viernes, 16 mayo 2025. A ratos parece un restaurante a ratos una playa improvisada junto a un pantano donde ha bajado el nivel del agua. Hay una familia descansando bajo una sábana atada a cuatro cañas. Llama la atención, eso tan rústico, con ropa blanca y elegante, las señoras parecen sacadas de un cuadro de Sorolla. Me invitan a sentarme con ellas. Le digo que me salen manchas en la piel. Unas niñas dicen que es bonito estar morena. Les digo que hay quien se pone morena y a quién le salen manchas. Hablamos de banalidades, pero se está bien. De repente de nuevo en el restaurante, un camarero le da un puntapié a un perro pequeño. Le pregunto a la dueña si lo ha visto. Me explica que no pueden echarlo, que tiene un contrato de por vida. De repente de nuevo con las hijas de las señoras de blanco haciendo montones de arena que parecen termiteros.
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Hay un espejo antiguo junto a la puerta de una casa. Delante están Sonia y Míchel. Van vestidos con ropa oscura de paño y están muy serios, parecen el matrimonio Curie. Intento hacerles una foto, pero aparecen reflejadas unas chicas muy modernas que están sentadas en una escalinata (llevan chándal fluorescente y chaquetones furry en rosa chicle y naranja). Imposible, les digo. Se abre la puerta. Aparece Miguel Ángel en batín, nos invita a pasar. Nos explica que su madre está cambiando toda la casa (el espejo era suyo; no entiendo que lo tiren, es precioso y antiguo). Donde estaba la cocina ahora hay un espacio enorme vacío. En una habitación muy pequeña, que quizá usaban para la plancha, ha montado una mesa para jugar al risk. Le digo que podría montarla en la nueva cocina, en el suelo, y podría hacer batallas de verdad. ¡Claro, qué buena idea!, dice pero no mueve nada. Nos enseña un salón sin ganas (no parece muy conforme con los cambios de su madre). Casi piso a un pájaro pequeño y muy rojo. Dice que su madre los tiene sueltos por la casa, que tengamos cuidado. Intento hacerle una foto, pero no se deja. Llegamos a un dormitorio con una cama enorme. Allí están sus hermanos y otros amigos. Hoy jugaremos desde la cama, dice. ¿Sois cinco hermanos y una hermana, no? ¡Cómo te acuerdas!, dice (todo lo dice con exclamaciones; creo que exagera; en la vida real no es así ni tiene cinco hermanos). ¡Mi hermana es idéntica a ti, tiene muchas ganas de conocerte!, dice. Llega su hermana. Es idéntica a él, con los ojos igual de azules, pero con el pelo oscuro. Todos se meten en la cama para empezar a jugar. Todos llevan papel y boli. Les digo que prefiero jugar fuera, en una silla. Jugamos por grupos. Tenemos que dibujar algo y que el otro grupo lo adivine. Dibujo la cabeza de un viejo con unos puntitos cerca de la nariz. No lo acertarán nunca, le digo a la hermana (que es de mi equipo). Me fijo que en un rincón, a un metro del suelo hay un nido. ¡De ahí salen los pájaros rojos!, dice Miguel Ángel. De repente veo lo tarde que es, debo volver a casa. Miguel Ángel llama a un taxi. Aparece un coche antiguo negro (parece el coche de un gánster). ¡Llévela!, dice. Me despido con la mano pensando que no creo que vuelva. Llego a la casa de mi bisabuela en Estepona. Desde la calle puedo ver el piso de arriba porque las ventanas están abiertas. Me extraña verlas a todas, incluso a mi bisabuela, porque ya murieron todas. Salgo directamente del taxi por una escala metálica que apoya en la fachada. Detrás de mí sube alguien. Es mi tía Pepa (que también murió). Espera, le digo, será mejor que yo suba detrás de ti por si te caes.