martes, 29 julio 2008. Estoy con Perkins en la barra de un bar. Dice que le gustaría llevarse un posavasos de recuerdo. Miro al suelo y veo que lleva una bolsa de deporte lleva de posavasos de todos los bares que ha visitado. Le pregunto a la camarera si podemos coger uno. No. Me levanto y le digo al oído: Es que es Woody Allen. La camarera lo mira. A Perkins le ha crecido el pelo y efectivamente se parece a Woody Allen. La camarera trae al dueño del bar y le piden que por favor actúe esa noche. Perkins responde con chistes malos mientras nos acercamos a la puerta para salir de allí antes de que se den cuenta de que es mentira. Cuando estamos en la calle, corremos muertos de risa, pero nos damos cuenta de que no sólo no hemos cogido el posavasos sino que hemos olvidado la bolsa de deporte.
indecisiones
lunes, 28 julio 2008. Un chico con traje y corbata negra me acompaña a una fiesta. Hay tanta gente que nos cuesta subir al primer piso. El chico me dice que no beba nada, que va a llevarme a la mejor barra. La barra en cuestión no sirve bebidas, tras el mostrador hay un monje budista que me frota una pieza metálica en la cabeza. Después me da de beber un líquido pegajoso de un vaso también metálico. Le dice algo al chico al oído y nos vamos. Me ha dicho que no puede curarte, me dice el chico antes de desaparecer.
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Voy cogiendo piedras del suelo. Algunas tienen forma de animales y me extraña. Sólo quiero llevarme una de recuerdo y no sé por cuál decidirme porque todas parecen haber sido manipuladas. De repente estoy en una clase vacía. Sobre la mesa hay trabajos manuales. Las clases han terminado y los trabajos son para tirar, así que decido llevarme uno. Me cuesta decidirme. Todos son demasiado infantiles. Hay plantillas para dibujar animales y figuras planas de barro que, pienso, pueden servir de salvamanteles. Alberto dice que no entiende que quiera llevarme esas porquerías a casa. Me decido por una figura de barro plana amarilla y circular que se parece a un pollo. Hay recortes de cartulina por todas partes y un dibujo en la pizarra que representa a un hombre desnudo, dibujando, tumbado sobre un montón de cáscaras de plátano. Tapo la pizarra con una sábana. Entre las páginas de un libro de latín encuentro dos pegatinas. Aparece Elisa que muestra un interés desproporcionado por ellas. Se las doy. Bajo la mesa hay recortes de revistas antiguas y tebeos desencuadernados. Intento meterlo todo en una bolsa para llevármelo. Mientras, veo pasar bajo mis pies una hilera de hormigas que transportan diminutos capullos de seda. Me quito un zapato, me calzo la mano y las piso.
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Voy cogiendo piedras del suelo. Algunas tienen forma de animales y me extraña. Sólo quiero llevarme una de recuerdo y no sé por cuál decidirme porque todas parecen haber sido manipuladas. De repente estoy en una clase vacía. Sobre la mesa hay trabajos manuales. Las clases han terminado y los trabajos son para tirar, así que decido llevarme uno. Me cuesta decidirme. Todos son demasiado infantiles. Hay plantillas para dibujar animales y figuras planas de barro que, pienso, pueden servir de salvamanteles. Alberto dice que no entiende que quiera llevarme esas porquerías a casa. Me decido por una figura de barro plana amarilla y circular que se parece a un pollo. Hay recortes de cartulina por todas partes y un dibujo en la pizarra que representa a un hombre desnudo, dibujando, tumbado sobre un montón de cáscaras de plátano. Tapo la pizarra con una sábana. Entre las páginas de un libro de latín encuentro dos pegatinas. Aparece Elisa que muestra un interés desproporcionado por ellas. Se las doy. Bajo la mesa hay recortes de revistas antiguas y tebeos desencuadernados. Intento meterlo todo en una bolsa para llevármelo. Mientras, veo pasar bajo mis pies una hilera de hormigas que transportan diminutos capullos de seda. Me quito un zapato, me calzo la mano y las piso.
pluma
domingo, 27 julio 2008. Voy por la calle con mi madre. Me habla de los regalos de Navidad. Dice que milagrosamente acertó con cada uno. A mí me regaló una pluma Mont Blanc. Dice que lo mejor de la pluma es que la primera frase que escriba con ella se cumplirá. Piensa un deseo, escríbelo y se cumplirá, dice. Mi madre sonríe pensando que voy a pedir escribir una gran novela. Me apoyo en una mesa de madera y escribo Que mi madre no se muera nunca.
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Estoy en un teatro al aire libre. Dos chicas cantan. Van desnudas. Un foco proyecta en sus cuerpos distintos estampados y paisajes. El público aplaude enloquecido. Yo no hago más que pensar de qué conozco a una de ellas.
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Estoy en un teatro al aire libre. Dos chicas cantan. Van desnudas. Un foco proyecta en sus cuerpos distintos estampados y paisajes. El público aplaude enloquecido. Yo no hago más que pensar de qué conozco a una de ellas.
nublado
sábado, 26 julio 2008. Acompaño a dos chicas a ver un piso que van a alquilar. El piso resulta ser una habitación cuyo empapelado la hace aún más pequeña. La dueña, en un descuido, deja ver detrás de una cortina una guardería clandestina. Los niños, al vernos, nos entregan papeles donde han escrito cartas de socorro.
