abuela. Al entrar en el comedor, mi padre, joven y animado, dice que ha compuesto algo, si queremos oírlo. Se sienta al piano y toca vigorosamente. Sobre la mesa hay unos buriles que, en el mango, llevan las tablas de multiplicar. Pienso que mi madre ha estado haciendo limpieza y piensa tirarlos. Me los guardo. La canción que toca mi padre parece una sintonía de anuncio, pero no le digo nada. Aplaudimos. Le digo que ahora que ha empezado no lo deje. Voy al baño y me sueno muy fuerte porque no puedo casi respirar. Me sale un globo lleno de líquido del tamaño de una castaña. No sé qué hacer con él, si echarlo al váter, llevarlo a la basura o guardarlo. Lo dejo sobre el lavabo. Recuerdo que, con las prisas, no metí el coche en el garaje. Salgo a todo correr. Ya es de noche. El coche parece haber menguado. Para abrirlo uso uno de los buriles. El freno de mano es una palanca extraña. El coche sigue menguando. Tanto, que puedo moverlo y aparcarlo en su plaza, simplemente, empujándolo con un dedo.

estropicio

lunes, 27 mayo 2024. Estoy en una especie de iglesia donde dan una charla. Veo que Mesa Toré se levanta, se pone un abrigo enorme y se dispone a salir. Le digo que me voy con él (pienso que si nos vamos juntos no me dirán nada). Vamos por la calle hablando de su móvil, de que no sabe enviar mails. Intento enseñarle con el mío, pero no funciona. Llegamos a su casa. Dice que entre. Nos recibe su madre. En realidad es mi suegra, pero no digo nada. Va vestida como si fuera una niña, con una falda verde acampanada muy corta. Me alegro mucho de verla. Nos dice que va a ponernos algo de merienda (siempre tan amable, pienso). Mesa le dice que zumos. Cuando va a buscarlos me fijo en que el reloj está parado. Ella cree que son las seis pero son las cuatro, le digo. Él se ríe y hace un gesto de, da lo mismo. Intento poner el reloj en hora, pero tiene alrededor y encima tantos adornos que se caen todos al suelo y formo un estropicio. Intento arreglarlo todo antes de que ella llegue.

edad

miércoles, 22 mayo 2024. Voy en un autobús atiborrado. Un tipo con su hijo (y un triciclo) intentan salir. Se hace paso entre la gente. Cuando sale, como si fuera una costumbre, votan qué edad aparentaba. Todos votan. Nadie acierta, tenía treinta y cinco. Digo que eso es imposible porque parecía mayor que yo y yo voy a cumplir sesenta. Me miran, comentan entre ellos y aplauden.

que nada te detenga

lunes, 20 mayo 2024. Estoy de visita en casa de una chica. La casa es una habitación rectangular atiborrada de cosas. Un chico (se supone que es poeta) está tumbado en un sofá rígido de cretona y nos cuenta su vida. Yo hago que me asombro de todo (no sé qué hago allí y pienso que así terminará antes y podré irme). La chica dice que quiere enseñarnos algo. Salimos de la habitación y entramos en otra idéntica vacía, con paredes suelo y techo de cemento. No tiene ventanas, solo unas ranuras cerca del techo. Me gusta más que la otra. Dice que no sabe qué hacer con ese espacio, que hay gente que lo ha decorado y agrandado su casa. Le digo que debe hacerlo cuanto antes, pero con menos cosas o repartir las que tiene entre las dos habitaciones. Si tanto te gusta quédatela, me dice. De repente me invade una oleada de calor y felicidad desde los talones a la cara.
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Tengo que recoger un par de paquetes. Le digo a Alberto que mientras él recoge uno donde estaba la comisaría, yo subo hasta donde estaba la Casa de la Cultura a recoger el otro. Veo que están cerrando, pero Alberto entra por debajo de la persiana a medio echar. Me gusta ese gesto de no darse por vencido. Cuando lego a mi destino está cerrado. Recuerdo a Alberto y salto la verja. Llamo a la puerta. Primero con los nudillos, después al timbre. Aparece un topo enorme. Parece de juguete hecho de terciopelo mojado. No estoy segura de si es un topo o un ornitorrinco. Empieza a subir pegado a la pared como si fuera una salamanquesa. Me da más asco que miedo. Salto de nuevo la valla y me alejo.
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Se supone que volvemos de algún sitio y que, a la ida, Josemari ha perdido una figurita de plástico. Me cuenta cosas sobre su padre. Cuando estamos llegando a casa (se supone que somos vecinos) le digo que voy a encontrar su figurita, que nunca hay que darse por vencido. Miro la acera palmo a palmo y, en un hueco, veo la figurita encajada. La saco con mucho cuidado y corro a dársela. Estaba encajada del revés, por eso no la vimos al pasar, le digo. Entra en su casa y yo en la mía (se entra directamente a la cocina) y les cuento entusiasmada, a Alberto y Salvatore, lo que ha pasado.

