tenedores de madera

martes, 16 abril 2024. Voy por un supermercado en silla de ruedas. Voy metiendo en el bolso lo que voy comprando. Hay un expositor de dulces. No están resguardados, ni cristal ni envoltorios. Me apetece comer algo dulce (cosa rara) pero me da un poco de asco verlos ahí, a la intemperie. Una madre y una hija se acercan con tenedores de madera y van probando unos y otros, los dejan allí mismo a medio comer. Nadie les dice nada. Intento salir de allí, pero los pasillos son cada vez más estrechos y oscuros, y mi silla de ruedas se queda atascada a cada momento.

habitación compartida y pañuelo perdido

lunes, 15 abril 2024. Estoy en una habitación de hotel con Alberto y Purranki. Es una cama de matrimonio de dos por dos metros. Al lado hay una cama de noventa donde duermen (más juegan que duermen) tres adolescentes. No comprendo cómo hemos reservado una habitación compartida. Las chicas quieren ver algo en la tele, nosotros otra cosa. Yo me entretengo en pintar con tiza sobre las cortinas. Siguen llegando adolescentes. Una de ellas ice que tiene hambre. A la que parece mayor le digo que en la habitación de al lado (que hace de despensa) hay una cafetera y unos cestos con cruasanes. Hace un gesto de que no diga nada llevándose el índice a los labios. Paso. A Alberto y Purranki parece no importarles que las chicas hagan ruido, se rían a carcajadas o salten sobre la cama.
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Hemos ido a una taberna, a la presentación de un libro. Estamos sentados en la fila más alta de una grada de madera muy empinada. Temo caer en cualquier momento. Una señora del público habla sobre ella cada vez que el escritor va a decir algo sobre sus poemas. Alguien la manda callar. La señora se va muy ofendida, llorando. Otra persona protesta, dice que a la pobre la operan al día siguiente. No entiendo qué tendrá que ver para que interrumpa tanto. Todos se gritan, cada uno defendiendo a cada una de las partes. Me doy cuenta de que en el bar anterior me he dejado el abrigo y el bolso. Se lo digo a Marcos. ¡Estupendo!, aprovechemos este caos para irnos, dice contentísimo. Tomamos un autobús para llegar al bar anterior. Es bus parece una nave espacial, todo es blanco con los rincones redondeados, sin asientos. Marcos protesta. Le digo que disfrute del paisaje (una playa de agua limpísimas. Después podemos bañarnos, le digo (mientras lo digo pienso en qué ropa interior llevo, si no se transparentará, me servirá como bikini). Llegamos al bar pero está cerrado. Una cocinera nos atiende. Dice que abrigo no hay pero sí un pañuelo. Me enseña un pañuelo igual al mío pero rectangular. Marcos me hace una seña como para que me lo quede y zanje el asunto. El mío era cuadrado, digo al fin. Una chica se quita el pañuelo del cuello y me lo da. Lo encontré en la barra, dice con cara de pena. Dudo si regalárselo. Te lo daría, pero es un pañuelo que me regaló mi madre cuando me casé, le digo. Marcos sale de allí echando chispas. Un tipo me toma de la mano, dice que me acompañará al hotel para que no me pierda. Me pregunta si de verdad estoy casada y desde cuando. Desde hace treinta y seis años. El chico se ríe a carcajadas, no me cree e intenta besarme. Lo empujo, le digo que me deje en paz, que sé volver sola al hotel. En realidad no sé volver, ni siquiera sé en qué ciudad estoy.