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A una pared de piedra le crece una escalera de ramas. Según crece comienzan a bajar cientos de personas que me empujan para poder llegar hasta un ascensor que hay en mitad de la calle. Corro hacía una casa abandonada para que no me arrastren. La casa tiene un jardín trasero enorme donde algunas personas hacen gimnasia o malabares. Veo a Pepe, tumbado sobre una toalla haciendo ejercicios de respiración. Me acerco a una fuente cuadrada, me desnudo y me baño a pesar de que está muy nublado y hace frío. Después me acerco a Pepe para respirar con él. Ahora está tumbado sobre una mesa plegable. Alberto la cierra con él dentro y le da varias vueltas. Le grito que Pepe padece de claustrofobia y que abra la mesa inmediatamente. Cuando la abre, Pepe está pálido y se ha ensuciado de restos de comida.
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Ha parado de llover y el sol está a punto de salir entre unas nubes naranjas. Corro hacia una esquina donde he visto un expendedor de protector solar. Meto una moneda, cae un vaso y después el protector, que en vez de ponerse en la piel, se bebe. El vaso está roto, tiene un agujero en la base, así que tengo que beberlo muy rápido antes de que salga el sol.
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A una pared de piedra le crece una escalera de ramas. Según crece comienzan a bajar cientos de personas que me empujan para poder llegar hasta un ascensor que hay en mitad de la calle. Corro hacía una casa abandonada para que no me arrastren. La casa tiene un jardín trasero enorme donde algunas personas hacen gimnasia o malabares. Veo a Pepe, tumbado sobre una toalla haciendo ejercicios de respiración. Me acerco a una fuente cuadrada, me desnudo y me baño a pesar de que está muy nublado y hace frío. Después me acerco a Pepe para respirar con él. Ahora está tumbado sobre una mesa plegable. Alberto la cierra con él dentro y le da varias vueltas. Le grito que Pepe padece de claustrofobia y que abra la mesa inmediatamente. Cuando la abre, Pepe está pálido y se ha ensuciado de restos de comida.
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Ha parado de llover y el sol está a punto de salir entre unas nubes naranjas. Corro hacia una esquina donde he visto un expendedor de protector solar. Meto una moneda, cae un vaso y después el protector, que en vez de ponerse en la piel, se bebe. El vaso está roto, tiene un agujero en la base, así que tengo que beberlo muy rápido antes de que salga el sol.
hormigas, monos y larvas
viernes, 25 julio 2008. Mis padres tienen prisa, me esperan en el descansillo. Le digo a mi hermana que mire en la bañera a ver si se han dejado algo mientras yo miro debajo de la cama. Veo pasar una hormiga que lleva un muñeco de plástico. Mi padre la mira asombrado, mi madre dice: Sólo es el mono de Salvador. Me explica que Salvador dejó varios modelos de muñecos de mono para mí. Mis padre se van con mi hermana, yo me quedo recogiendo varios muñecos y después acompaño a mi tía Encarna. La calle se convierte en una playa y se ha hecho de repente de noche. Tenemos que bajar por una escalera de madera muy vieja. Mi tía cae. No me he hecho anda, dice desde el suelo, pero voy a dormirme un rato ya que estoy tumbada. Bajo como puedo porque no quedan peldaños. Una vez abajo, vuelvo a ver a varias hormigas, transportando pequeños monos de plástico.
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Un hombre sentado en la acera nos señala un cajón de cartón. Mi madre le pregunta si vende perros. Perros y niños, responde. Mi madre levanta varios cachorros y ve debajo tres niños del tamaño de un dedo. Mi madre le grita que así se ahogarán todos. El hombre se encoge de hombros. Mientras mi madre sostiene los perros entre los brazos, me dice que saque a los niños de allí. Le digo horrorizada que no. Me dan asco porque parecen larvas, le digo.
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Un hombre sentado en la acera nos señala un cajón de cartón. Mi madre le pregunta si vende perros. Perros y niños, responde. Mi madre levanta varios cachorros y ve debajo tres niños del tamaño de un dedo. Mi madre le grita que así se ahogarán todos. El hombre se encoge de hombros. Mientras mi madre sostiene los perros entre los brazos, me dice que saque a los niños de allí. Le digo horrorizada que no. Me dan asco porque parecen larvas, le digo.
mapa del futuro
jueves, 24 julio 08. Héctor está en la terraza hablando con Alberto. Mientras, extiendo un mapa sobre la mesa del comedor y dibujo con el dedo los lugares que deben visitar. Según paso el dedo, se van iluminando luces y algunas zonas verdes se vuelven amarillas. Entran y les explico que las luces son las bombas y la zona ahora amarilla lo que el fuego ha devastado. Miranda dice que no quiere viajar a un país así. Le digo que no se preocupe porque es un mapa del futuro lejano.