suelo de cristal

sábado, 18 mayo 2024. Estoy en una habitación de hotel demasiado ostentoso. Todos es dorado y el suelo es de cristal para que se pueda ver el paisaje. Salgo a dar una vuelta. Cuando regreso, el ascensor solo tiene dos botones. Una chica baja inmediatamente asustada y un señor se ríe. Pulso el delsegundo piso y ya buscaré la manera de seguir subiendo. Llegamos a una terraza. El señor desaparece entre la gente. La terraza des una sala de espera enorme llena de gente que se queja (dolorida y triste). Intento preguntar a varias enfermeras por dónde se sube alas habitaciones más latas del hotel. Nada. Una de ellas, con un vestido blanco de flores llamativas acampanado hasta los pies, me dice que espere como todos. Intento explicarle que no soy una enferma, que solo quiero ir a mi habitación. Nada. Me siento en el poyete de la terraza, como los demás. Una chica me mira fijamente. ¿Qué?, me dice. No he dicho nada, le respondo y comienza a contarme entre lágrimas que le duelen mucho los riñones, que le van a estallar. Le digo que mejor vaya a urgencias y la atenderán inmediatamente. Su novio la abraza y me mira con cara de malas pulgas. Le digo que seguramente sea una piedra, que mi madre expulsó una y dijo que había sido peor que un parto. Y eso que tuvo dos hijas, añado. Eso parece hacerles mucha gracia a los que me rodean y se vuelven afables. Una pareja mayor muy elegante me pregunta si tengo hijos. Ni hijos ni piedras, digo y todos vuelven a reír. A mi lado, una chica muy pija me dice que va a apuntarme su teléfono para que la llame si voy a Valladolid (lo apunta con rotulador rojo en el empeine de mi pie izquierdo (escribe, Begoña y un número). La pareja mayor y otro chico también muy pijo me hablan de política, de cómo ha cambiado todo. Si no me parece que AP sonaba mejor que PP. Le digo que sí, que sonaba mejor y que eran mejores políticos aunque yo jamás le votaría a un partido de derechas aunque me mataran. Hablamos mientras caminamos sin rumbo por la terraza. Ya no quedan pacientes. Otro chico tipo Bustamante se mete en la conversación, hace chistes, es muy amable, dice que me ayudará a encontrar mi habitación. Miro hacia arriba, señalo, ¡es esa! Todos miran, ven el suelo de cristal y exclaman, ¡ooh! Nos despedimos. La chica me recuerda que me dio su teléfono (me miro el empeine y el número se ha borrado, pero no digo nada). El chico pijo dice que su vuelo sale ya y se marcha. La pareja se despide cariñosamente. El chico Bustamante me abraza, dice que no puede separarse de mí. No sé ni cómo te llamas, le digo (responde algo parecido a Nachete). ¿Eres de Santander?, pregunto. Niega con la cabeza. Dice que es del Real Madrid y enumera a los jugadores. Me separo de él teatralmente, le digo que entonces nuestra a mistad es imposible. La pareja mayor ríe la broma. Él casi llora. Se supone que ha pasado mucho tiempo porque voy vestida con otra ropa. Vuelvo a subir en el mismo ascensor y llego a la misma terraza. Una enfermera muy borde no quiere decirme por dónde llegar a mi habitación. Vuelvo a pasar por el mismo poyete, y allí está Nachete, tumbado sobre una toalla, con ropa de verano. Me sorprende y me incomoda mucho verle allí. Me mira con cara de, ya era hora que llevo meses esperándote. No sé qué decirle.