cámara oscura

domingo, 14 abril 2024. Hay una comida familiar en la acera de la calle donde viven mis padres. Las mesas están iluminadas por la luz que sale desde la cristalera de la autoescuela. Son mesas de chiringuito puestas a lo largo, con manteles de papel. No conozco a la mayor parte de la familia. Como casi todos tienen los ojos azules, pienso que son de la familia de mi tío Juan. Los platos van sucediéndose. Yo apenas como nada por la cantidad y las salas. El postre también es exagerado (unas tortitas que nadan en caramelo líquido y nata). Mi hermana y mis primas, corretean de un lado a otro (son niñas de unos cinco años). Yo tengo unos doce, y no tengo nada que hablar con los mayores. Me siento fuera de lugar. Hay dos chicos mayores que yo que se han apartado para mirar las estrellas. Me acerco a ellos y les digo el nombre de algunas. Se sorprenden de que las conozca. En un momento en el que ellos no miran, veo una con forma de Australia de la que caen una especie de lágrimas. Los aviso, pero cuando miran han desaparecido. Uno de ellos (moreno con barba) se ríe de mí y se aleja. El otro (rubio con los ojos muy claros), me mira con condescendencia y me acaricia la cabeza). ¿Has visto aquello?, me dice señalando el otro extremo de la calle. En el cielo se ve la imagen de una calle de un país de África (gente que va y viene por un mercado). La imagen es en color. También se ve reflejada en el asfalto boca abajo, como si este fuera un espejo, en blanco y negro. El chico de la barba se sienta en la acera con la cabeza entre las manos, se lamenta. ¡No entiendo nada!, dice. Le digo al chico rubio que, seguramente, como en otros países se ven auroras boreales, hemos tenido la suerte de que esa noche el cielo funcione como una cámara oscura. El chico rubio me mira con admiración. Siento vergüenza, improviso, le digo que solo me acerqué a él para llevarle el postre pero he perdido el tenedor por el camino. El chico se ríe y se come las tortitas volcándolas directamente en la boca. Oigo que sus padres lo llaman. Me apena que no se haya despedido de mí. En la acera quedan los manteles de papel sucios y un montón de platos con restos de comida. El chico rubio pega con los nudillos desde dentro de la autoescuela (que ahora es la sala de espera de un aeropuerto). Me hace un gesto para que entre. Saca del bolsillo una piedra. Ten, para que no te olvides de mí, dice. La piedra son dos piedras unidas por lo que parece tocino y jamón. Me da mucho asco, pero me da vergüenza decírselo. Si tuviera el tenedor te lo daría de recuerdo, le digo y se ríe. Pienso que va a besarme, pero no lo hace. Se va con su familia. Yo tiro la piedra grasienta en la primera papelera que encuentro.

invitaciones

miércoles, 10 abril 2024. Alguien nos ha dado unas invitaciones para un teatro. Cuando estamos en la puerta, me entero de que solo hay una, pero Alberto no ve ningún problema, dice que nadie pregunta nunca nada. Salen a la plaza donde esperamos y van llamando por nombre y apellido. Los que tengan invitación individual que levanten la mano, dicen. Un grupo la levanta. Según entran, veo que les entregan un libro y una bolsa de tela con regalos. Cuando voy a darme cuenta, Alberto ya está dentro. Alguien me dice que pase de una vez. No digo nada y paso. Una chica me pregunta cómo me llamo. Ha ce que lo repita varias veces. Supongo que no sabe escribir mi apellido, pero es mi nombre lo que no entiende. Es la primera vez que lo escucho, ¿vosotras lo habíais oído?, pregunta a sus compañeras que niegan con la cabeza. Isabel es un nombre muy normal, les digo. Me entregan una bolsa y dicen que pase, que me dé prisa porque el espectáculo va a comenzar. El teatro es enorme tiene varios niveles. En el centro hay un enorme cubo de madera que evita que la mitad del público pueda ver el escenario. Busco a Alberto por todas partes. Cuando por fin doy con él, los asientos están ocupados y además tienen delante, precisamente, una de las paredes del cubo.

pijama de raso

martes, 9 abril 2024. Estoy en una habitación de hotel y toda mi ropa está desordenada sobre la cama. Alguien dice: ¡Ya están aquí! Y meto a toda prisa mis cosas en una bolsa de viaje. No cabe todo y uso bolsas de tela. No entiendo cómo tengo tantas cosas, yo que viajo siempre con lo mínimo. Hay cosas que no reconozco como mías, como un pijama de raso de color rosa y vestidos estampados de gasa. De todos modos lo guardo todo sin doblar. El ascensor del hotel es muy antiguo, de madera y tapizado de rojo, las puertas de reja muy historiadas. Abajo me esperan los tíos y primos de Alberto. Me extraño (y alegro) al ver a sus tíos porque murieron hace un par de años. Se les ve jóvenes y felices. Suben alegremente a un autocar, pero se quedan de pie al fondo. Les digo que se sienten porque nos quedan, al menos dos horas de viaje. Parece que ni me oyen ni me ven. De repente siento que todo me da igual, que seguramente todo sea fruto de mi imaginación (la ropa, que ellos estén vivos), siento un cansancio enorme y un dolor explosivo en la sien derecha. Me siento. (Me despierta una jaqueca inmensa en la sien derecha).

albornoz

jueves, 4 abril 2024. Estoy en un salón enorme. Tan grande, que los muebles de comedor parecen casi de juguete. La luz, pobre y amarillenta, le da un tono deprimente. Estoy sentada en una butaca pegada a la pared. Oigo que fuera hay una fiesta o algo parecido, pero no me apetece salir. Entra Blanco. Me sorprende que se haya dejado de rapar la cabeza (tiene el pelo rizado como cuando era joven), pero no le digo nada. Se sienta en una butaca al otro lado del salón, a más de cinco metros de mí. Me voy acercando a él arrastrando la mía. No decimos nada, me abraza. Cuando salgo, efectivamente hay una especie de fiesta. Al parecer ha venido una escritora del este, muy famosa. Andrés me dice que quiere presentármela, me toma de la mano y me lleva hacia ella, pero hay tanta gente que me suelto y nos perdemos. De repente estoy en una habitación muy pequeña. Mi familia está allí, apilada. El gato de mi hermana está en una caja de cartón. Todos me miran con insistencia esperando a que lo cepille.
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Andrés, mi madre y yo llegamos a lo que parece una casa-barco. Es de madera y parece muy nuevo. La casa-barco se va convirtiendo en una casa-piano. Intentamos colarnos porque Andrés quiere enseñarnos algo. Finalmente solo yo consigo colarme. Llegan los dueños y me escondo colgándome de un perchero, bajo un albornoz. Espero allí a que los dueños se duerman para poder escapar.