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Salvador está en una reunión de trabajo con su jefe, sólo que la reunión es alrededor de un campo de fútbol. Yo estoy en la grada de enfrente con Alberto. Para ir a darle un susto, me tiro al suelo y me arrastro entre los asientos hasta colocarme debajo del suyo. Entonces grito: ¡Árbitro cabrón! Su jefe lo mira muy enfadado creyendo que ha sido él.
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Alberto es el encargado de reconstruir una iglesia que han descubierto muy cerca de la orilla. Sólo hay unas cuantas piedras formando un cuadrado y a su alrededor piedras volcánicas. Una pareja que ha ido a hacer fotos para la prensa, me ayudan a volver a casa porque no puedo caminar sobre las piedras. Llevo unos tacones altísimos.
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Salvador está en una reunión de trabajo con su jefe, sólo que la reunión es alrededor de un campo de fútbol. Yo estoy en la grada de enfrente con Alberto. Para ir a darle un susto, me tiro al suelo y me arrastro entre los asientos hasta colocarme debajo del suyo. Entonces grito: ¡Árbitro cabrón! Su jefe lo mira muy enfadado creyendo que ha sido él.
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Alberto es el encargado de reconstruir una iglesia que han descubierto muy cerca de la orilla. Sólo hay unas cuantas piedras formando un cuadrado y a su alrededor piedras volcánicas. Una pareja que ha ido a hacer fotos para la prensa, me ayudan a volver a casa porque no puedo caminar sobre las piedras. Llevo unos tacones altísimos.
historia
miércoles, 23 junio 2008. Habitación, silla. Sobre el respaldo de la silla hay una rebeca verde tejida a mano. El suelo es rojo. Sólo falta que en el bolsillo de la rebeca haya algo para que sea una historia, pienso. Y me pongo a buscar una piedra para metérsela en el bolsillo.
cejas
lunes, 21 julio 2008. Estoy con Ayllón en la puerta de la casa de Picasso y veo en la acera de enfrente a Begoña y Graciela. Begoña lleva un vestido estilo La casa de la pradera. Nos damos un abrazo enorme. Ayllón dice que como he encontrado a dos amigas vayamos a buscar a Muñoz Quintana para que ellos también sean dos. Hay varios escritores en una esquina. Discuten sobre sus edades. Uno de ellos, se parece a Cela, me dice que los escritores de verdad tienen la ceja izquierda más arqueada y más alta que la derecha. Me señala varios retratos en la pared. Después hace que me mire en un espejo. Tus cejas son normales, dice. Subimos por calle Carrión a buscar a Muñoz Quintana. La plaza es ahora casi un bosque. Entro en el que fue mi instituto porque hay una lectura en la que participo. Como si fuera un hotel, busco la habitación donde he dormido la noche anterior para coger los poemas que debo leer, pero ahora hay clases. Sólo una es una habitación, pero no es la mía. Hay dos personas durmiendo, todo está sucio y desordenado. Vuelvo a la sala de la lectura. Está abarrotada y todos los poetas van vestidos con monos amarillos. Le digo a Joan que me preste su libro porque no he encontrado el mío. Me da un libro amarillo donde tampoco encuentro mis poemas. Me siento en el suelo a su lado esperando que no tenga que leer nada. En el escenario, un grupo vestidos con monos blancos toca canciones sin sentido, sólo hacen ruido.
buzones
domingo, 20 julio 2008. Joan está cocinando mientas yo le cuento mis últimas conclusiones sobre mi vida. Después bajamos al portal con Luciano. Antes de salir a la calle, les digo que cojan rotuladores porque después los necesitarán si se pone a llover. Los buzones del portal no tienen puertas y todos están llenos de rotuladores de colores. Cojo un puñado y me los meto en los bolsillos. Podéis coger los que queráis excepto los de mi vecina, que tiene un niño pequeño, les digo.
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El director de un hotel me ha llamado para que resuelva un caso de fantasmas. Me pongo delante de una pared y le digo al fantasma que se dé a conocer o deje de molestar. Un trozo de pared se abre y aparecen unos buzones de madera con cartas y objetos muy antiguos. Intento leer los nombres para devolver las cartas a sus dueños, pero la letra es tan pequeña que me es imposible. Entre los objetos hay una canica idéntica a la que tenía mi padre de niño.
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El director de un hotel me ha llamado para que resuelva un caso de fantasmas. Me pongo delante de una pared y le digo al fantasma que se dé a conocer o deje de molestar. Un trozo de pared se abre y aparecen unos buzones de madera con cartas y objetos muy antiguos. Intento leer los nombres para devolver las cartas a sus dueños, pero la letra es tan pequeña que me es imposible. Entre los objetos hay una canica idéntica a la que tenía mi padre de niño.
josemiguel
viernes, 18 julio 2008. Desde el jardín de casa de mi abuela veo pasar por la calle a José Miguel Picazo, a quien hace más de veinte años que no veo. Va con su madre y dos sus hermanas. La madre lleva además dos bebés en un cochecito. No me atrevo a decirle nada.