concierto

viernes, 17 mayo 2024. Estoy en la Alameda. Han cortado el tráfico y puesto un escenario. Me parece exagerado porque solo canta un tipo más bien pequeño y sin orquesta. Estoy con un grupo de amigos (entre ellos, la familia Chivite, Salvatore, Francis, Javi y Héctor), pero no hablamos entre nosotros, como si no nos conociéramos o no me vieran. Poco a poco se van marchando. El cantante se ha acercado varias veces a mí para preguntarme, entre canción y canción, cómo es que me sé todas las letras. ¿Porque soy muy fan?, le digo sin convicción. A ver si te sabes esta, dice enseñándome un maletín. Si habla de dinero y marcharse sin despedirse me la sé, respondo. El cantante mira a su alrededor y pide (para mí) una ovación. Miro hacia atrás y veo que mis amigos se han marchado. Solo queda Héctor a mi lado con gesto de atarse los zapatos, pero actúa como si yo no existiera. Me fijo en que los zapatos de Héctor son verde turquesa, parecidos a los pies de gato de los escaladores, sin cordones. Tampoco lleva calcetines. Miro a mi alrededor, me siento muy sola.

erratas

jueves, 16 mayo 2024. Leo un libro de poemas y señalo con asteriscos azules algunas cosas. Se lo paso a Begoña que me lo devuelve a los dos segundos. Cuando lo abro veo que ha corregido un montón de erratas en rojo y ha hecho algunos comentarios. Se lo enseño a Alberto. ¿Has visto que rápida es?, le digo.

corona vs yen

miércoles, 15 mayo 2024. Llegamos a casa de Carmen y Enrique (que en nada se parece a su casa, salvo por la cantidad de libros). Hay una habitación estrecha donde han puesto dos estanterías enfrentadas. En la partes de abajo hay varias enciclopedias. Carmen dice que no sabe qué hacer con ellas. Le digo que me pasa lo mismo, que tengo dos que me compró mi padre cuando empecé el colegio, que cada semana leía un fascículo y cuando la encuadernaron ya me las había leído completas. Enrique me pregunta qué haré con los cómics. Le digo que algunos los regalo, que estoy empezando a deshacerme de cosas. Pienso que podría regalárselos todos a él, para sus hijas, menos los de Federico del Barrio. En ese momento Carmen dice que nos preparemos para la feria, que qué vamos a ponernos. Le digo que voy a ir así, como estoy, que no me apetece disfrazarme. Pero te tienes que poner al menos la moneda de cinco yenes al cuello. Le digo que no, que esa moneda me dio muy mala suerte. Pues entonces otra que tenga agujero. ¡Te la tienes que poner, va a ser divertidísimo! dice riéndose. Pienso en si llevaré en el monedero la corona noruega que traje de Oslo.
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Alberto y yo estamos en unos grandes almacenes mirando fundas de almohada. Nos encontramos a Caína. Está muy mayor y algo desaliñada. Alberto le dice que debería cortarse el pelo. Seguimos mirando enseres para casa cuando vemos a pasar Caína. Se para a saludar desde la acera. Se ha cortado el pelo como antes, parece mucho más joven y feliz, ríe y da saltos para saludarnos con las dos manos. Después sigue su camino. Yo me alegro muchísimo de ese gran cambio. Alberto se pone muy triste. Pienso que preferiría irse con ella que esta comprando cuencos, platos de postre y fundas de almohada.
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Estoy con mi tía M y mi madre en su cocina. Hago la lista de la compra, les voy preguntando qué hace falta. ¡No hay nada!, dice mi madre. Algo habrá, lo que pasa es que como ahora comes más se acaba antes, responde mi tía. Abro el horno y veo un montón de comida amontonada. ¿Sabéis por qué mi hermana esconde comida?, le pregunto. En ese momento entra mi hermana. Cierro la puerta para que no sepa que sabemos su secreto.