lasaña dulce

miércoles, 3 abril 2024. Estoy con un chico delante de una mercería. le digo que quedan pocas, que compre algo. Le cuento que una vez entré en una solo por verla, no tenía nada que comprar y pedí madroñeras por pedir algo. Le cuento que se las puse en las mangas a una blusa amarilla que me había hecho. Le explico con todo detalle la blusa y le enseño cómo era el amarillo raspando distintas capas de color en la pared. Amarillo albero, concluye. Le cuento con qué falda me la ponía. Como esta, pero esta es estrecha y no me deja andar. Me enseña la suya, es igual. Y nos las remangamos para poder seguir andando.
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Estamos en un bar con un grupo de personas que no me suenan de nada. Vemos el bar desde arriba porque estamos sentados sobre una pila altísima e inestable de sillas. Una señora dice que va a repartir los dulces que ha hecho. Levanta una tela y aparecen dulces de chocolate y nata. Los lanza con precisión a cada una de las personas que están en el bar. Me pregunto si alcanzará a donde yo estoy. Extiendo las manos y me cae uno como si se posara lentamente. Le doy a probar a Alberto y lo escupe. Dice que es una lasaña dulce. Efectivamente son muchas, demasiadas, capas de chocolate con mucha nada encima. La señora me mira y me lo como por no despreciárselo. Alberto me saca del bar, dice que ya puedo escupirlo, que ahora la señora no puede verme. Lo tiro a una papelera. Alberto señala un registro en la acera y se ríe. No sé de qué se ríe. Es por el nombre, dice, me siguen haciendo gracia algunos nombres (el nombre hace referencia a alguien gordo, pero no lo recuerdo).
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Estoy en una casa que parece prefabricada. Llega Penélope Cruz con un tipo. Se supone que llega cansada del trabajo. Trabaja de representante de agendas de piel. Al llegar, las deja caer en el suelo. Pienso que son muy bonitas, que me gustaría quedarme con alguna. En el pasillo hay varias puertas. La primera es un cuarto de baño con un inodoro preparado para ancianos. Sobre el lavabo hay varios biberones. No entiendo qué hace todo eso allí porque en la casa no hay ancianos ni niños. Voy abriendo todas las puertas, como si no conociera la casa. En una está ella con el novio. ¿No vas a dejar que tu madre descanse un rato?, me dice. Cierro y entro en la habitación del fondo. Tiene todas las paredes cubiertas por cortinas, aunque solo hay una ventana. Me asomo. De repente estoy en una azotea y veo la calle. Es de noche y hay pocas farolas encendidas. Un tipo le grita a alguien por teléfono. Le dice: ¡Tú consentiste! De repente llegan tres tipos más y le hacen un placaje. Él se resiste. Lo meten contra su voluntad en una ambulancia. Hemos terminado por hoy, les oigo decir. La ambulancia no tiene techo y puedo ver al hombre del teléfono en una camilla, sujeto por varias cintas negras. Intento ver la matrícula para denunciarlo, pero las farolas se apagan y la ambulancia desaparece a toda velocidad.

escalón

martes, 2 abril 2024. Estoy sentada en un escalón de una plaza enorme. A mi lado está Javi. Mientras cuida de una niña pequeña me cuenta que ha tenido que echar a su inquilino y ahora tiene una habitación libre. No le digo nada, pero pienso que podría alquilarla yo. Un grupo de niñas con equipación de fútbol se sienta a mi lado. Estamos muy apretadas. Le pregunto algo y se ríen. La niña llora, se quita el pañal y lo tira con rabia al suelo. Me levanto y camino por la plaza. Hay unas cortinas verdes que parecen hechas de cactus blandos. Esos cactus me hacen pensar en Daniel, en si necesitará una habitación.ç
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Estoy en el que fue mi cuarto (en la casa de mis padres). Todo está revuelto, mi ropa tirada por el suelo. Oigo música y me extraña porque el tocadiscos hace tiempo que no funciona. Salgo al salón y veo un montón de vinilos y casetes. Le pregunto a mi madre donde está mi (no recuerdo qué buscaba). Mi padre pregunta qué busco. Le digo que son cosas mías. Él insiste. Quiero gritarle que me deje en paz, así que por decir algo le digo que no encuentro el Colacao.