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Alberto y yo subimos por Rodrigo de Ulloa. Hemos quedado con los amigos en la esquina de General Ibáñez. Mientras esperamos, veo pasar a José Miguel en bicicleta. Para a la puerta de la que fue mi casa hasta los ocho años, y entra. Cuando me acerco a la bici, se ha convertido en un deportivo rojo. Pienso en ponerle una nota en el parabrisas, pero no me atrevo. Odila pasa por allí, le digo que me acompañe a saludar a José Miguel porque seguro que se alegra de verla más que a mí. Odila dice que le da vergüenza entrar en esa casa, pero que organizará una reunión para que nos veamos todos. Dice que se alegra de verme, me abraza. Te quiero mucho, le digo. Se va muy contenta, saltando como si fuese una niña.
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Alberto tiene una comida de trabajo y yo lo espera a la puerta del restaurante. Llevo un puñado de bolitas de corcho blanco teñido de rosa, que empieza a despintarse entre mis manos. Alberto sale con un compañero que apesta a tabaco. Mientras buscamos su coche, le digo que su mujer notará que ha fumado, que debería dejar de fumar. Alberto le propone que se intercambien la ropa y le dice que si se hace algo, no es bueno dejar de hacerlo. Sí, como matar, le digo con ironía, matar es buenísimo. Caminan delante de mí con los brazos extendidos haciendo el avión. No me oyen.
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Alberto y yo vamos en coche, pasamos por edificios blanquísimos. Como hay tanto atasco podemos recrearnos mirándolos. Pensamos que son los únicos edificios que quedan en Torremolinos de los años 70. Me bajo del coche un momento y cuando entro de nuevo, me doy cuenta de que me he equivocado de coche. Veo que Alberto me hace señas desde un desvío, y el mío sigue la autopista. Una señora muy amable me dice que puedo quedarme en su casa. Me ofrece té, pero al volcar la tetera salen monedas. Después, en vez de leche, mete un pañuelo arrugado en mi taza. No digo nada, pero pienso que es una vieja loca. Me enseña mi cuarto, bastante austero. Sólo hay una cama y un vaso de plástico clavado a la pared, cerca del suelo. Dejo las monedas y el pañuelo arrugado que no me bebí dentro del vaso. Me meto en la cama vestida. Pienso que en cuanto se duerma escaparé de esa casa.
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Alberto y yo subimos por Rodrigo de Ulloa. Hemos quedado con los amigos en la esquina de General Ibáñez. Mientras esperamos, veo pasar a José Miguel en bicicleta. Para a la puerta de la que fue mi casa hasta los ocho años, y entra. Cuando me acerco a la bici, se ha convertido en un deportivo rojo. Pienso en ponerle una nota en el parabrisas, pero no me atrevo. Odila pasa por allí, le digo que me acompañe a saludar a José Miguel porque seguro que se alegra de verla más que a mí. Odila dice que le da vergüenza entrar en esa casa, pero que organizará una reunión para que nos veamos todos. Dice que se alegra de verme, me abraza. Te quiero mucho, le digo. Se va muy contenta, saltando como si fuese una niña.
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Alberto tiene una comida de trabajo y yo lo espera a la puerta del restaurante. Llevo un puñado de bolitas de corcho blanco teñido de rosa, que empieza a despintarse entre mis manos. Alberto sale con un compañero que apesta a tabaco. Mientras buscamos su coche, le digo que su mujer notará que ha fumado, que debería dejar de fumar. Alberto le propone que se intercambien la ropa y le dice que si se hace algo, no es bueno dejar de hacerlo. Sí, como matar, le digo con ironía, matar es buenísimo. Caminan delante de mí con los brazos extendidos haciendo el avión. No me oyen.
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Alberto y yo vamos en coche, pasamos por edificios blanquísimos. Como hay tanto atasco podemos recrearnos mirándolos. Pensamos que son los únicos edificios que quedan en Torremolinos de los años 70. Me bajo del coche un momento y cuando entro de nuevo, me doy cuenta de que me he equivocado de coche. Veo que Alberto me hace señas desde un desvío, y el mío sigue la autopista. Una señora muy amable me dice que puedo quedarme en su casa. Me ofrece té, pero al volcar la tetera salen monedas. Después, en vez de leche, mete un pañuelo arrugado en mi taza. No digo nada, pero pienso que es una vieja loca. Me enseña mi cuarto, bastante austero. Sólo hay una cama y un vaso de plástico clavado a la pared, cerca del suelo. Dejo las monedas y el pañuelo arrugado que no me bebí dentro del vaso. Me meto en la cama vestida. Pienso que en cuanto se duerma escaparé de esa casa.
premios
jueves, 17 julio 2008. Un modisto me prueba un vestido rojo para la entrega de los Óscars. En los ensayos, le digo que el vestido es demasiado corto y tiene demasiado escote. No me hace caso y lo acorta aún más. El ensayo es con público y paso una vergüenza enorme, a pesar de que todo el mundo me diga lo guapa que estoy. Cuando volvemos al camerino, rompo el vestido y le digo que no pienso recoger ningún premio.
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Dos niñas están jugando en el salón de casa. Dicen que son las nuevas vecinas. Les digo que tengo que salir y que las voy a llevar a casa de una vecina que tiene hijos de su edad, para que jueguen. Cuando las niñas entran en casa de la vecina, se pegan con las otras niñas y tiran la merienda al suelo. Me alegro de que no sean mis hijas. En ese momento suena el teléfono y corro a casa. Es mi madre, dice que le acaban de tocar 12 millones de dólares en un concurso de la tele. Por fin mi hermana se podrá ir a la India, le digo.
