cosas sin techo

miércoles, 16 julio 2008. Mi padre y yo criticamos una exposición de fotos. Él dice que eso lo hace cualquiera y yo le digo que ni siquiera son fotos, son imágenes sacadas por una impresora. La exposición es en una terraza acristalada y hay mucha gente. Un chico me hace una seña, como si me conociera, indicándome que me espera a la salida. Le pregunto a Blanco quién es. Es un torero muy famoso, me dice. Blanco me acompaña al servicio porque dice que seguro que no hay pestillo. En ese momento entran doce chicas a la vez armando mucho jaleo. Al salir, una de ellas me dice que para usar el servicio hay que pagar con el bonobús. Blanco dice que no me preocupe por la puerta, que él se queda vigilando. El servicio es un patio con un agujero en el suelo y una rendija en la pared para meter el bonobús. No entiendo cómo en una sala tan elegante tienen un servicio tan cutre. Salgo sin haberlo usado y le digo a Blanco que mejor nos vamos con el torero a otro sitio.
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Alberto dice que es tarde y tenemos que irnos. Corro a arreglarme. Entro en una casa abandonada sin techo, donde se supone que antes dejé mi ropa sobre una mesa de playa. Ahora sobre la mesa hay un montón de gafas de sol y dos mujeres senegalesas que las venden. Rebusco en mi bolsa de viaje. Mis gafas siguen allí. Menos mal, pienso. Alberto entra y dice que no encuentra sus gafas. Las mujeres empiezan a probarle gafas de sol. No sabemos cómo explicarles que las suyas eran de ver. ¿Cristal blanco?, pregunta una. Saca una caja de gafas de debajo de la mesa, pero ninguna es la de Alberto.
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Alberto y yo vamos en un autobús sin techo. Vemos pasar por la calle a peatones chorreando. Cuando el autobús da la curva, vemos que hay varias personas con mangueras, mojando a todo el que pasa. Yo me pongo el bolso en la cabeza. Los pasajeros gritan que los mojen. En un escalón, veo a Héctor sentado, secando una cámara de fotos. Lo saludo y le hago una seña de que nos vemos en el museo. El museo tampoco tiene techo y como se ha hecho de noche, podemos ver las estrellas. Un vigilante nos dice que si no hemos pagado la entrada de las estrellas no podemos mirarlas. Héctor me pregunta por mi viaje. La felicidad, le respondo. Héctor quiere que nos hagamos una foto delante de una escalera dorada. Alberto nos explica que es una escalera medieval china. Lo miramos asombrados. Nos enseña una pata de cigala que lleva en la oreja. Son las nuevas guías digitales del museo, dice.