bloqueo

martes, 14 mayo 2024. Voy en autobús. Una chica va sentada con su hija. Es rubia y muy elegante (se parece a Uma Thurman). Lleva un anorak tan grande que parece que lleve un edredón por encima. Cada vez que el bus frena se le cae y le tapa la cabeza. La chica hace la broma de que soy yo quien la tapo. Parece que vuelven de un largo viaje porque llevan muchas bolsas. Me cuenta cosas muy lentamente, como si estuviera a punto que quedarse dormida. Pienso que me suena, que estaba en mi clase en el colegio, pero la traté muy poco y ella no debe acordarse. El bus para en una calle horrible con edificios destrozados. No le pega nada vivir en un sitio así. Como mientras me hablaba yo iba distraída, no recuerdo casi nada, pero sí que me dijo que ahí donde la veía era muy pobre pero que para ella la riqueza era tener una parada de autobús en la puerta de su casa. Efectivamente, el bus se para y ella salta directamente a su portal. Se despide con la mano. Me fijo en dos torreones muy antiguos que hay enfrente. No sé dónde estoy. Una señora enorme se deja caer en el asiento que antes ocupó la chica. Vuelvo a mirar por la ventanilla y decido bajarme o no llegaré al otro autobús que me deja en la casa de mis padres. Empieza a anochecer. Intento mirar en la tableta a qué hora pasa el C1, pero me pide dos claves. Las pongo. Después aparecen unas preguntas sobre una trama. Soy incapaz de leerlas, respondo cualquier cosa y la tableta se bloquea. Aparece la foto de la policía y un aviso para que me la desbloqueen ellos. No tengo tiempo y corro hacia la parada. La parada es una habitación enmoquetada con asientos pegados a la pared. Delante de uno de ellos hay una bolsa de cartón y una chaqueta. Miro a mi alrededor y no hay nadie. Fuera es ya completamente de noche y no hay ni una sola luz encendida en la calle.

trapecios y triciclos

lunes, 13 mayo 2024. Estamos en lo que parece una tasca medieval con mesas y bancos corridos de madera. Al fondo hay una especie de trapecios muy toscos. Oeste salta de uno a otro con ligereza hasta llegar a donde estamos. El mesonero le dice que lo hará muy bien (como si fuese a actuar esa noche). Le digo que yo también quiero actuar. Se ríen de mí con cariño. Me ato al cuello un mantel a modo de capa y voy hacia los trapecios. Subo al primero, me balanceo y salto al segundo, pero los travesaños no son de madera, son cuchillas afiladas. Me dejo caer. No comprendo cómo Oeste ha aguantado ese dolor. Vuelvo avergonzada. Oeste me abraza para consolarme. Por la ventana veo aparecer a dos tipos con tatuajes de esvásticas y navajas. Doy aviso y nos escondemos donde podemos. Los servicios son una especie de laberinto de planchas de conglomerado. Qué inocentes, ahí los van a encontrar enseguida, pienso. Abro una puerta de madera muy antigua. Es una habitación de dos por dos metros con el suelo de arena. Hay un tronco y una vasija rota. Las coloco de manera que pueda esconderme detrás tumbada.
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He quedado con Bel para que me dé su nuevo libro. Estoy en casa de mis padres. Suena el móvil, pero la pantalla se ve blanca, no puedo responder. Aparecen intermitentemente una letras con un mensaje. Mi madre me ayuda a descifrarlo. Pone "Otra vez será", dice mi madre. Me alegro, porque estoy cuidándola y no hubiera puedo dejarla sola.
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Entro a un salón de actos. No sé bien cómo he llegado ni qué hago allí, Los alumnos (o lo que sean) se sientan desperdigados. El salón parece vacío. Una señora comienza a pasar lista, pero están tan lejos unos de otros que no se entiende nada. Una chica sirve unas copas pequeñas con un líquido que lleva encima clara de huevo batida. Cojo la copa por no hacerle un feo. A mi lado, una chica con capa se la bebe de un trago. Ese te ha mirado dos veces, dice señalando a un tipo muy alto y muy guapo. Es uno de los músicos que va a actuar, se supone. ¿Qué te parece?, pregunta. Me gustan los altos, respondo. La señora que pasaba lista pregunta con apuro si hay algún flautista en la sala (como cuando preguntan si hay un médico). La chica de la capa, señalándolo, dice que el tipo alto es flautista.
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Estoy con Alberto y Francis en la terraza de un bar. Más que la terraza es en la acera, en unas sillas pequeñas de anea. Francis tiene a su lado una especie de triciclo-trineo de plástico con ruedas. Pienso que sería de sus hijos cuando eran pequeños, pero dice que lo encontró sobre un contenedor junto al Mercado de Atarazanas y que ahora es lo único que usa para desplazarse, que es muy cómodo y no gasta nada. Yo le digo que desde que tengo el triciclo voy a todas partes en él, pero siempre tengo que buscar calles que estén un poco en cuesta para dejarme caer porque no tiene pedales. Un tipo que está en la mesa de al lado, nos mira con gesto de burla. Yo digo fuerte, para que me oiga, que no me da vergüenza nada.