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Dos niñas están jugando en el salón de casa. Dicen que son las nuevas vecinas. Les digo que tengo que salir y que las voy a llevar a casa de una vecina que tiene hijos de su edad, para que jueguen. Cuando las niñas entran en casa de la vecina, se pegan con las otras niñas y tiran la merienda al suelo. Me alegro de que no sean mis hijas. En ese momento suena el teléfono y corro a casa. Es mi madre, dice que le acaban de tocar 12 millones de dólares en un concurso de la tele. Por fin mi hermana se podrá ir a la India, le digo.
cosas sin techo
miércoles, 16 julio 2008. Mi padre y yo criticamos una exposición de fotos. Él dice que eso lo hace cualquiera y yo le digo que ni siquiera son fotos, son imágenes sacadas por una impresora. La exposición es en una terraza acristalada y hay mucha gente. Un chico me hace una seña, como si me conociera, indicándome que me espera a la salida. Le pregunto a Blanco quién es. Es un torero muy famoso, me dice. Blanco me acompaña al servicio porque dice que seguro que no hay pestillo. En ese momento entran doce chicas a la vez armando mucho jaleo. Al salir, una de ellas me dice que para usar el servicio hay que pagar con el bonobús. Blanco dice que no me preocupe por la puerta, que él se queda vigilando. El servicio es un patio con un agujero en el suelo y una rendija en la pared para meter el bonobús. No entiendo cómo en una sala tan elegante tienen un servicio tan cutre. Salgo sin haberlo usado y le digo a Blanco que mejor nos vamos con el torero a otro sitio.
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Alberto dice que es tarde y tenemos que irnos. Corro a arreglarme. Entro en una casa abandonada sin techo, donde se supone que antes dejé mi ropa sobre una mesa de playa. Ahora sobre la mesa hay un montón de gafas de sol y dos mujeres senegalesas que las venden. Rebusco en mi bolsa de viaje. Mis gafas siguen allí. Menos mal, pienso. Alberto entra y dice que no encuentra sus gafas. Las mujeres empiezan a probarle gafas de sol. No sabemos cómo explicarles que las suyas eran de ver. ¿Cristal blanco?, pregunta una. Saca una caja de gafas de debajo de la mesa, pero ninguna es la de Alberto.
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Alberto y yo vamos en un autobús sin techo. Vemos pasar por la calle a peatones chorreando. Cuando el autobús da la curva, vemos que hay varias personas con mangueras, mojando a todo el que pasa. Yo me pongo el bolso en la cabeza. Los pasajeros gritan que los mojen. En un escalón, veo a Héctor sentado, secando una cámara de fotos. Lo saludo y le hago una seña de que nos vemos en el museo. El museo tampoco tiene techo y como se ha hecho de noche, podemos ver las estrellas. Un vigilante nos dice que si no hemos pagado la entrada de las estrellas no podemos mirarlas. Héctor me pregunta por mi viaje. La felicidad, le respondo. Héctor quiere que nos hagamos una foto delante de una escalera dorada. Alberto nos explica que es una escalera medieval china. Lo miramos asombrados. Nos enseña una pata de cigala que lleva en la oreja. Son las nuevas guías digitales del museo, dice.
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Alberto dice que es tarde y tenemos que irnos. Corro a arreglarme. Entro en una casa abandonada sin techo, donde se supone que antes dejé mi ropa sobre una mesa de playa. Ahora sobre la mesa hay un montón de gafas de sol y dos mujeres senegalesas que las venden. Rebusco en mi bolsa de viaje. Mis gafas siguen allí. Menos mal, pienso. Alberto entra y dice que no encuentra sus gafas. Las mujeres empiezan a probarle gafas de sol. No sabemos cómo explicarles que las suyas eran de ver. ¿Cristal blanco?, pregunta una. Saca una caja de gafas de debajo de la mesa, pero ninguna es la de Alberto.
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Alberto y yo vamos en un autobús sin techo. Vemos pasar por la calle a peatones chorreando. Cuando el autobús da la curva, vemos que hay varias personas con mangueras, mojando a todo el que pasa. Yo me pongo el bolso en la cabeza. Los pasajeros gritan que los mojen. En un escalón, veo a Héctor sentado, secando una cámara de fotos. Lo saludo y le hago una seña de que nos vemos en el museo. El museo tampoco tiene techo y como se ha hecho de noche, podemos ver las estrellas. Un vigilante nos dice que si no hemos pagado la entrada de las estrellas no podemos mirarlas. Héctor me pregunta por mi viaje. La felicidad, le respondo. Héctor quiere que nos hagamos una foto delante de una escalera dorada. Alberto nos explica que es una escalera medieval china. Lo miramos asombrados. Nos enseña una pata de cigala que lleva en la oreja. Son las nuevas guías digitales del museo, dice.