parkour

lunes, 1 abril 2024. Estoy en lo que parece un parque de atracciones sin atracciones, con bares y algunos puestos de libros. De repente, Alberto dice que nos vamos y arranca un artefacto que parece una cama voladora. Me subo como puedo, casi caigo al vacío. Llegamos a un jardín. Hablo con una chica que se va convirtiendo en Virginia. Me pregunta desde cuándo me gusta Beckett. De repente estamos sentadas en un bar. Llega Pablo Carbonell y se sienta con nosotras. Mientras nos cuenta algo, pienso en lo guapo que es. Se lo digo y se ruboriza. Aparece una pareja. Me preguntan por su hija. No sé de qué me hablan. No me creen e insisten, incluso pretenden pagarme para que hable. Mientras esto sucede, veo a Pablo peleando con otro tipo. Me río porque me recuerdan a dos koalas manoteando. La pareja cree que me río de ellos y me amenazan. Huyo haciendo parkour. Llego a una casa donde me reciben con gran alegría. Es la pareja de la que huía. Están contentos porque su hija apareció sana y salva. Entra a saludarla, me dicen. La chica se acerca y me abraza. Tengo la sensación de que está drogada. Mientras me abraza me dice al oído que la ayude a escapar de allí.

riñonera

sábado, 30 marzo 2024. Daniel va por la calle con un grupo de amigos. Lleva mi bolso atado a la cintura como si fuera una riñonera. Sus amigos se ríen de él. A él no le importa. Veo la escena como si fuese una película.
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Estoy en un pasillo muy estrecho y con poca luz. Cuando intento marcharme, una chica muy seca (intentando ser amable) me ofrece un café. Le digo que sí para que se vaya a prepararlo y aprovechar ese momento para huir. La chica me persigue. Intento que alguien me ayude, pero nadie parece verme ni oírme.

farmacia

miércoles, 20 marzo 2024. Voy hacia una farmacia para dejar un medicamento caducado. Al llegar veo por la cristalera a un chico con una máscara de gas y una pistola en la mano. Paso de largo.

una fiesta

jueves, 14 marzo 2024. Arreglo la casa de mis padres, pongo la mesa, ordeno vasos de cartón (iguales a los que había cuando cumplí quince años) y saco platos con medias noches. Se supone que va a haber una fiesta. Llaman a la puerta, es Javi. Hay dos puertas iguales, una sobre otra. Veo salir a un vecino del piso de enfrente (donde no vive nadie), un chico muy alto y muy guapo que, antes de meterse en el ascensor, mira hacia la fiesta y sonríe. Dudo si decirle que pase. Cuando vuelvo al salón, ya hay gente bailando. Veo a Jurdi bailar como un loco, dando patadas al aire. Temo que rompa la tele. Me acerco, al verme me abraza y da gritos de alegría. Está muy joven, igual que en el instituto.

verbena

martes, 12 marzo 2024. Estamos en un paseo marítimo, mirado el mar apoyados en un poyete de piedra. Un tipo nos cuenta (a una chica a y mí) que estando en una verbena, se fue liando la cosa, y estaban todos tan borrachos, que una chica y él se enrollaron mientras el público jaleaba a su alrededor. Llega otro tipo, se presenta diciendo que es poeta (no sé si lleva en la mano un cucurucho de castañas o buñuelos). De repente alguien aparece con un cuchillo y los cuatro salimos corriendo. En uno de las callejuelas hay una puerta, empujo y le digo al poeta que entremos a escondernos. Una vez dentro, veo que es un cuarto de baño.

libros tapizados

domingo, 10 marzo 2024. Acompaño a mi cuñada a su casa. Su casa es un espacio enorme en la playa entre tres paredes muy altas de piedra y sin techo. La tiene decorada con gusto. Una de las paredes está cubierta por una librería de madera oscura donde alterna libros, adornos y fotos enmarcadas. Los libros son todos de pastas duras con portadas que parecen de tapicería. Saca algunos, dice que me los lleve, que no va a volver a leerlos.
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Mi hermana hace una excursión con sus compañeros de curso (un curso con extranjeros). No sé por qué voy también en el autobús, en la última fila. El tipo que le gusta viaja con su hija y, durante el trayecto, hacen videollamadas con la madre. Me pregunto si ella sabrá que es padre de familia. El bus para y todos salen a pasear. Parece un pueblo con cuestas. El tipo se acerca a mí, me pregunta algo en inglés. Acabamos pasando el día juntos, hablando en varios idiomas. Nos reímos mucho. Cuando toca volver al bus, el tipo dice que se queda, que él vive allí. Lo acompaño a la puerta de su casa. Le pregunto si conoce a mi hermana. Sí. Le pregunto si tendría alguna posibilidad con él. No. ¿Por qué? Solo habla de tonterías y se pasa el día comiendo, dice.