camaleón y rosa de jamón

jueves, 9 mayo 2024. Estamos reunidos en la casa de mi madre y de repente, desde la terraza, entra Isabel Díaz Ayuso dando zancadas. Pienso que será nuestra nueva vecina. Me pregunto cómo habrá saltado de su terraza a la nuestra. Dice que su camaleón se ha escapado. Lo veo en un rincón del techo y lo señalo. ¡Allí!, soy muy buena encontrando a Wally, digo. Todos se ríen. Ella se pone muy nerviosa y dice que se lo devuelva. Cojo un palo extensible de fregona. El camaleón se sube y lo pongo encima de la mesa. Mientras voy a dejar el palo en su sitio, mi madre (que siempre corta cualquier alimento en trocitos muy pequeños) ha cortado al camaleón con una cuchara. Dice muy contenta, con gesto de tener cinco años, que en trocitos será más fácil llevárselo a casa. Le digo que por qué ha matado al animalito, que no soporto más vivir en esa casa. En realidad estoy furiosa por ver a mi madre tan infantil, haciendo locuras. Me encierro en mi cuarto a llorar.
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Estoy en la parada del C2. Donde antiguamente había una tintorería han puesto una tienda. No se sabe muy bien de qué es porque solo tiene un mostrador. Está completamente vacía. Mientras espero en la parada, una chica le regaña a una madre por regañarle a su hijo. Se enzarzan en una pelea. La gente que pasa se pone de parte de una o de otra. Yo me escabullo, entro en la tienda. Le pregunto qué vende. Dice que es una óptica y también hacen análisis. Pues viviréis de hacer análisis, le digo. Como la pelea continúa, le digo que las gafas las cambio cada tres años, sin embargo análisis una vez al año. Me pregunta si quiero hacerme unas gafas. Lo dice y saca una jeringuilla de debajo del mostrador.
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Estoy con Alberto en un bar. Probamos algunas tapas (me extraña su manera de degustarlas, calibrándolas). De repente sale corriendo. Aparece con unos compañeros del trabajo. Eski se sienta a mi lado y me cuenta algo, pero no le presto atención. Alberto llama al camarero dando dos palmadas. Me extraña mucho su actitud, parece que esté actuando. Siento una tristeza y una soledad enormes. El camarero, un señor mayor vestido de etiqueta, vuelve a traer las mismas tapas, ahora para todos. A mí me pone delante una rosa hecha con jamón. Esa tapa no la había puesto antes. Lo miro asombrada. Me guiña.

letras góticas

miércoles, 8 mayo 2024. Hay una fiesta en la azotea de la casa de Elisa y Andrés (no se parece en nada a su casa). A la izquierda hay un escenario improvisado con una especie de toldo. Va a tocar un grupo. Le digo a Elisa al oído que yo sé tocar la flauta. Se lo toma en serio y me anima a que toque con ellos. Pienso que no se acuerda de cuando le dije hace años, también en broma, que Daniel, ella y yo podíamos formar un grupo. De repente se levanta viento. A la derecha hay una piscina con espuma. Andrés intenta taparla con unas lonetas azules para que no moje a nadie, pero no lo consigue. Todo se vuela, hasta los invitados. Cuando se acerca le digo que también se ha volado el toldo, que solo he conseguido salvar los jabones, pero se han deslavazado. Los toma de mis manos de todos modos, aunque parecen gachas. El único que ha aguantado en la azotea es Francisco, que pasea como un penitente con una botella en la mano. De lejos parece de cerveza (me extraña porque no bebe alcohol). Cuando pasa por delante de mí me fijo en que, aunque la etiqueta parezca de cerveza de abadía, pone Chocolate con letras góticas. Bajamos a la casa. Los invitados parecen pasarlo bien. Llega Cumpián, le hago cosquillas en la espalda para no asustarlo. Me abraza. Le pregunto cómo está. Se encoge de hombros. Lo de siempre, dice mirando a su alrededor. Como en la canción de Extremoduro, ¿no? No sabe de qué le hablo. Salir, beber, el rollo de siempre..., le canto.
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Tengo un montón de cosas sobre la cama. Estoy preparando un paquete con regalos para Pablo. Entre las cosas que meto hay dos libros, una libreta, un buril para modelar, una espátula para mezclar óleo, un alargalápices, dos plumas y un puñado de lápices de colores antiguos. Busco un papel de regalo para envolverlos, retorciendo el papel por los extremos, como si fuese un caramelo.
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Mi madre me pone delante un cuenco de plástico con agua donde flotan dos comprimidos de paracetamol.