incógnitas
martes, 15 julio 2008. Dos parejas y yo jugamos a un juego que no entiendo. Estamos sentados alrededor de una cama como si fuera una mesa de comedor. Se trata de inmovilizar al contrincante tumbándose encima. Alguien dice Ya, y se lanzan sobre mí. Logro escabullirme y eso les pone de mal humor. Decido marcharme. Sal a buscar tu bolso si te atreves, me dicen. Ellos no saben que sé que han soltado una serpiente enorme en el jardín, así que decido salir por una ventana del piso de arriba. La ventana está tapiada, hago un agujero con las uñas. Veo a Paquito, de niño y le hago señas para que me ayude. Entre los dos hacemos más grande el agujero, y salto a su casa. Su casa está en una ciudad sin edificar y llevan ropa de otra época. Paquito dice que puedo quedarme a vivir con ellos. Somos tantos hermanos que nadie se dará cuenta, dice. Aunque trato de hacer una vida normal, siempre hay alguien observándome desde un coche o persiguiéndome. Creo que olvidamos volver a tapiar la ventana, le digo a Paquito.
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Vuelvo a casa en silla de ruedas. Me cuesta mucho subir y bajar las aceras. Le pido a dos chicos, que van hablando de exámenes, que me ayuden. Uno de ellos me lleva a casa de mis padres. Al entrar en mi cuarto, veo que no hay cama y el suelo está lleno de hojas secas. Las barro con esfuerzo. Mi padre me da sus zapatillas. Le digo que hace calor, que no las necesito. Se enfada. El chico que me ha acompañado a casa le explica que es verdad, que en la calle hace calor. Discuten. Entro en el cuarto de baño y lleno la bañera. Al tumbarme me duele mucho la espalda, hundo la cabeza en el agua y empiezo a contar, uno, dos, tres...
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Vuelvo a casa en silla de ruedas. Me cuesta mucho subir y bajar las aceras. Le pido a dos chicos, que van hablando de exámenes, que me ayuden. Uno de ellos me lleva a casa de mis padres. Al entrar en mi cuarto, veo que no hay cama y el suelo está lleno de hojas secas. Las barro con esfuerzo. Mi padre me da sus zapatillas. Le digo que hace calor, que no las necesito. Se enfada. El chico que me ha acompañado a casa le explica que es verdad, que en la calle hace calor. Discuten. Entro en el cuarto de baño y lleno la bañera. Al tumbarme me duele mucho la espalda, hundo la cabeza en el agua y empiezo a contar, uno, dos, tres...
navaja
lunes, 14 junio 2008. Iker es un niño de unos 7 años y ha venido a casa a enseñarme un cuento que ha escrito. El cuento está muy bien, le digo. En realidad lo que quiero es aprender a escribir poemas, me dice. Le toco la frente, le acaricio el pelo, le digo que él ya es poeta, que sólo tiene que dejar sus cuentos en lo mínimo para que sean poemas también en la forma. Iker sale y cierra la puerta. Quiero ir tras él, pero estoy en la cama inválida o algo parecido. Al cabo de un rato, Iker entra sonriente y recita un poema muy breve que habla de una navaja. Es un poema precioso, le digo, y se abraza a mí muy fuerte.
nazareno
domingo, 13 julio 2008. Voy con Juan y su hija Ani por la calle. Juan parece un nazareno. Lleva algo pesado e invisible sobre los hombros y le suda la frente. Le dice a su hija que no se olvide de comprar dulces para todos. La niña lo mira y niega con la cabeza. La cojo de la mano y le digo algo al oído. Se ríe. Miramos a Juan y le decimos a la vez, Ya no necesitamos que nos cuentes más cuentos.
euros y yenes
jueves, 10 julio 2008. En una tienda, pido al dependiente unos gramos de luz.
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Voy con Alberto por la calle. Me encuentro en la acera un billetes de 20 euros muy bien doblados. Al desdoblarlo se convierte en un fajo de euros y yenes. Entre el dinero hay un pasaporte sin datos, como si alguien lo hubiera arrancado a propósito. También hay un mapa de china. Alberto dice que nos lo quedemos porque es un barrio de traficantes. Yo le digo que es demasiado dinero, y que quizá sea de alguien como nosotros, que sólo pasaba por allí. Lo guardo todo en la funda de mis gafas.
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Dos niños prenden fuego a su casa y a ellos mismos. Los miro todo sin participar, aunque también estoy dentro de la casa. El padre de los niños dice que quiere hacer una foto del paisaje que se ve desde la cocina. Me asomo, es bastante triste, casas viejas amontonadas. Dice que le gustaría que la foto fuese en blanco y negro.
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Hemos quedado para comer con los amigos en un restaurante. Bajamos a un sótano decorado como un palacio. Pienso que ya he estado allí, pero no recuerdo cuándo. Los amigos no llegan, sólo una chica a la que no conozco y que se sienta a mi lado. Le digo a Alberto que se siente entre las dos. Mientras intento recordar cuándo estuve allí, oigo sus risas cada vez más fuerte.
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Voy con Alberto por la calle. Me encuentro en la acera un billetes de 20 euros muy bien doblados. Al desdoblarlo se convierte en un fajo de euros y yenes. Entre el dinero hay un pasaporte sin datos, como si alguien lo hubiera arrancado a propósito. También hay un mapa de china. Alberto dice que nos lo quedemos porque es un barrio de traficantes. Yo le digo que es demasiado dinero, y que quizá sea de alguien como nosotros, que sólo pasaba por allí. Lo guardo todo en la funda de mis gafas.
