miércoles, 20 febrero 08. Elisa y yo hemos quedado con Daniel en el cine. No conocemos la ciudad. Damos vueltas por callejones llenos de turistas. Al pasar por una tienda, Elisa roba un bastón de caramelo del tamaño de un paraguas. Cómo has cambiado, le digo. Seguimos a un grupo de turistas y acabamos en un museo. Le digo a la encargada que nos hemos perdido y si puede indicarnos dónde está el cine. Cuando le explico que vamos a ver una película basada en un relato de Cortázar, saca el libro del bolso, dice que lo está leyendo en ese momento y que no podemos perdérnosla. El cine está en el Camino Alto, dice. Abre una puerta con una llave enorme y nos hace saltar al campo. Pisamos un montón de vasijas del museo, pero dice que nada tiene importancia comparado con esa película. Una vez en el campo, volvemos a perdernos. Entro en una casa a preguntar por el Camino Alto. Mientras una chica me lo explica, Elisa le ha pedido a la dueña de la casa una copa de cava. La dueña me pone a mí otra copa. No tenemos tiempo, le digo. Bebo un sorbo ante la insistencia, pero mi copa tiene un agujero y el cava me mancha la ropa. Elisa ha subido a la azotea de la casa a ver el paseo marítimo. Dice que su vida ha cambiado desde que ha tenido al niño, pero que no podía dejarlo para más adelante. Me dice que eso se sabe simplemente mirando los pechos de una mujer. Los pechos son uno mientras eres joven, pero cuando son dos, ya no puedes tener hijos. Cuando los pechos son dos, nadie vuelve a quererte. Me creo todo lo que dice porque es médico y supongo que habla desde un punto de vista científico. Baja a por más cava. Saco una libreta y escribo lo que me ha dicho. Me echo a llorar. Cuando llega, dice que mi cara ha cambiado. Le pregunto por el bastón de caramelo para desviar la conversación. Llega Andrés, va en pijama. ¿Has ido así a trabajar?, le pregunto. Sí, responde Elisa, lo visto yo por las mañanas.