alfajores

miércoles, 6 marzo 2024. Llego a un bar cutre y con mala luz. En un rincón me esperan el actor Lance Barber y Donald Trump. Aquí los tenéis, les digo y pongo sobre la mesa unos alfajores. Los desenvuelven y los prueban. Trump dice que están muy malos, pero se come varios seguidos. Saco un papel con varias caritas de colores (del verde al rojo) para que me digan qué puntuación les dan. Muy mal, dice Trump con la boca llena. Regulinchi, dice Barber. No tengo carita para regulinchi, le digo.

lentejas

martes, 5 marzo 2024. Voy a todo correr por Fuente Olletas. Hay mucho tráfico, pero como llego tarde cruzo entre los coches. En realidad no sé dónde voy ni por qué tengo tanta prisa. Un chico me hace señas desde su coche, que me acerque. Dice que me vio en no sé dónde y por eso viene a la charla de hoy. De repente recuerdo que tengo una charla y entro a todo correr por calle Cuba. Subo a un piso que han reformado para que tenga salas grandes. Hay mucho público. No sé bien de qué tengo que hablar y no llevo nada, ni libros ni libreta siquiera. Veo a Cristina al fondo, recostada con las piernas sobre una silla y los brazos cruzados. Le pregunto si tiene algún libro mío. Niega con la cabeza de muy mal humor. Subo a la tarima del escenario. Hay un tipo con papeles delante. Hago un comentario sobre lo feo que es el centro de mesa (una especie de cactus de caramelo rojo de medio metro). Dice que lo ha llevado él. Mientras el público toma asiento, nos sirven puré de lentejas. Me lo como muy rápido, como si no hubiera comido en días. Están casi tan buenas como las que yo hago les falta picante yo le pondría picante a todo hasta al agua, digo todo seguido mientras rebaño el plato.

arena

lunes, 4 marzo 2024. Un tipo baila en una zona vacía enorme cubierta de arena. Creo que lleva la cabeza rapada y va desnudo, pero no estoy segura porque él mismo, la imagen, todo es color sepia (recuerda a los espectáculos de La Fura dels Baus). Le hago una foto. Al ampliarla, sentado a un lado, veo a un niño muy gordo bostezando. Detrás de él me sorprende ver a Alberto con cara de estar aburriéndose. Seguro que cuando le pregunte si le ha gustado dirá que sí, pienso. También pienso que todo eso que está sucediendo es un sueño y cuando lo escriba le pondré de título "Los amigos de mis amigas son mis amigos".

una de espías

viernes, 1 marzo 2024. Todo sucede como en una película de espías. Un tipo nos presenta (a mi madre y a mí) a su madre, pero la mía ni le tiende la mano, sigue hablando sin parar con otra persona. Pienso que ese desprecio lo pagaremos (estamos en un país árabe, su supone). Me siento a descansar en un escalón y me doy cuenta de que se me ven las piernas. Intento tapármelas con tela de saco y escondo la cara entre las manos cuando pasa un autobús.

canicas y bellotas

jueves, 29 febrero 2024. Entró en una sala rectangular muy blanca y me pegó al fondo de la pared. Llevo una camisa de fuerza. Al rato llega mi prima Elisa como una camisa igual y se pone a mi izquierda. No decimos nada, esperamos .De repente estamos sentadas al borde de una charca con fondo de piedras, con los pies metidos en el agua. Me parece ver que entre las piedras hay canicas. ¡Hay canicas!, le digo a Elisa. No sé cuál es elegir, me las llevaría todas. Me decido por las que no tienen ningún adorno dentro. Entre las piedras también hay bellotas. Con una mano cojo canicas, con la otra bellotas. También encuentro una bellota de cristal rosa (o una canica con forma de bellota ). Tiene un aro, pienso que podré cuantía al cuello o en un llavero. Le enseño mi botin a Elisa que, no dice nada, solo disfruta del momento de tener los pies en el agua. Es verdad, ¿para qué quiero bellotas?, pienso y las tiro lejos, a la pequeña porción de campo que rodea la charca. Alégrate, le digo a Elisa, de cada bellota saldrá un árbol.