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Dos niños prenden fuego a su casa y a ellos mismos. Los miro todo sin participar, aunque también estoy dentro de la casa. El padre de los niños dice que quiere hacer una foto del paisaje que se ve desde la cocina. Me asomo, es bastante triste, casas viejas amontonadas. Dice que le gustaría que la foto fuese en blanco y negro.
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Hemos quedado para comer con los amigos en un restaurante. Bajamos a un sótano decorado como un palacio. Pienso que ya he estado allí, pero no recuerdo cuándo. Los amigos no llegan, sólo una chica a la que no conozco y que se sienta a mi lado. Le digo a Alberto que se siente entre las dos. Mientras intento recordar cuándo estuve allí, oigo sus risas cada vez más fuerte.
ascensor y metonimia
miércoles, 9 julio 2008. Al entrar en el edificio donde viven mis padres, un hombre sostiene la puerta para que pasen sus hijos. Después me deja pasar a mí. Cuando lo miro para darle las gracias veo que es Raúl, el del Real Madrid. Entro al ascensor con ellos. Se bajan en el segundo, le doy al cuarto, pero el ascensor comienza a bajar. En la pantalla se lee 2.85, 2.50, 2.25, etc. En el 0.50 se para y comienza a subir a toda velocidad hasta salir despedido del edificio. Veo la ciudad desde encima de las nubes, me gusta, no tengo miedo.
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Voy por la calle con Ayllón. La calle está en obras. Álvaro García está en una zanja escribiendo en un cuaderno. Cuando Ayllón lo ve salta sobre él, lo agarra del cuello y le grita ¡¡Metonimia!!
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Voy por la calle con Ayllón. La calle está en obras. Álvaro García está en una zanja escribiendo en un cuaderno. Cuando Ayllón lo ve salta sobre él, lo agarra del cuello y le grita ¡¡Metonimia!!
luna de miel
lunes, 7 julio 2008. Carmen y Kb acaban de llegar de su viaje de novios. ¿Qué tal por cuba?, pregunto. Carmen dice que al final fueron a Italia. Saca un montón de libros muy viejos de la maleta, libros pequeños encuadernados en tela, la mayoría con el lomo roto. Le ayudo a colocarlos en una estantería. También saca una bolsa enorme con forma de gato Doraemon, llena de juguetes para sus sobrinos. Kb me da cuatro folios con poemas y dibujos. Dice que desde que tiene la impresora de viaje es todo mucho más fácil. La impresora parece una pitillera. Le pido un lápiz. Si es para corregirme los acentos, olvídalo, ha hablado con un impresor italiano y me ha dicho que jamás hay que poner acentos. Cuando leo los poemas, algunas palabras llevan dos y tres tildes.
lo abstracto
domingo, 6 julio 2008. Javier abre una reunión de antiguos alumnos diciendo unas palabras. Habla de las notas de mi madre y de las mías, comparándolas. La que era entonces la madre superiora, la madre Nazaret, toma la palabra para alabar mi memoria en sus clases de biología. La fiesta continúa en la explanada del recreo. Hay una exposición de libros y revistas con artículos escritos por antiguos alumnos. En la portada de una revista hay una foto de Ray Loriga donde dice Cómo ser el ídolo de uno mismo. Juan dice que no entiende cómo puedo adorarlo. Le explico que adorar sólo se adora a los dioses, que Loriga sólo me gusta. Entonces, ¿no lo idolatras?, me pregunta. Idolatrar es que algo te guste o lo ames sin condiciones, y a Loriga tampoco lo idolatro, yo sólo idolatro a Camilo. Juan se enfada y rompe la revista. Lo sigo a la barra. y, antes de pasarme una copa de vino, me dice que nunca conseguiré que le guste lo abstracto. Alberto habla de lo bueno que está el vino y apoya a Juan en su crítica a Loriga y los abstracto. Demasiado que por darte gusto nos hemos leído todos esos libros, dice. La fiesta ha terminado, la zona de la barra está muy sucia, el suelo lleno de servilletas y palillos de dientes. Me pongo a barrer. Juan llega, y al verme barrer vuelve a enfadarse. No te enteras de nada, me grita.
sábana
sábado, 5 julio 2008. Subo por calle Granada. Sólo voy vestida con una sábana enrollada al cuerpo. Me encuentro a Blanco en la puerta de la iglesia de Santiago. Se alegra mucho de verme, me abraza y dice que mi vestido es precioso. Hace que me gire, para leer las palabras que hay escritas en la sábana. De repente se hace de noche. Seguro que tienes frío, dice y me pone su cazadora sobre los hombros. Caminamos muy juntos. En Plaza de la Merced hay una verbena. Blanco me pregunta si he quedado en la fiesta con Alberto. Le digo que no, que nos hemos separado. Blanco se enfada muchísimo y dice que se va con sus amigos a un bar. Subo calle Victoria sola, sin saber muy bien a dónde ir.
