delicias turcas

viernes, 8 febrero 08. En una habitación de hospital muy pequeña, hay unos padres con un bebé que acaba de nacer. Es una niña pelirroja preciosa con los ojos azules. No quieren inscribir a la niña. Trato de convencerlos. Les explico que si no la inscriben, si la niña se pone enferma no tendrán derecho a nada. Mientras hablo la niña va creciendo. Aviso a Alberto para que venga y hable con ellos. Cuando llega, la niña es más alta que él. Los padres acceden a inscribirla, pero sólo si Alberto se compromete a cuidar de la niña. Alberto se niega. Mientras hablan, la niña se ha ido. La veo alejarse desde la ventana.
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He quedado con unos amigos para comer. Hace mucho que no los veo. Alberto tiene prisa y sale de casa antes que yo, lo sigo por la calle aunque todavía estoy hablando por teléfono. Un teléfono fijo y verde, modelo años 60. Cuando me doy cuenta, veo que los cables arrastran por la acera. Tiro el teléfono y le doy una patada. Un chico que viene detrás lo coge con ilusión y me mira con desprecio. Pienso que piensa que no doy mérito a las cosas antiguas, pero no me para a darle explicaciones porque Alberto ya está arrancando el coche. Vete tú y ahora voy, le digo. Me siento en un escalón a esperar a Begoña. Llega con un chico y me pregunta si le he llevado el CD que iba a grabarle. Le digo que he salido con prisa y lo he olvidado. He visto unos merengues en el bar de al lado y si aciertas cuatro preguntas te los regalan, dice. Los merengues en realidad son delicias turcas con forma de gajos de naranja enormes. Pide un plato. Entre el chico y ella las devoran. La dueña del bar, su marido y sus hijas los miran comer asombrados. Pues hemos quedado para comer con unos amigos, les digo. Cuando terminan con el plato, piden otro. Mientras tanto, le pregunto a la dueña cuáles son las cuatro preguntas. La dueña se ríe y dice que no es más que un truco publicitarios que se inventó su yerno, que por cierto murió en Bosnia. Begoña levanta la mano y dice que ella también murió en Bosnia. Una de las preguntas era acertar el código de barras de una brocha de afeitar. Pues es un buen truco, le digo señalándole a los devoradores de merengues. Mientras los veo comer, pienso en que Alberto estará mosqueadísimo porque estamos tardando mucho. Salgo a la calle y me encuentro con Robert-Louis, que sale del cine con Ann y Paul. Paul está llorando. Lo consuelo con un merengue diminuto que saco del bolsillo. Entro al cine y en vez de película reparten cómics. El libro es bastante grueso y en tapas duras. Cuenta historias de chicas desnudas en la playa. El personaje masculino es un chico muy delgado con perilla. A veces la lleva teñida de azul. En el último capítulo sólo lleva bigote. Me fijo en que el autor, y protagonista, es Jota. Vuelvo a abrir el libro, pero ahora no son viñetas, sino películas lo que se ve dentro. En una de ellas, un niño pone un petardo en una fuente y mata a más de 300 palomas. En otra, titulada "Los fachas", un pandilla de jóvenes entra pidiendo mesa a gritos en un bar. En ese momento recuerdo que me están esperando para comer y salgo del cine a toda prisa. Entro en el bar de los merengues, pero ahora es una habitación de hostal. Han llegado Zayas y Daniel. Begoña pregunta que cuándo nos vamos y le explico que estamos esperando a Marcos. Mientras esperamos, hago delicias turcas con mermelada sobre un altavoz. Marcos llega, por fin, muy delgado y muy triste. Me extraña que vaya vestido de blanco. Sé que es la ropa que normalmente lleva su hermano Jurdi, pero no le digo nada porque sé que no le gusta que le hable de él. Me he peleado con mi padre, dice y entra al cuarto de baño. Miro la tele que hay colgada del techo y veo que el telediario va por los deportes. Pienso que Alberto estará negro, pero antes de irnos yo también quiero ir al servicio.