nísperos, casete y volante

miércoles, 28 febrero 2024. La familia la Beira va a dar una fiesta en su casa, pero en realidad es la casa de mi abuela. De repente nos concentramos todos en el pasillo. Isa quiere sacar unos dulces y Javier dice que eran para el postre del día siguiente. No hay manera de convencerlo de que podemos comprar otros, o cortarlos y que sirvan para los dos.
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Le digo a Pablo que voy a grabarle una canción mejicana y un poema leído, a ver qué le parece. Meto una cinta de casete en el ordenador y comienzo a ler. De repente caigo en la cuenta de que podria haberle enviado un audio y un enlace. Me da pena pensar que he borrado, grabando encima, una cinta de Arvo Pärt.
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Se supone que he organizado una reunión de antiguas alumnas en casa de mi abuela, pero en realidad es la casa de Odila. Barro el jardín y amontonto en distintos alcores hojas secas, nísperos caídos y monedas (parecen de chocolate). Llega Elena y se abraza llorando a Stella. Stella dice que si llega a encontrársela por la calle no la hubiera reconocido. Yo las veo exactamente iguales a cuando eran jóvenes.
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Francis conduce con el volante en el lado derecho. Yo voy detrás. Se vuelve todo el tiempo para preguntarme cosas. Le digo a todo que sí por miedo a que nos estrellemos.

moqueta

martes, 27 febrero 2024. le van a hacer un homenaje a Jurdi en un espacio parecido a la Fnac, con moqueta gris en paredes y suelo. El público se va sentando en el suelo o en sillas de tijeras. Cuando llega a Jurdi no lo reconozco, me parece más delgado y más pequeño. Su cara es distinta. ¿De verdad es él?, pregunto a Javi. No está seguro. Si es él de verdad es que ha hecho la cirugia estetica, le digo.

tenderete de lona y tarta de merengue

lunes, 26 febrero 2024. Desde lo alto de un muro de piedra (se parece al puerto de Gijón) Alberto y yo miramos a un grupo que está organizando algo bajo un tenderete de lona. Entre ellos Cristina y Araceli (que no se conocen en la vida real). ¡Hola!, les grito. Cristina me devuelve el saludo con la mano. Con gestos, le digo lo trabajadora de que es Araceli, y ella, también con gestos, me dice que mucho.
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Voy por la calle con un tipo y su hijo. El niño se parece a Pincho, el hijo de Francisco Umbral (anoche vi su documental). El padre del niño lleva una tarta con muchos adornos de merengue en la mano. Camina muy lentamente para que no se le caiga. Con un gesto, le digo que yo me encargo del niño. Vigilo que no se baje de la acera.

canicas

domingo 25 febrero 2024. Bajo unas escaleras que se parecen a las de mi colegio. A los lados hay setos altos. Delante de mí baja un chico que va haciéndole fotos a todo lo que tenemos alrededor (nada, en realidad). En uno de los escalones (casi todo está cubierto de barro) hay una caja de cartón con canicas y broches. Teniendo esto delante, ¿sacas esas fotos?, le digo. Me agacho a coger algo de recuerdo. Elijo dos canicas (una de ellas igual a la que mi padre tenía de niño, con rayas en espiral). El chico me dice que elija un broche y me lo ponga, que quiere retratarme con él. No sé cuál. Ninguno me gusta. Todos son de hojalata. Finalmente me pongo uno pequeño que no sé bien qué simboliza.

catecismo

sábado, 24 febrero 2024. Estoy con una familia muy parecida a la de la serie "El joven Sheldon". Vamos todos a algún sitio (¿la comunión de la niña?). Entro en la parte trasera del coche, pero los asientos de delante están tan echados hacia atrás, que no hay sitio para meter los pies. Le pregunto a la niña si se sabe el catecismo, le digo que yo todavía me acuerdo. y podemos repasarlo durante el viaje.

caídas, gorgoritos y hebras de platano

viernes, 23 febrero 2024. Alberto, Antonio y yo vamos por un sendero muy estrecho. Aparece otro aún más estrecho de tierra mojada a la izquierda. Alberto saca (no sé de dónde un berbiquí enorme, lo clava en la tierra (que es barro) y comienza a darle vueltas. Tened cuidado de no resbalar, digo antes de resbalar. Quedo colgando de una mano del borde del camino que, al ser barro, hace que me escurra. Por más que grito no me ayudan, siguen dándole vueltas al berbiquí.
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Llego a la puerta del que fue mi colegio. Una monja, como cada mañana, me tiende un crucifijo para que lo bese. Se supone que tengo un examen y no quiero llegar tarde. Subo a todo correr una escalera ayudándome con el pasamanos para ir más deprisa (en realidad no hay escaleras ni pasamanos, subo por el aire). Llego a un patio enorme. Me siento en la esquina superior de una grada (también inexistente) a unos cincuenta metros del suelo. La grada se va llenando de niñas. De repente alguien pone flamenco y Pili (una compañera a la que le gustaba más que nada en el mundo Paul McCartney) baja a bailar al patio contiguo. Baila muy bien (el baby de rayas rojas y blancas se le ha convertido en uno banco con lunares rojos). Todas las niñas la siguen y jalean. Yo me quedo pegada a la pared, allá arriba, mirando al vacío. Las niñas tienen el tamaño de hormigas. Temo descolgarme y caer. Intento no moverme. 
Voy por la calle y se me acerca una chica con un carrito de bebé. Vamos a cantar, dice. Yo empiezo. Le digo que jamás he cantado y no voy a empezar ahora. La chica canta tratando de imitar a Ana Belén, haciendo gorgoritos. Lo hace fatal. Así caminamos un rato por la acera mientras va oscureciendo.
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Parece una clase pero los pupitres son mesas de noche (como las que tenían mis padres). Otro chico y yo las limpiamos a conciencia. Mientras hablamos de un alumno nuevo (se supone que es Pablo). Deberíamos llamarle Charly, propone. Le cuento que yo ya lo conocía de antes y que me parece que su abuelo era carlista. Pablo y otro chico llegan a sus pupitres y se sientan. Me da pena que no me haya dado tiempo limpiarlos. Veo como pasan la mano por encima, retirando lo que parecen hebras de plátano.