reformas
miércoles, 2 julio 2008. Juan ha venido a ver un piso que acabo de comprar. Lo espero en el rellano. Hay cuatro puertas. Cuando sale del ascensor le digo que adivine cuál es la mía. Elige a la primera la puerta correcta. Entramos. La casa está desordenada y sin cortinas. Hay mucha luz. Juan se queda quieto en el comedor. Le digo que no sea tan prudente, ya que ha ido a ver qué reformas se pueden hacer. Juan cambia de actitud y empieza a golpear algunos muros hasta romperlos. Dice que será fácil cambiar la distribución porque unas paredes son de cartón y otras son de plástico transparente forrado de papel. El piso tiene unas cristaleras en las que rompe el mar. Juan dice que no me haga ilusiones porque construirán delante. Si no hay arena, me quejo. Da lo mismo, la traerán y se llevarán el mar, dice.
puros, laberinto y fibromialgia
martes, 1 julio 2008. Estoy en un avión. El avión es una habitación con 8 asientos. En el pasillo, una mujer muy tosca abre mi maleta y la de Antonio Cantos y las revuelve. En la de Cantos hay papeles y en la mía, además de ropa, una caja enorme de puros que no sé de dónde ha salido.
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Paseo con Salud por unas callejuelas muy estrechas entre edificios de piedra. Se hace de noche de golpe y le digo que tengo que comprar algo antes de que cierren. Entro en una tienda que más bien parece un laberinto. Corro de un pasillo a otro, subo y bajo escaleras, pero no encuentro nada de lo que busco, ni siquiera la salida. Una vez en la calle, Salud llora. Dice que Hugo y Ann han salido también pero Paul no aparece. Dice que no se moverá de allí hasta que aparezca su hijo.
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Purranki y yo estamos solos en el bar de un colegio. Él lee un libro con ilustraciones y yo hago dibujos de animales en un cuaderno. Una chica va a entrar al servicio, Purranki me mira indicándome que haga algo. Corro hacia el servicio para llegar antes que ella y coloco mi libreta sobre el lavabo por la página que dice Ugg You. Está escrito con letras gordas e infantiles a colores. Se supone que eso en el idioma que hemos inventado Purranki y yo, significa Lárgate. La chica entra, cuando sale nos da las gracias. Al recoger mi cuaderno, veo que me equivoqué de página. La chica ha visto dos osos dándole la bienvenida. Purranki saca el móvil y llama a un restaurante. Les dice que reserven mesa para dos, pero que sólo tomaremos segundo plato. Díganos qué puede ofrecernos, somos ese tipo de clientes que nos gusta el marketing, les dice. Pienso que me gusta mucho su forma de actuar. Mientras, la camarera me dice que son 1,80. Tengo un montón de monedas en la mano, pero soy incapaz de sumarlas. Las pongo todas en la mesa y voy sumando con dificultad, hasta que la camarera, un poco harta, coge ella misma las monedas. Miro a Purranki avergonzada. Cosas de la fibromialgia, dice y me sonríe. Me levanto para irnos, pero me doy cuenta de que no llevo los pantalones. Están arrugados en el suelo. Mientras intento ponérmelos, sin ningún resultado, Purranki se aleja y el bar empieza a llenarse de gente. Yo sigo allí, en una silla de colegio, sin poder ponerme los pantalones.
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Paseo con Salud por unas callejuelas muy estrechas entre edificios de piedra. Se hace de noche de golpe y le digo que tengo que comprar algo antes de que cierren. Entro en una tienda que más bien parece un laberinto. Corro de un pasillo a otro, subo y bajo escaleras, pero no encuentro nada de lo que busco, ni siquiera la salida. Una vez en la calle, Salud llora. Dice que Hugo y Ann han salido también pero Paul no aparece. Dice que no se moverá de allí hasta que aparezca su hijo.
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Purranki y yo estamos solos en el bar de un colegio. Él lee un libro con ilustraciones y yo hago dibujos de animales en un cuaderno. Una chica va a entrar al servicio, Purranki me mira indicándome que haga algo. Corro hacia el servicio para llegar antes que ella y coloco mi libreta sobre el lavabo por la página que dice Ugg You. Está escrito con letras gordas e infantiles a colores. Se supone que eso en el idioma que hemos inventado Purranki y yo, significa Lárgate. La chica entra, cuando sale nos da las gracias. Al recoger mi cuaderno, veo que me equivoqué de página. La chica ha visto dos osos dándole la bienvenida. Purranki saca el móvil y llama a un restaurante. Les dice que reserven mesa para dos, pero que sólo tomaremos segundo plato. Díganos qué puede ofrecernos, somos ese tipo de clientes que nos gusta el marketing, les dice. Pienso que me gusta mucho su forma de actuar. Mientras, la camarera me dice que son 1,80. Tengo un montón de monedas en la mano, pero soy incapaz de sumarlas. Las pongo todas en la mesa y voy sumando con dificultad, hasta que la camarera, un poco harta, coge ella misma las monedas. Miro a Purranki avergonzada. Cosas de la fibromialgia, dice y me sonríe. Me levanto para irnos, pero me doy cuenta de que no llevo los pantalones. Están arrugados en el suelo. Mientras intento ponérmelos, sin ningún resultado, Purranki se aleja y el bar empieza a llenarse de gente. Yo sigo allí, en una silla de colegio, sin poder ponerme los pantalones.
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