pijama

viernes, 3 mayo 2024. Llego desde la panadería que había en calle María a la casa de mi abuela. Tengo que contarle algo muy importante a Alberto, pero en ese momento lo llaman por teléfono. Oigo la voz de una chica. Le dice que ha visto a alguien sospechoso en su parada de bus y que vaya a socorrerla.
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Me encuentro a Puri en el portal de mi antigua casa (que ahora el portal sea una oficina de Correos no nos llama la atención). Las dos tenemos que echar unas cartas. Me dice que la espere y que después podemos volver juntas. Le pido unas monedas para llamar a mi madre. Llamo desde un teléfono que hay en un mostrador mientras ella va al baño. Después no sé qué pasa, que salgo de allí y acabo en una casa mata (muy parecida a la de doña Antonia). Es de noche y oigo ruidos. A un lado hay una pareja joven (se hacen fotos en el jardín; ella va casi desnuda). Al otro, una reunión de personas mayores con acento argentino jugando a las cartas y organizando una fiesta de disfraces.
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Salgo de la que fue mi casa y veo a mi madre en la acera (no se parece en nada a mi madre, es una señora muy fea vestida con colores chillones). Me acerco para contarle lo que me pasó con Puri. Me dice que soy una irresponsable, me da gritos. Le digo que me deje hablar, explicarme, pero acabamos las dos gritándonos.
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Lydia Lozano está de vacaciones en Benidorm y se supone que tengo que darle un regalo (un pijama). No sé cuál es su hotel, todos me parecen iguales. Entro en uno muy oscuro con una escalera tapizada de verde. Antes de llegar a los ascensores hay una especie de balcón donde están Felipe y Letizia. Les pregunto si saben dónde se aloja Lydia Lozano. Él me dice que es muy fácil, que siga las pistas, que mire donde señala el dedo. Recuerdo que hay un edifico con un luminoso de un dedo que se enciende y apaga. Como sea su casa, te como la cara, le digo y me voy. Pienso que jamás había dicho esa frase (que no me gusta nada). Efectivamente, cuando llego al luminoso del dedo, Lydia sale del portal y se abraza a un amigo. Pienso que no es momento de darle ningún regalo.

pescadores y vetas

jueves, 2 mayo 2024. Llegó a una librería larga y estrecha. Javier está al fondo, esperándome para una presentación. Se supone que es una antología y debemos leer varios autores. Le pregunto cómo irá la lectura. Dice que como son poemas enlazados, que cada autor que lea uno y el otro lo sigue. Sobre la mesa hay un ejemplar del Diccionario lacónico de Miguel Catalán. Le digo que lo lea, es un libro extraordinario. Él me dice casi al oído, como si fuera un secreto, que tengo que escribir un libro sobre pescadores, que es el tema de moda, que sería auténticamente moderno.
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Llegó a una especie de instituto desangelado. Entro en una sala enorme con unas mesas grandes de madera. Las mesas no pegan nada con el sitio. En una de ellas veo a Chivite y me siento frente a él. Se supone que tenemos que hacer un examen. La profesora hace sonar algo metálico y dice que empecemos. El resto de la clase escribe. Chivite y yo nos fijamos en que la mesa tiene unas vetas que parecen un camino con curvas que van desde él hacia mí. Ponemos cara de velocidad y hacemos los gestos y ruidos de quien conduce un bólido a toda pastilla.

niño menguante

miércoles, 1 mayo 2024. Estoy en casa de mi bisabuela (pero es un bar). Veo a unos niños en la calle y salgo a hablar con ellos. Todos salen corriendo menos uno. Me siento en el suelo a hablar con él. Le pregunto cómo es que van solos por la calle. Dice que no quiere volver a su casa, que su madre lo maltrata. Me enseña unos wasap donde tampoco leo nada extraño, solo le dice que vuelva. El niño se va haciendo cada vez más pequeño hasta convertirse en un muñeco de plástico de unos siete centímetros. Cabe en la palma de mi mano. Lo envuelvo en un pañuelo para no hacerle daño. Los amigos del bar me dicen que lo deje en cualquier sitio y nos vayamos a casa, que es muy tarde. Veo un coche de policía, pienso que quizá ellos puedan llevarme a casa del niño para devolverlo a su madre, pero no sé la dirección.