viagra

miércoles, 21 febrero 2024. Llego a casa de mis padres y oigo una música que viene de la terraza. A través del cristal translúcido veo a unos nuevos vecinos tocando una pieza deliciosa con violín, viola de gamba y zanfona. Me interrumpe un grito de mi padre desde dentro de la casa (protesta porque se le ha caído algo, que estaba tendido, al patio; me extraña porque el grito viene del dormitorio y él jamás ha tendido ropa). En ese momento me doy cuenta de que la terraza está llena de bolsas, mantas sucias, cojines con manchas de humedad... La gata de mi hermana y se cuela por debajo de la mampara translúcida que separa una terraza de otra. No lo llamo para no entorpecer la música. La gata aparece seguida de un gato negro, los dos están erizados y se pelean dando saltos en el aire. Consigo espantar al gato de los nuevos vecinos. Cuando consigo que la gata entre en casa, la veo comiendo algo sobre la mesa. ¿Qué comes, bonita?, le pregunto. Tiene la lengua azul y hay un blíster de viagra sobre la mesa. Intento abrirle la boca. La gata se convierte en una serpiente (la cabeza de la serpiente y la pastilla tienen la misma forma). Cuando vuelve a ser gata, ya se ha tragado la pastilla. Mi hermana aparece recién maquillada, lista para irse de paseo. No sé si decirle que la casa está sucísima y la terraza llena de basura porque sé que no me servirá de nada. No sé si decirle que no cuida de nadie, ni de su gata. Decido simplemente informarla. La gata se ha comido una viagra, le digo. No hace nada, ni pestañea, como si hubiera pulsado su botón de pausa.

cuba, metro y gabardina

martes, 20 febrero 2024. Se supone que compartimos piso con Javi Rodríguez y Manolo Arana. Es hora de acostarse. Ellos salen corriendo para evitar hacer nada. Nos toca cerrar la cancela de la terraza, la puerta y quitar los platos de la cena. Miro a mi alrededor, no reconozco nada que sea mío, ni siquiera los muebles. Una noche deberíamos dejar las puertas abiertas para que entren y roben, igual nos hacían un favor, le digo a Alberto.
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Hago tiempo mientras espero a Alberto. Llevo una cesta rígida (bastante incómoda de transportar), con mis cosas (una especie de bandeja con asa de medio metro que casi llega al suelo). Se supone que estoy en Madrid, porque para volver tengo que tomar el metro Latina. No doy con él, las bocas de metro que voy encontrando tienen nombres rarísimos. Le pido un plano a un vigilante y me da una papel muy fino y húmedo, con un código QR. El móvil no lo acepta. Una chica (que se parece a Virginia) me pregunta si esa línea lleva al centro. Le digo que no sé dónde estoy, que creo que he caminado tanto que me he salido del plano y estoy cerca de Valencia (la chica se ríe, aunque yo lo decía en serio). Vemos a unos chicos algo frikis entrar a un local y decidimos seguirlos. Subimos por una escala metálica que hay adosada a la pared. La fiesta es friki: semisótano sin ventanas, luz enfermiza y solo chicos con gafas y camisas de cuadros abrochadas hasta el cuello. Hay un montón de máquinas de comecocos y cosas así. Intentan ser amables con nosotras, pero resultan torpes. Tengo la sensación de estar en una serie americana. Le digo a la chica que nos vayamos disimuladamente. Cuando estamos en la calle, me doy cuenta de que me he dejado el cesto y la chica su gabardina. Ella dice que prefiere perderla a volver. Vuelvo sola. Rebusco en un armario sin puertas. Los chicos se alegran de verme. Huyo como puedo por la dichosa escala con el cesto y la gabardina de la chica hecha una bola bajo el brazo. Mientras bajo no dejo de sonreír, para que crean que voy a volver y no intenten retenerme.
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Mi tía M y yo vamos a encargar algo a un almacén. Nos reímos del tipo que nos atiende porque le cambia el nombre a las cosas. Por ejemplo, habla por teléfono con alguien y le dice que ya tiene listos los pirreles para los trispillos (rieles para los visillos). Pienso que si trabaja igual que habla... El almacén es un camión que está en alto. Al salir tenemos que lanzarnos a una cuba llena de bolsas (¿de basura?) que hay en un callejón. Al salir entra en chico. ¡Oh, es Dani!, ¿no te acuerdas de él?, dice mi tía. ¡Cómo olvidarlo!, respondo alegremente (es Juke, uno de los personajes de "El asombroso mundo de Gumball"). Dani/Juke nos mira con recelo y nos pregunta de qué lo conocemos. ¡Qué mala memoria tienes, Dani, qué mala memoria!, responde mi tía casi cantando. Una vez en la calle, pienso que Elías y Henry habían quedado para cenar muy cerca de allí, pero no quiero dejar que mi tía vuelva sola a casa.

