viernes, 29 febrero 08. Estoy durmiendo y noto que mi mano busca algo en la mesa de noche. La mano encuentra un cuchillo e intenta atacarme. Con una mano agarro la otra para defenderme.
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Mi padre y yo estamos en una plaza mirando la fachada de una iglesia. Unas chicas muy guapas vestidas de tirolesas, sacan unas calderas enormes y adornan la plaza con lazos y ramos de flores. Pienso que va a haber una verbena. Al momento llega un coche fúnebre. No entiendo para qué tanta comida y tanta fiesta si el muerto no va a enterarse, le digo a mi padre. Sí se entera, me responde llorando.
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He ido a cortarme el pelo. El peluquero es un chico joven que atiende en su propia casa. Nos sentamos en el suelo de su cuarto, me pone una crema blanca en el pelo y empezamos a hablar como si fuésemos amigos de toda la vida. Por el cuarto pasan sus hermanas, su madre y sus amigos. La madre, en vez de ojos, tiene dos canicas de colores preciosas. Sin que yo llegue a decirle nada, me explica: Tengo una infección en los ojos. Pienso que mientras me ponía la crema he perdido un pendiente. Encuentro un tornillo en el suelo y, al ir a guardarlo en el bolsillo, descubro que tengo seis pendientes. El peluquero me lleva de la mano de una habitación a otra para enseñarme la casa. Cuando habla conmigo lo hace con normalidad, pero cuando habla delante de su madre toma un tono teatral y amanerado. Los amigos siguen entrando y desordenándolo todo. Como si me leyera el pensamiento, me dice que no me preocupe, que mis cosas están a salvo en el cuarto de baño. Uno de sus amigos me pide mi email y le digo imitando a Joaquín Reyes: ¿Para qué lo quieres?, para matar. Se ríe, y así evito dárselo y quedar como una estúpida por no querer dárselo. La madre del peluquero nos dice que es la hora de la cena y que ya no hay tiempo para cortarme el pelo. Él me insiste en que me quede a cenar. Le digo que tengo que volver a casa porque Alberto me espera. Me da una libreta para que le apunte mi nombre y teléfono, para poder avisarme cuando tenga otro día libre y cortarme de una vez el pelo pero, después de muchos intentos, soy incapaz de escribir mi nombre correctamente. Le pregunto si tengo que quitarme la crema del pelo antes de irme. No hace falta, te ha quedado precioso, dice. Bajo en ascensor con sus dos hermanas. Una lleva una blusa igual a un vestido de mi suegra. Como si me leyera el pensamiento, me dice: Mi blusa es muy bonita. Esa hermana es dulce y tiene una mirada triste. La otra es muy antipática y noto que prefiere que no vuelva por allí. Una vez en la calle, la hermana mala se sube a una columna y señala un punto. Comienzo a andar en esa dirección. Encuentro una plaza con una fuente cuadrada. Hay niños mirando hacia el fondo, donde dos chicos y una chica están representando una obra de teatro. La chica hace de obispo y los dos chicos van vestidos de negro. Uno de ellos mira hacia arriba y lo saludo con la mano porque es Camilo. ¿Quién es esa rubia tan guapa?, se le oye decir por los altavoces de la fuente. Me voy de allí inmediatamente porque no quiero decepcionarlo cuando salga de la fuente y descubra que la rubia, en realidad, soy yo. Me doy cuenta entonces, que la crema que me había puesto el peluquero era para teñirme el pelo. Busco desesperadamente el tren de cercanías para volver a casa.
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Mi padre y yo estamos en una plaza mirando la fachada de una iglesia. Unas chicas muy guapas vestidas de tirolesas, sacan unas calderas enormes y adornan la plaza con lazos y ramos de flores. Pienso que va a haber una verbena. Al momento llega un coche fúnebre. No entiendo para qué tanta comida y tanta fiesta si el muerto no va a enterarse, le digo a mi padre. Sí se entera, me responde llorando.
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He ido a cortarme el pelo. El peluquero es un chico joven que atiende en su propia casa. Nos sentamos en el suelo de su cuarto, me pone una crema blanca en el pelo y empezamos a hablar como si fuésemos amigos de toda la vida. Por el cuarto pasan sus hermanas, su madre y sus amigos. La madre, en vez de ojos, tiene dos canicas de colores preciosas. Sin que yo llegue a decirle nada, me explica: Tengo una infección en los ojos. Pienso que mientras me ponía la crema he perdido un pendiente. Encuentro un tornillo en el suelo y, al ir a guardarlo en el bolsillo, descubro que tengo seis pendientes. El peluquero me lleva de la mano de una habitación a otra para enseñarme la casa. Cuando habla conmigo lo hace con normalidad, pero cuando habla delante de su madre toma un tono teatral y amanerado. Los amigos siguen entrando y desordenándolo todo. Como si me leyera el pensamiento, me dice que no me preocupe, que mis cosas están a salvo en el cuarto de baño. Uno de sus amigos me pide mi email y le digo imitando a Joaquín Reyes: ¿Para qué lo quieres?, para matar. Se ríe, y así evito dárselo y quedar como una estúpida por no querer dárselo. La madre del peluquero nos dice que es la hora de la cena y que ya no hay tiempo para cortarme el pelo. Él me insiste en que me quede a cenar. Le digo que tengo que volver a casa porque Alberto me espera. Me da una libreta para que le apunte mi nombre y teléfono, para poder avisarme cuando tenga otro día libre y cortarme de una vez el pelo pero, después de muchos intentos, soy incapaz de escribir mi nombre correctamente. Le pregunto si tengo que quitarme la crema del pelo antes de irme. No hace falta, te ha quedado precioso, dice. Bajo en ascensor con sus dos hermanas. Una lleva una blusa igual a un vestido de mi suegra. Como si me leyera el pensamiento, me dice: Mi blusa es muy bonita. Esa hermana es dulce y tiene una mirada triste. La otra es muy antipática y noto que prefiere que no vuelva por allí. Una vez en la calle, la hermana mala se sube a una columna y señala un punto. Comienzo a andar en esa dirección. Encuentro una plaza con una fuente cuadrada. Hay niños mirando hacia el fondo, donde dos chicos y una chica están representando una obra de teatro. La chica hace de obispo y los dos chicos van vestidos de negro. Uno de ellos mira hacia arriba y lo saludo con la mano porque es Camilo. ¿Quién es esa rubia tan guapa?, se le oye decir por los altavoces de la fuente. Me voy de allí inmediatamente porque no quiero decepcionarlo cuando salga de la fuente y descubra que la rubia, en realidad, soy yo. Me doy cuenta entonces, que la crema que me había puesto el peluquero era para teñirme el pelo. Busco desesperadamente el tren de cercanías para volver a casa.