zapatos de tacón y zapatófono

viernes, 16 febrero 2024. Entro muy decidida a un centro comercial para comprarme unos zapatos de tacón de ante azul. Una vez dentro, me doy cuenta de que ya los llevo puestos. Intento salir, pero hay tanta gente que es imposible encontrar la salida. Me fijo en que el edificio no tiene techo y las escaleras mecánicas no llevan a ninguna parte (si siquiera son escaleras, son cintas transportadoras que dan vueltas).
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Voy con Elisa y Andrés por la calle y tenemos prisa. He arreglado tu zapatófono, dice Andrés. Efectivamente me da un mocasín enorme que es un teléfono (se supone que es mío y estaba roto aunque jamás lo había visto, pero no le digo nada). Dice que le ha cambiado la tarjeta. Que, ahora, si alguien quiere comprármelo por cien euros le diga que no, que no lo venda por menos de trescientos. Le doy las gracias. Al fijarme bien en él, veo es simplemente es un mocasín de hombre con una tarjeta sim en la suela pegada con cinta adhesiva. Llegamos a una iglesia. Este es el sitio, dice Elisa señalando una de las losas del suelo (un suelo de losas blancas de mármol, cada una con un nombre; la que ella señala no tiene ninguno grabado), este y solo este donde quiero que me entierren con mis hijos.

asfalto y dunas

miércoles, 14 febrero 2024. Alberto, Carlos, Dani y yo vamos por la playa. No hablamos de nada en especial. El sol duele en la piel. Alberto dice que tengo el vientre colgante. Me miro, lo tengo completamente liso bajo el bañador. Ya quisieran las más jóvenes tener mi vientre, le digo, ¿o es que no has visto nunca fotos de lo que es un vientre colgante? No responde. La arena de la playa se acaba y comienza una zona de asfalto. Nos queman los pies y damos la vuelta.
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Parece un festival de poesía. Todos me parecen demasiado jóvenes. Van vestidos muy raros o sencillamente disfrazados. No me siento cómoda, todo me parece demasiado caótico. Subo y bajo buscando mi habitación. Me dicen que los horarios y nombres de los que participan cada noche están en la pared. En la pared hay folios mal pegados con nombres escritos a mano con distintas letras (no se entiende nada). Mi nombre no está. Una chica intenta ayudarme. Otra, mayor, vestida de negro, le dije que me deje, que si no me encuentro es mi problema. Dice que me apunte a leer cuando quiera. Le digo que quiero leer con Omar Pimienta. Leyó ayer y ya se ha ido. No sé si creerlo. Me doy cuenta de que se me han olvidado mis libros, que no tengo ningún poema para leer ni me sé ninguno mío de memoria. Salgo del edificio. Camino por unas dunas de arena muy blanca. No sé qué hacer ni dónde ir.

culebra

martes, 13 febrero 2024. Se supone que nos hemos mudado. Es un piso antiguo y bastante destartalado. Todavía quedan algunos muebles, casi todos desvencijados. La terraza da otro bloque que casi se alcanza con la mano. Una vecina ha convertido la terraza en un salón al aire libre, con alfombras y cojines enormes. Intento animarme pensando que yo podría hacer lo mismo. En la terraza que queda justo enfrente, una familia con muchos hijos saluda alegremente. Alberto (que no se parece a Alberto), les dice que están tan cerca que podrá darles clases de terraza a terraza. El falso Alberto tiene el pelo medio pelirrojo y muy rizado. Lleva sobre los hombros varios gatos, y de entre los rizos le aparece una culebra. Miro a mi alrededor, todo está sucio y roto, aparecen más gatos y hasta lagartos. Le digo a Alberto que no puedo ni quiero vivir en esa casa. Dice que el contrato está firmado, que ya está pagada y es imposible echar marcha atrás (me despierto llorando).